Es de una viveza exquisita la forma en que se mueven los protagonistas de la parábola: el dueño de la finca, que siembra buena semilla de acuerdo a un estupendo proyecto; un misterioso enemigo que trabaja en los descuidos y en la noche, y cuyo rostro no podemos ver; y unos labradores enamorados del campo y de la vida, que se sienten impotentes ante el avance de la cizaña. Ellos, en quienes nos vemos reflejados, proponen una solución errónea y desproporcionada para acabar con el mal: arrancarlo de raíz, sin ser conscientes que de esa manera iban a morir muchas espigas de buen trigo, poniendo en peligro toda la cosecha. Es, como muchas veces queremos extirparlo, “matando moscas a cañonazos”. Además, ¿quién distingue perfectamente -al ser casi iguales- el trigo de la cizaña?
El mal, que germina en todos los campos de lo humano, florece ocultando los grandes logros de la persona y de su Historia. Hace mucho ruido, crece en la noche, se da cuenta de su avance en todas las noticias y corrillos… Pero no se hace dueño del campo. La vida está por encima de todo mal, no se rinde y sigue ofreciendo a diario sus frutos. ¿Por qué no habría de vencer el trigo? ¿Y si sus raíces fueran capaces de convertir las de la cizaña?
La solución de Dios, el dueño del campo de la parábola, está en controlar los tiempos, creyendo en la fuerza del bien; su poder no es omnipotencia, sino confianza en los efectos que sus ritmos producen en las personas. Cuando el remedio es peor que el mal que intenta combatir, se impone mirar con confianza evangélica la realidad, respetando los procesos de lo humano, los ritmos lentos con los que Dios escribe en las personas, los momentos únicos en los que cada uno, cada una, aprendemos y cambiamos… ¿Me hago consciente de esos procesos en mi vida y en los demás? ¿Soy de los que cuentan las historias desde los malos o desde los tiempos que el bien necesita para hacerse fuerte?
El valor de lo pequeño: la semilla de mostaza y la levadura
El texto concluye con estas dos pequeñas parábolas que afianzan el valor de las cosas pequeñas. La comparación sorprende por el desfase entre el pequeño comienzo (la pizca de levadura y la diminuta semilla) y el gigantesco resultado final. ¿Qué pasa en el medio? Ahí hay procesos: los efectos de la vida, la paciencia, la dinámica propia del crecimiento. Cuando cogemos el bisturí e ignoramos los procesos, entonces nada funciona, nada tiene sentido. Si los respetamos desde la confianza, entonces veremos sus frutos.
La mostaza y la levadura son una llamada a la esperanza, a confiar en la fuerza pequeña y oculta que enreda y mueve lo humano y todos sus ritmos. El Reino de Dios, dice Mateo a sus oyentes de entonces y de ahora, trabaja en lo escondido, y tiene una fuerza invisible que no podemos imaginar. Capaz de vencer al mal y todas sus obras. Basta mirar con esperanza… También en estos tiempos de virus, crisis y mal humor… ¿Seremos capaces de confiar en que Dios conduce la Historia y sigue construyendo Reino? ¿Nos pondremos de su parte o seremos de los que bloquean su proyecto?
Fr. Javier Garzón Garzón
Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/19-7-2020/pautas/
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