“Cuando
destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, y sacies
el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se
volverá mediodía”. Nadie puede poner luz en este mundo si no vive con espíritu
fraternal. Esta es la condición que se expresa en la última parte del libro de
Isaías (Is 58, 7-10).
Una parte de
la sociedad vive de espaldas a las necesidades de tres cuartas partes de la
humanidad. Hablamos de la pobreza que atenaza a muchos millones de personas.
Pero muchos de nosotros ni siquiera somos capaces de imaginar las situaciones
dramáticas en las que viven y mueren los pobres.
Hay que
promover un progreso “para todo el hombre y para todos los hombres”, como ha
escrito Benedicto XVI. Tenemos que exigir a los gobernantes y a las grandes
organizaciones internacionales que cumplan sus compromisos. Pero todos podemos
hacer un pequeño gesto de fraternidad. Sólo entonces brillará nuestra luz.
LA DEBILIDAD
DE LA LUZ
En el texto
evangélico que hoy se proclama, también Jesús emplea la imagen de la luz (Mt 5, 13-16). Sus palabras no suenan como un
mandato o como una nueva obligación moral impuesta por una norma. Sus palabras
son una revelación. Sus discípulos son en verdad la sal de la tierra y la luz
del mundo.
Es cierto que
todos hemos de actuar de acuerdo con lo que somos. No podemos traicionarnos a
nosotros mismos. Ni podemos defraudar las esperanzas que suscitamos en nuestro
entorno. A las dos declaraciones de
Jesús siguen algunas condiciones. La sal no puede volverse sosa. Y la luz no
debe ocultarse.
Las imágenes
son elocuentes. La sal se emplea para preservar a los alimentos de la
corrupción y para darles sabor. La luz de la lámpara se coloca en alto para
alumbrar a todos los de la casa. Pero la sal no es el fin de sí misma. Al
cumplir su función desaparece. Y el aceite se gasta al dar luz al ambiente.
Sólo da vida quien la pierde.
LA ALEGRÍA DE
LA LUZ
En este
momento en que se nos pide vivir con valentía “la alegría del Evangelio”, esta
proclamación de Jesús resume la misión y el talante de los evangelizadores:
• “Vosotros
sois la luz del mundo”. Este título no
es un privilegio de unos pocos: se aplica a todos los creyentes. Por tanto, no puede fomentar el orgullo de
algunos llamados a seguir al Señor. Señala la transparencia que se espera de
todos ellos.
• “Vosotros
sois la luz del mundo”. Este título no
es un elogio dedicado a los más instruidos o a los que pronuncian discursos más
brillantes. Es una exhortación a dejarse iluminar por Aquel que es la Luz e
ilumina a todos los que vienen a este mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario