“Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en las manos”. Nos fascina esa visión del libro del Apocalipsis que se proclama en la primera lectura de esta solemnidad de todos los Santos (Ap 7,2-14).
El texto nos presenta una impresionante multitud de mártires que han ganado con su sangre la palma del triunfo. Ellos son los que forman ese gran coro de los que aclaman y cantan: “La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero”.
Paradójicamente, se nos dice que los mártires “han blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero”. Se han negado a adorar a los ídolos que cada día se presentan ante nosotros exigiendo nuestra adoración. Así que los santos son lo mejor de esta tierra. Son los que han entendido como nadie la libertad de adorar al único que merece nuestra adoración.
LA CLAVE DE LA LIBERTAD
En estos días, por todas partes se exalta el ideal del ser humano, la grandeza y los derechos de la persona. Pero las opiniones se dividen cuando se trata de señalar qué es el hombre y cuáles son las notas que lo definen. En qué consiste su dignidad.
Unos afirman que todos los hombres son libres pero olvidan que han de ser también solidarios entre sí. Otros afirman que todos los seres humanos son iguales, pero inmediatamente arremeten con fuerza contra los que no se identifican con ellos.
En el evangelio de este día leemos una vez más el texto que recoge las bienaventuranzas que el evangelio de Mateo incluye en el Sermón de la Montaña (Mt 5,1-12). Según algunos, en este texto se proclama de forma escandalosa una ética de esclavos. No es cierto. Al contrario. En esta proclamación está la clave de la libertad.
Jesús es la Palabra de Dios y también la imagen definitiva y perfecta del ser humano. Las bienaventuranzas que él proclamó nos revelan la verdad última del hombre. Nos dicen qué significa ser humano en plenitud. Nos recuerdan los valores profundos que hacen que nuestra existencia sea humana y humanizadora.
CAMINOS DE FELICIDAD
Muchas imágenes del ser humano son engañosas. En las bienaventuranzas Jesús nos dice qué significa ser persona. Y nos indica en qué consiste la felicidad:
• La felicidad no está en acaparar bienes, sino en compartirlos con los demás.
• La felicidad no está en la violencia, sino en la humildad y la mansedumbre.
• La felicidad no está en el desdén hacia los afligidos, sino en la compasión.
• La felicidad no está en la instalación, sino en la búsqueda del bien y la justicia.
• La felicidad no está en la indiferencia ante los otros, sino en la misericordia.
• La felicidad no está en la mentira, sino en la limpieza del corazón.
• La felicidad no está en promover el conflicto, sino en la lucha por la concordia
• La felicidad no está en la apostasía, sino en la fidelidad a la fe y al amor.
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