El Evangelio de hoy nos trae un conocido episodio que, con diferentes matices, encontramos también en los evangelios de Marcos y Juan: Jesús camina sobre las aguas del lago de Genesaret o Tiberíades (el llamado Mar de Galilea).
Este episodio recuerda, inevitablemente, otro de la vida de Jesús: el de la tempestad calmada (Mt 8, 23; Mc 4, 35; Lc 8, 22). De nuevo una barca en la que se encuentran los discípulos, una situación de peligro en la que Jesús interviene trayendo la salvación y reclamando fe y una reacción de admiración y reconocimiento por parte de los discípulos hacia el Maestro.
Los discípulos no saben cómo interpretar aquella visión, piensan que puede ser un fantasma. Ante su temor, Jesús les transmite ánimo y paz a través de su palabra. Y Pedro, como en otras ocasiones, recurre a la autoridad del Maestro y le pide poder ir junto a él, aunque ello suponga algo tan imposible como caminar sobre el agua. Al principio todo va bien, porque Pedro tiene puesta toda su confianza en el mandato de Jesús: “Ven”. Esa confianza le hace capaz ni más ni menos que de caminar sobre las aguas. Pero la fuerza del viento le asusta, surgen las dudas y comienza a hundirse. Pedro de nuevo recurre a Jesús, le pide que le salve, y Jesús le rescata del peligro. “¿Por qué has dudado?” le pregunta el Maestro. Como consecuencia de todo lo sucedido se produce la confesión de fe: “Realmente eres Hijo de Dios”.
Los teólogos medievales conocían poco del contexto histórico de la época de Jesús. Aún no se habían desarrollado suficientemente las herramientas propias de las ciencias históricas y por eso identificaban la literalidad del texto bíblico con los acontecimientos históricos. Pero, aún así, tenían muy claro que la finalidad del relato bíblico no era hacer un reportaje de lo sucedido. La Escritura tiene un sentido profundo, decían, que va más allá de lo que literalmente dice el texto. Es evidente: el mero hecho de que Jesús y Pedro caminen sobre el agua, por sí solo no genera mucho más que fascinación o desconcierto. La cuestión es qué nos está diciendo el hecho sobre Jesús, sobre sus discípulos, y sobre nuestra relación con él.
La Palabra de Jesús nos saca de la parálisis del miedo y, si confiamos en él, nos hace capaces de caminar sobre las dificultades, por grandes que estas sean. Siempre escucha nuestra oración y nos auxilia, aunque nos ahoguen las dudas y solo nos quede fe para pedir ayuda.
D. Ignacio Antón O.P. - Fraternidad de Laicos Dominicos de Atocha (Madrid)
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