El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido”. Así
comienza el texto del libro de Isaías
que hoy se lee en la liturgia eucarística (Is 61, 1-2.10-11). En él se anuncia
a Israel un profeta que recibe el espíritu de Dios y lo difunde. No lo difunde
sólo de palabra, sino de obra.
Las
obras del profeta son concretas y visibles. Su presencia se hará notar en la
sociedad. El profeta que recibe el
Espíritu de Dios consuela a todos los que sufren, venda las heridas de todos
los desgarrados, libera a los cautivos y prisioneros y, sobre todo, inaugura un
año jubilar: el año de gracia de parte del Señor.
Además,
el profeta proclama a los cuatro vientos un anuncio de alegría universal: el
Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos. Este tercer
domingo de Adviento se hace notar por su invitación a la alegría.
TRES VECES “NO”
En
el texto evangélico que hoy se lee se nos presenta también a un profeta (Jn 1,
6-8.19-28). Es un enviado por Dios. Se llamaba Juan y venía como testigo, para
dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la luz. A
continuación, el texto nos ofrece una precisión importante: “No era él la luz,
sino testigo de la luz”.
Nos
impresiona el interrogatorio al que es sometido Juan Bautista por los emisarios
de los sacerdotes y levitas de Jerusalén. Juan responde con verdad y humildad.
Por tres veces repite un “no” tajante a
los que le preguntan. No es Elías, el gran defensor de la majestad de Dios. No
es el profeta anunciado por el Deuteronomío. Y no es el Mesías esperado.
Pero
nadie puede vivir sólo de negaciones. Hay que definirse por un “Sí”. Es preciso
reconocer lo que uno es y lo que está dispuesto a dar. Pues bien, para
identificarse, Juan se presenta como la voz que clama en el desierto,
exhortando a todos a allanar los caminos. Eran expresiones del libro de Isaías
que anunciaban la liberación a los deportados.
EL
ANUNCIO
Pero
hay más en el mensaje de Juan. No se presenta como el esperado por su pueblo,
pero no deja de anunciarlo:
•
“En medio de vosotros hay uno que no conocéis”. Ahora, como entonces, tenemos
al Mesías entre nosotros, pero no reconocemos su presencia. Necesitamos
aprender a descifrar los signos que lo anuncian.
•
“Él viene detrás de mí y existía antes que yo”. Ahora como entonces, hemos de
reconocer que somos un eslabón en medio de una cadena. Hay un antes y un
después que nosotros. El Señor nos precede
y, a la vez, nuestro testimonio
anuncia su llegada.
•“Yo
no soy digno de desatar la correa de sus sandalias”. Ahora como entonces, hemos
de reconocer humildemente nuestro papel en la historia de la salvación. No
somos el Señor. Somos los siervos y los servidores del Señor. Nada más.
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