“Mis planes no son vuestros
planes. Vuestros caminos no son mis caminos –oráculo del Señor-. Como el cielo
es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis
planes, que vuestros planes” (Is 55, 8-9). Con estas palabras, el libro del
profeta Isaías se transmite a su pueblo la voz de Dios, que subraya la diferencia entre nuestra forma
de pensar y los proyectos de Dios.
En realidad esa es una tentación
que acecha a todos los creyentes. En lugar de acomodarnos a la voluntad de
Dios, con demasiada frecuencia tratamos de acomodar la voluntad de Dios a la
nuestra.
Nos cuesta trabajo entender
por qué nos suceden las cosas. Aplicamos a Dios nuestros criterios,
condicionados por nuestro egoísmo o, tal vez, por nuestra cortedad de miras.
Sólo con el tiempo logramos comprender que la decisión de Dios era más justa
que la nuestra.
EGOÍSMO Y GENEROSIDAD
En la parábola que hoy se recoge en el Evangelio
según Mateo (Mt 20, 1-26) se narra el relato de los jornaleros que son
invitados a diversas horas del día a trabajar en una viña. El dueño promete a
cada uno de los contratados el salario de un denario. Al parecer todos están
contentos de encontrar trabajo y poder contar con un jornal.
El problema llega al final
del día. Los jornaleros protestan al comprobar que todos reciben un denario,
con independencia del tiempo que han dedicado a su trabajo. En los planes
humanos eso sería una injusticia y provocaría un escándalo.
Pero la parábola no plantea una situación
laboral. Refleja una situación frecuente en las primeras comunidades
cristianas. En ellas debían de ser habituales las quejas de los “creyentes de
siempre” frente a los recién convertidos a la fe. Los que se consideran buenos
se preguntan cómo puede Dios acoger y premiar por igual a unos y otros.
A
fin de cuentas, se nos dice que la justicia de Dios se identifica con su
misericordia. Evidentemente sus pensamientos y sus planes superan nuestros celos
y nuestro egoísmo. Por eso su generosidad nos escandaliza.
EL MÉRITO Y LOS DONES
De todas formas, no podemos
olvidar la invitación que da motivo a esta protesta: “Id también nosotros a mi
viña y os pagaré lo debido”. Esta promesa suscita en nosotros dos reflexiones
para nuestra vida cristiana.
• “Id también nosotros a mi
viña”. En su exhortación “La alegría del
Evangelio”, el Papa Francisco nos recuerda que
todos los miembros de la Iglesia estamos llamados a la tarea de la
evangelización. La invitación del Señor es amplia y universal. Es también
urgente en estos tiempos.
•
”Yo os pagaré lo debido”. Nuestras leyes humanas no pueden obligar a Dios. Como
escribía San Agustín,”al premiar nuestros méritos, Él corona sus propios dones.
Lo debido, lo es en razón de su amor, de su misericordia y de su generosidad.
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