“Señor,
tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes; cierras los ojos a los
pecados de los hombres, para que se arrepientan”. Con estas palabras del libro
de la Sabiduría, que se leen en la celebración de la Eucaristía de este domingo
(Sab 11,23), se pregona la misericordia de Dios con los pecadores.
El
texto continúa recordando que Dios ama a todos los seres y no odia nada de lo
que ha hecho. Así que el perdón corresponde a su providencia, que abarca todo
lo que él ha creado. Al corregirnos, Dios nos muestra su amor y nos revela la
fuerza de su espíritu.
Oportunamente
el salmo responsorial nos recuerda que “el Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad” (Sal 144,8).
Ni
los recuerdos del pasado, ni el miedo a un futuro impensable podrán hacernos
“perder la cabeza”, como advierte san Pablo a los cristianos de Tesalónica (2
Tes 2,2).
LA HOSPITALIDAD
El
evangelio de Lucas, que tanta importancia concede a los pobres y a los
pecadores, nos ha presentado también a algunos ricos insensatos. Hoy nos invita
a presenciar el encuentro de Jesús con Zaqueo (Lc 19,1-10). También él es un
hombre rico. Y en cuanto publicano es considerado pecador. Pero Zaqueo rompe
todos los esquemas.
•
Zaqueo tiene curiosidad por conocer a Jesús. Ese deseo lo lleva a salir al
camino y a superar esa dificultad de ser bajo de estatura. Como Dios buscó a
Adán entre el follaje del paraíso, Jesús descubre a Lázaro entre las ramas de
un árbol.
•
Zaqueo desea conocer a Jesús, pero Jesús desea hospedarse en la casa de aquel
pecador. Un encuentro de deseos, que lleva al publicano del “ver” al “acoger”
con alegría. Si Zaqueo nos recuerda a Adán, también nos recuerda la
hospitalidad de Abrahán.
•
Zaqueo ha pasado una vida defraudando a los demás, pero decide ahora compartir
sus bienes con los pobres. Y se aplica a sí mismo el castigo que David
decretaba contra el malvado que se apropiaba de la oveja de su vecino.
LA SALVACIÓN
Las
palabras que Jesús pronuncia ante el gesto de Zaqueo son un verdadero evangelio
de la misericordia:
•
“Hoy ha sido la salvación de esta casa”. El mismo evangelio ha presentado a
otro publicano que bajó justificado del templo (Lc 18,14). La salvación no
viene por los ritos, sino por la misericordia que el hombre recibe de Dios y
por la misericordia que él mismo práctica.
•
“También este es hijo de Abrahán”. No basta con presumir de ser hijos de
Abrahán según la sangre como pretendían los que escuchaban al Bautista (Lc
3,8). Hay que llegar a ser hijos de Abrahán, aceptando a Dios como Señor y
practicando una hospitalidad generosa
•
“El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. Jesús
había dicho eso mismo, sentado a la mesa del
publicano Mateo o Leví, que había escuchado su invitación a seguirle (Lc
5,32). También el hijo pródigo se había perdido pero fue encontrado.
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