“Mirad a
mi siervo, a quien sostengo, mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto
mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones” (Is 42,1). Esas
palabras del primer canto del Siervo de
Yahvéh, que encontramos en el libro del profeta Isaías, nos introducen en la
liturgia de hoy.
La imagen es, al mismo tiempo, misteriosa y elocuente. El anónimo
“siervo” de Dios parece referirse a un discípulo predilecto. Es elegido por el
Señor como profeta. Escucha atentamente la voz de lo Alto. Actúa como testigo
de la voluntad de Dios. Y parece destinado a un martirio que resulta salvador
para los demás.
Esas palabras podrían referirse hoy a todos los creyentes. También
nosotros hemos sido elegidos y llamados por Dios. Sabemos que sobre nosotros
descasa su espíritu. Y creemos que hemos sido enviados a difundir por el mundo
un ideal que nos trasciende, un mensaje que es superior al mensajero. El de la
justicia que el Dios justo espera de esta tierra.
EL ANUNCIO
Pero estas palabras del libro de Isaías nos hacen pensar en el
Bautismo de Jesús. En el evangelio de Lucas (Lc 3, 15-16. 21-22) escuchamos una
vez más la voz de Juan el Bautista. Alejado de la algarabía de Jerusalén, se ha
retirado a las orillas del Jordán para anunciar la próxima venida del Mesías.
Tres puntos resumen ese anuncio.
• “Yo os bautizo con agua, pero viene el que puede más que yo”. El
bautismo de Juan recuerda a su pueblo la figura de Josué, el paso del Jordán y
el don de la tierra prometida. Y le recuerda también la voz ardiente del
profeta Elías, defensor del único Dios. Y sobre todo anticipa la llegada de
Aquel que asumirá la misión de Josué y la de Elías.
• “Yo no merezco desatarle la correa de sus sandalias”. Ante el
Mesías que ha de venir, Juan se considera más indigno que un esclavo. Él es tan
sólo una voz que resuena en la soledad del desierto.
• “Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. El Mesías Jesús,
en efecto, sumerge a los creyentes en el baño del Espíritu, Señor y dador de
vida. Y los ilumina con el fuego del amor que unifica las lenguas
LA REVELACIÓN
Con todo, el evangelio de Lucas pasa por alto el ministerio de
Juan: “En un bautismo general, Jesús también se bautizó”. El precursor ha cumplido
su misión. De acuerdo con la teología de Lucas, importa subrayar la oración de
Jesús. Una oración que es revelación y escucha: “Mientras oraba, se abrió el
cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del
cielo: Tú eres mi hijo, el amado, el predilecto”.
• “Tú eres mi hijo”. La fe cristiana nos lleva a recordar las
palabras del salmo: “Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy” (Sal 2,7). Como
Jesús, nosotros reconocemos a Dios como Padre al escuchar su palabra.
• “El amado”. En el libro del Génesis leemos la orden de Dios a
Abraham: “Toma a tu hijo único, Isaac, al que amas…y ofrécelo en holocausto”
(Gén 22,2). Como Isaac, también Jesús descubre en su bautismo un camino que
lleva al sacrificio.
• “El predilecto”. En el primer poema del Siervo de Yhavéh, Dios
lo llama “mi elegido en quien se complace mi alma” (Is 42,1). La predilección
de Dios afianza la confianza de Jesús en su Padre y sustenta la nuestra.
Como ha escrito Benedicto XVI en su libro “Jesús de Nazaret” (I,47),
en su bautismo Jesús “se presenta ante nosotros como el Hijo predilecto, que si
por un lado es totalmente Otro, precisamente por ello puede ser contemporáneo
de todos nosotros”.
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