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Amar y perdonar Mt 5,38-48 (TOA7-20)
A diferencia de lo que la sociedad nos dice, Jesús nos propone que prevalezca el perdón y el amor en nuestras relaciones humanas. El amor no se mide por las veces que se perdona. Porque la medida del amor es amar sin medida. El amor que Jesús nos propone en el Evangelio no se conforma con hacer el bien. El amor cristiano ha de: respetar, comprender, disculpar, descubrir lo bueno que hay en las personas, para colaborar en su crecimiento.
Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os calumnian.
Nuestro Padre Dios no es un juez vengador y violento: ama incluso a sus enemigos, no busca la desgracia de nadie, al contrario, su grandeza consiste en amar incondicionalmente a todos. Quien se sienta hijo de ese Dios, no introducirá en el mundo odio ni destrucción de nadie.
El amor al enemigo no es una enseñanza secundaria de Jesús. Su llamada quiere implantar en la historia una actitud nueva ante el enemigo porque quiere eliminar en el mundo el odio y la violencia. Quien se siente Hijos de Dios no alimentará el odio contra nadie, buscará el bien de todos incluso de sus enemigos. Esta es la invitación que Jesús nos hace a través del texto evangélico.
Amar al enemigo significa, antes que nada, no hacerle mal, no buscar ni desearle daño. No hemos de extrañarnos si no sentimos amor alguno hacia él. Es natural que nos sintamos heridos o humillados. Nos hemos de preocupar cuando seguimos alimentando el odio y la sed de venganza.
Pero no se trata solo de no hacerle mal. Podemos dar un paso más hasta estar incluso dispuestos a hacerle el bien si lo encontramos necesitado. No hemos de olvidar que somos más humanos cuando perdonamos que cuando nos vengamos alegrándonos de su desgracia.
El perdón sincero al enemigo no es fácil. En algunas circunstancias a la persona se le puede hacer en aquel momento prácticamente imposible liberarse del rechazo, el odio o la sed de venganza. No hemos de juzgar a nadie desde fuera. Solo Dios nos comprende y perdona de manera incondicional, incluso cuando no somos capaces de perdonar.
Jesús no está pensando en que los queramos con el afecto y el cariño que sentimos hacia nuestros seres más queridos. Amar al enemigo es, sencillamente, no vengarnos, no hacerle daño, no desearle el mal. Pensar, más bien, en lo que puede ser bueno para él. Tratarlo como quisiéramos que nos trataran a nosotros.
La alternativa de Jesús a la Ley Mt 5,17-37 (TOA6-20)
El Espíritu (Santo) y la letra
La comparación entre la “ley antigua” y la “ley nueva” es una cuestión relevante en la Biblia. A Mateo le interesa por las razones señaladas. También San Pablo se ocupa de la cuestión, en su caso presentándolas en oposición, pero como un recurso para argumentar acerca de la novedad de Jesucristo.
“Habéis oído que se dijo a los antiguos… pero yo os digo”, repite Jesús. Su autoridad está por encima de la de Moisés, máxima autoridad para los judíos, el “amigo de Dios” (Ex 33, 11), de quien recibió las tablas de la Ley. Esta vez, Mateo no trata de amortiguar en modo alguno el mensaje: Cristo es la revelación definitiva del Dios del Sinaí.
En Santo Tomás de Aquino encontramos una explicación de la relación que existe entre la “ley antigua” y la “ley nueva” que arroja mucha luz. Según el Aquinate, ambas tienen como fin conducirnos al Reino de Dios, la diferencia estriba en que gracias a la ley nueva (que se realiza plenamente en Jesucristo) se nos introduce definitivamente en ese Reino que a los antiguos se les había prometido. La distinción, por tanto, no está tanto en la letra, sino en el Espíritu, en el Espíritu Santo que nos ayuda a descubrir el sentido último que debe inspirar toda norma moral. La ley nueva no consiste en cumplir unos preceptos, sino en obrar guiados por el amor.
La distinción entre ley antigua y ley nueva -advierte también Santo Tomás- tampoco es estrictamente cronológica, aunque la denominación pueda inducirnos a pensar así. Hubo personas en la época del Antiguo Testamento que quisieron vivieron desde el amor, como el mismo Moisés. “Amarás al prójimo como a ti mismo”, leemos ya en Lv 19, 18. Estas personas recibieron el don del Espíritu Santo también por mediación de Cristo. Esto supone, consecuentemente, que ha habido, hay y habrá personas que contribuyen a que el Reino de Dios continúe desarrollándose aun no siendo cristianas. La acción del Espíritu de Cristo no se da sólo en una época o en un grupo determinado. Puede estar presente implícitamente en la vida de muchas personas sin que ellas sean conscientes de ello
De la perfección del cumplimiento a la perfección de la caridad
Nadie podía ganar a los escribas y a los fariseos en el conocimiento y el cumplimiento de las normas recogidas en la “ley antigua”. Conocen hasta la “última letra o tilde de la Ley” y la siguen a rajatabla. ¿En qué consiste, entonces, tener una justicia mayor que la de los “expertos” de la Ley? En saber que entrar en el Reino de Dios no es cumplir normas y ritos, sino aceptar la gracia transformadora del amor de Dios. La nueva ley nos pide, antes que nada, pureza de corazón. Por eso, aunque es más liviana que la ley antigua en lo exterior, es más exigente en lo interior.
Es importante que no perder esto de vista. Los cristianos nos hemos liberado de la carga ritualista porque Jesús nos ha enseñado que eso es secundario, pero si olvidamos que el mandamiento principal es amar como Cristo amó, sólo podremos ser motivo de escándalo para los demás.
Sal de la tierra y luz del mundo Mt 5,13-16 (TOA5-20)
El evangelio de Mateo, hoy, prosigue el sermón de la montaña con dos comparaciones -no llegan a parábolas-, sobre el papel del cristiano en la historia: la sal de la tierra y la luz del mundo. Todos sabemos muy bien para qué es la sal y cómo se degrada si no se usa. De la misma manera, desde las tinieblas, todos conocemos la grandeza de la luz, del día, del sol. Probablemente son de esas expresiones más conocidas del cristianismo y de las más logradas. En los contratos antiguos se usaba la sal como un símbolo de “permanencia”. Ya sabemos que la sal conserva las cosas, los alimentos… y era un signo de la Alianza en el ámbito del judaísmo por ese sentido de la fidelidad de Dios a su pueblo y de lo que Dios pedía al pueblo. Entonces entenderemos muy bien el final de la comparación: “si la sal se vuelve sosa”… hay que tirarla. Pierde su esencia. No olvidemos que esta comparación viene a continuación de las bienaventuranzas y por lo mismo debemos interpretarla a la luz de la fuerza de las mismas. El cristiano que pierde la sal es el que no puede resistir viviendo en la opción de las bienaventuranzas.
2. La luz del mundo, y la ciudad en lo alto del monte… tienen también todo su sabor bíblico. Sobre la luz sabemos que hay toda una teología desde la creación… Pero también se usa en sentido religioso y se aplicaba a Jerusalén, la ciudad de la luz, porque era la ciudad del templo, de la presencia de Dios. Por eso “no se puede ocultar una ciudad”… hace referencia, sin duda a estos simbolismos de Jerusalén, de Sión, de la comunidad de la Alianza. El cristiano, pues, que vive de las opciones de las bienaventuranzas no puede vivir esto en una experiencia exclusivamente personal.. Es una interpelación a dar testimonio de esas opciones tan radicales del seguimiento de Jesús, de la fuerza del evangelio.
3. Con estos dichos del Señor se quiere rematar adecuadamente el tema de las bienaventuranzas, que fue el evangelio del domingo anterior. Efectivamente, esto que leemos hoy debemos ponerlo en relación directa, no solamente con el estilo literario de las bienaventuranzas, sino más profundamente aún con su teología. El Reino de Dios tiene que ser proclamado y vivido y el Sermón de la Montaña es una llamada global a llevarlo a la práctica. De la misma manera que la Alianza fue sellada en el Sinaí, después el pueblo está llamado a vivirla en fidelidad. La nueva comunidad que tiene su identidad de estas palabras del Sermón tiene que iluminar como una nueva Jerusalén, como una espléndida Sión. Ella misma es el templo vivo de la presencia de Dios, luz de luz. Y la comunidad, y el cristiano personalmente, deben estar en lo alto del monte, de la vida, de la historia, de los conflictos, de las catástrofes, no solamente para mostrar su fidelidad, sino para iluminar a toda la humanidad. Como los profetas soñaban de Sión.
4. Los que han hecho las opciones por el mundo de las bienaventuranzas han hecho una elección manifiesta: ser sal de la tierra y luz del mundo. Esto quiere decir sencilla y llanamente que las bienaventuranzas no es para vivirlas en interioridades secretas, sino que hay que comprometerse en una misión: la de anunciar al mundo, a todos los hombres, eso que se ha descubierto en las claves del Reino de Dios. Las bienaventuranzas, son un compromiso, una praxis, que debe testimoniarse. No puede ser de otra manera para quien se ha identificado con los pobres, con la justicia, con la paz. Eso no puede quedar en el secreto del corazón, sino que debe llevarnos a anunciarlo y a luchar por ello. Porque esto de ser sal de la tierra y luz del mundo se ha usado muchos para “santos” especiales; pero no deja de ser un despropósito… es sencilla y llanamente la identificación de la verdadera vocación cristiana. Todo cristiano está llamado a ser la sal de la tierra y la luz del mundo… aunque no llegue a esa santidad desproporcionada.
Manos Unidas 2020
El domingo 9 de febrero se celebra la campaña de sensibilización de Manos Unidas. Este año bajo el lema "Quien más sufre el maltrato del planeta no eres tú". Siguiendo la estela de las líneas apuntadas por el papa Francisco en la "Laudato Si" te comparto sus principales enlaces (pinchar en cada uno de ellos) para que accedas a toda la información y materiales.
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