A diferencia de lo que la sociedad nos dice, Jesús nos propone que prevalezca el perdón y el amor en nuestras relaciones humanas. El amor no se mide por las veces que se perdona. Porque la medida del amor es amar sin medida. El amor que Jesús nos propone en el Evangelio no se conforma con hacer el bien. El amor cristiano ha de: respetar, comprender, disculpar, descubrir lo bueno que hay en las personas, para colaborar en su crecimiento.
Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os calumnian.
Nuestro Padre Dios no es un juez vengador y violento: ama incluso a sus enemigos, no busca la desgracia de nadie, al contrario, su grandeza consiste en amar incondicionalmente a todos. Quien se sienta hijo de ese Dios, no introducirá en el mundo odio ni destrucción de nadie.
El amor al enemigo no es una enseñanza secundaria de Jesús. Su llamada quiere implantar en la historia una actitud nueva ante el enemigo porque quiere eliminar en el mundo el odio y la violencia. Quien se siente Hijos de Dios no alimentará el odio contra nadie, buscará el bien de todos incluso de sus enemigos. Esta es la invitación que Jesús nos hace a través del texto evangélico.
Amar al enemigo significa, antes que nada, no hacerle mal, no buscar ni desearle daño. No hemos de extrañarnos si no sentimos amor alguno hacia él. Es natural que nos sintamos heridos o humillados. Nos hemos de preocupar cuando seguimos alimentando el odio y la sed de venganza.
Pero no se trata solo de no hacerle mal. Podemos dar un paso más hasta estar incluso dispuestos a hacerle el bien si lo encontramos necesitado. No hemos de olvidar que somos más humanos cuando perdonamos que cuando nos vengamos alegrándonos de su desgracia.
El perdón sincero al enemigo no es fácil. En algunas circunstancias a la persona se le puede hacer en aquel momento prácticamente imposible liberarse del rechazo, el odio o la sed de venganza. No hemos de juzgar a nadie desde fuera. Solo Dios nos comprende y perdona de manera incondicional, incluso cuando no somos capaces de perdonar.
Jesús no está pensando en que los queramos con el afecto y el cariño que sentimos hacia nuestros seres más queridos. Amar al enemigo es, sencillamente, no vengarnos, no hacerle daño, no desearle el mal. Pensar, más bien, en lo que puede ser bueno para él. Tratarlo como quisiéramos que nos trataran a nosotros.
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