El evangelio de hoy nos trae las primeras tres parábolas enlazadas entre sí por la misma palabra. Se trata de tres cosas perdidas: la oveja perdida (Lc 15,3-7), la moneda perdida (Lc 15,8-10), el hijo perdido (Lc 15.11-32). Las tres parábolas son dirigidas a los fariseos y a los doctores de la ley que criticaban a Jesús (Lc 15,1-3). Es decir que son dirigidas al fariseo o al doctor de la ley que existe en cada uno de nosotros.
• Lucas 15,1-3: Los destinatarios de las parábolas. Estos tres primeros versos describen el contexto en el que fueron pronunciadas las tres parábolas: “Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle. Los fariseos y los escribas murmuraban”. De un lado, se encontraban los cobradores de impuestos y los pecadores, del otro los fariseos y los doctores de la ley. Lucas dice con un poco de exageración: “Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle”. Algo en Jesús atraía. Es la palabra de Jesús la que los atrae (Cf. Is 50,4). Ellos quieren oírlo. Señal de que no se sienten condenados, sino acogidos por él. La crítica de los fariseos y de los escribas era ésta: "¡Este hombre acoge a los pecadores y come con él!". En el envío de los setenta y dos discípulos (Lc 10,1-9), Jesús había mandado acoger a los excluidos, a los enfermos y a los poseídos (Mt 10,8; Lc 10,9) y a practicar la comunión alrededor de la mesa (Lc 10,8).
• Lucas 15,4: Parábola de la oveja perdida. La parábola de la oveja perdida empieza con una pregunta: "¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va a buscar la que se perdió, hasta que la encuentra?” Antes de que él mismo diera una respuesta, Jesús tiene que haber mirado a los oyentes para ver cómo respondían. La pregunta es formulada de tal manera que la respuesta no puede que ser positiva: “Sí, ¡él va en búsqueda de la oveja perdida!” Y tú ¿cómo responderías? ¿Dejarías las 99 ovejas en el campo para ir detrás de la única oveja que se perdió? ¿Quién haría esto? Probablemente la mayoría habrá respondido: “Jesús, entre nosotros, ninguno haría una cosa tan absurda. Dice el proverbio: “¡Mejor un pájaro en mano, que ciento volando!”
• Lucas 15,5-7: Jesús interpreta la parábola de la oveja perdida. Ahora en la parábola el dueño de las ovejas hace lo que nadie haría: deja todo y va detrás de la oveja perdida. Sólo Dios mismo puede tener esta actitud. Jesús quiere que el fariseo y el escriba que existe en nosotros, en mí, tome conciencia. Los fariseos y los escribas abandonaban a los pecadores y los excluían. Nunca irían tras la oveja perdida. Dejarían que se perdiera en el desierto. Prefieren a las 99 que no se perdieron. Pero Jesús se pone en lugar de la oveja que se perdió, y que en aquel contexto de la religión oficial caería en la desesperación, sin esperanza de ser acogida. Jesús hace saber a ellos y a nosotros: “Si por casualidad te sientes perdido, pecador, recuerda que, para Dios, tú vales más que las 99 otras ovejas. Dios te sigue. Y en caso de que tú te conviertes, tiene que saber que “habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión."
• Lucas 15,8-10: Parábola de la moneda perdida. La segunda parábola: "O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas y les dice: `Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido.' Pues os digo que, del mismo modo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.» Dios se alegra con nosotros. Los ángeles también se alegran con nosotros. La parábola era para comunicar la esperanza a quien estaba amenazado de desesperación por la religión oficial. Este mensaje evoca lo que Dios nos dice en el libro del profeta Isaías: “Te tengo grabado en la palma de mi mano” (Is 49,16). “Tu eres precioso a mis ojos, yo te amo” (Is 43,4)
Lucas 15,11-32: En la 3ª parábola, el padre trata de encontrarse de nuevo con los dos hijos perdidos
Esta parábola es muy conocida y en ella encontramos cosas que por lo regular suceden en la vida y otras que no suceden. El título tradicional es “El Hijo Pródigo”. En realidad, la historia de la parábola no habla sólo del hijo menor, sino más bien describe la conducta de los dos hijos, acentuando el esfuerzo del padre por reencontrar a los dos hijos. La localización de esta parábola en el capítulo central del evangelio de Lucas indica su importancia para la interpretación de todo el mensaje contenido en el Evangelio de Lucas.
Lucas 15,11-13: La decisión del hijo menor
Un hombre tenía dos hijos. El menor pide la parte de la herencia que le toca. El padre divide todo entre ellos. Tanto el mayor como el menor reciben su parte. Recibir la herencia no es un mérito. Es un don gratuito. La herencia de los dones de Dios está distribuida entre todos los seres humanos, tanto judíos como paganos, ya sean cristianos o no cristianos. Todos tienen algo de la herencia del Padre. Pero no todos la cuidan de la misma forma. Así, el hijo menor se va lejos, y disipa su heredad con una vida disoluta, olvidando al Padre. Todavía no se habla del hijo mayor que recibió también su parte de la herencia. Más adelante sabremos que él continúa en casa, llevando la vida de siempre, trabajando en el campo. En tiempos de Lucas, el mayor representaría la comunidad venida del judaísmo; el menor la comunidad venida del paganismo. Y hoy , ¿quién es el mayor y quién es el menor? ¿Acaso los dos existen en cada uno de nosotros?
Lucas 15,14-19: La frustración del hijo más joven y el deseo de volver a la casa del Padre
La necesidad de tener que comer hace perder al hijo menor su libertad y se vuelve esclavo para ocuparse de cerdos. Recibe un trato peor que el dado a los puercos. Esta era la condición de millones de esclavos en el imperio romano en los tiempos de Lucas. Esta situación hace que el hijo más joven empiece a acordarse de la casa del Padre: “¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen pan en abundancia y yo aquí me muero de hambre!” Examina su propia vida y decide volver a casa. Prepara hasta las palabras que dirá a su Padre: “Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre he pecado contra el cielo y contra ti: no soy digno de ser llamado tu hijo. Trátame como uno de tus criados!”. El empleado sigue las órdenes, cumple la ley de la servidumbre. El hijo menor quiere cumplir la ley, como querían los fariseos y los escribas en tiempos de Jesús (Lc 15,1). Era lo que los misioneros de los fariseos imponían a los paganos que se convertían al Dios de Abrahán (Mt 23,15). En tiempos de Lucas, los cristianos venidos del judaísmo querían que los cristianos convertidos del paganismo, se sometieran también ellos al yugo de la ley (Act 15,1ss).
Lucas 15,20-24: La alegría del Padre al encontrarse de nuevo con el hijo menor
La parábola dice que el hijo menor todavía estaba lejos de la casa, pero el Padre lo vio, corrió al encuentro y lo cubrió de besos. Jesús nos da la impresión de que el Padre esperaba todo el tiempo en la ventana, mirando en lontananza, para ver asomar al hijo por el camino. Según nuestro modo de sentir y de pensar, la alegría del Padre nos parece un poco exagerada. Él no deja al hijo pronunciar las palabras que éste había preparado. ¡No escucha! El Padre no quiere que su hijo sea su esclavo. Quiere que sea su hijo. Y esta es la gran Noticia que Jesús nos trae. ¡Túnica nueva, sandalias nuevas, anillo al dedo, cordero, fiesta! En esta inmensa alegría del encuentro, Jesús deja también entrever la gran tristeza del Padre por la pérdida del hijo. Dios estaba muy triste y de esto se da cuenta ahora la gente, viendo la enorme alegría del Padre que se encuentra de nuevo con el hijo. Es una alegría compartida con todos en la fiesta que ordena preparar.
Lucas 15, 25-28b: La reacción del hijo mayor
El hijo mayor vuelve del trabajo y ve que hay fiesta en casa. No entra. Quiere saber qué sucede Cuando se ha puesto al corriente del motivo de la fiesta, siente mucha rabia dentro de sí y no quiere entrar. Encerrado en sí mismo piensa tener su derecho. No le gusta la fiesta y no entiende la alegría del Padre. Señal de que no tenía mucha intimidad con el Padre, aun viviendo en la misma casa. Y si hubiese tenido tal intimidad, hubiera notado la inmensa tristeza del Padre por la pérdida del hijo menor y hubiera entendido su alegría por el regreso. Quien se preocupa mucho de observar la ley de Dios, corre el riesgo de olvidar a Dios mismo. El hijo menor, que ha estado viviendo lejos de la casa, parece conocer al Padre mejor que el mayor, que vive en su misma casa. Y así el más joven tiene el valor de volver a la casa del Padre, mientras el mayor no quiere entrar en la casa del Padre. Este no quiere ser hermano, no se da cuenta que el Padre, sin él, perderá la alegría, porque también él, el mayor, es hijo como el menor.
Lucas 15. 28ª-30: La conducta del Padre con el hijo mayor y la respuesta del hijo
El Padre sale de la casa y ruega al hijo mayor que entre. Pero éste contesta: “Hace tantos años que te sirvo, y jamás he dejado de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para hacer fiesta con mis amigos. Y ahora que este tu hijo, que ha despilfarrado todas su haberes con prostitutas regresa, para él has matado el novillo cebado.” El hijo mayor se gloría de la observancia cumplida: Jamás he dejado de cumplir una orden tuya. Aunque quiere a su hermano como tal, no lo llama hermano, sino “ este hijo tuyo”, como si no fuese su hermano. Y es él, el mayor, quien habla de prostitutas. Es su malicia la que interpreta así la vida de su joven hermano. ¡Cuántas veces el hermano mayor interpreta mal la vida del hermano menor! ¡Cuántas veces nosotros los católicos interpretamos mal la vida de los otros! El comportamiento del Padre es distinto. Él sale de casa para los dos hijos. Acoge al hijo joven, pero no quiere perder al mayor. Los dos forman parte de la familia. ¡El uno no puede excluir al otro!
Lucas 15,31-32: La respuesta final del Padre
Así como el Padre no presta atención a los argumentos del hijo menor, tampoco tiene en cuenta los argumentos del mayor y le dice: “¡Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo que es mío es tuyo; pero era necesario hacer fiesta y alegrarse, porque este tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado!” ¿Era consciente el mayor de estar siempre con el Padre y de encontrar en esta presencia la causa de su alegría? La expresión del Padre: “¡Todo lo mío es tuyo!” incluye también al hijo menor que ha vuelto. El mayor no tiene derecho a hacer distinciones. Si él quiere ser hijo del Padre, deberá aceptarlo como es, y no como le gustaría que el Padre fuese. Esto nos toca a nosotros. Pues todos somos hermanos mayores.
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