“Preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera” (Is 25,6). El profeta Isaías anuncia un futuro descrito con los colores y sabores de un banquete de fiesta. Todos los pueblos de la tierra acudirán al monte del Señor, es decir, a su templo de Jerusalén.
Pero a la promesa del banquete acompañan otros importantes motivos de alegría: el olvido de los fracasos del pueblo, la superación del dolor y de las lágrimas, de los lutos y aun de la muerte. Todo un horizonte nuevo para la esperanza.
El piadoso israelita responde a esa invitación manifestando el deseo de llegar hasta el templo de Dios: “Habitaré en la casa del Señor por años sin término” (Sal 22).
Desde la cárcel, a la que le han enviado un donativo, san Pablo da las gracias a los fieles de Filipos. Con toda delicadeza les dice que no deberían molestarse por él. Está acostumbrado a andar holgado y a pasar necesidad. Y, sobre todo, les manifiesta el motivo de su paz: “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Flp 4,13).
EL TRÍPTICO
En el evangelio que hoy se proclama (Mt 22,1-14) se nos ofrece una parábola que se abre ante nuestos ojos como un tríptico. En él se muestran tres escenas que suscitan en nosotros sentimientos muy diversos.
El primer cuadro presenta a un rey que celebra la boda de su hijo con un espléndido banquete. Es fácil imaginar la alegría y el ambiente de fiesta que se prepara. Los creyentes sabemos que Dios quiere celebrar la alianza de su hijo con esta humanidad nuestra. Y sabemos que Dios no nos impone una carga, sino que nos invita a una fiesta.
El segundo cuadro nos presenta el triste espectáculo de los invitados que se excusan para no participar en el banquete. Las primeras comunidades cristianas pensaron en los hermanos de la primera alianza que se negaban a aceptar en Jesús al Hijo de Dios. Pero nosotros hemos de revisar los intereses que nos llevan a ignorar la invitación de Dios.
El tercer cuadro presenta ante nosotros a los pobres que han sido invitados por los caminos para participar en el banquete. Entre ellos hay uno que no viste adecuadamente. Las primeras comunidades entendieron que no bastaba llamarse cristianos. Era necesario vivir como tales. Ese detalle es también un criterio para nuestro comportamiento.
GRACIAS Y PERDÓN
Como en tantas otras ocasiones, esta parábola es un evangelio en el evangelio. Es decir, es un buen resumen del anuncio de la salvación.
• En efecto, la parábola nos habla de Dios. Y nos dice que es generoso, que piensa en nosotros, que nos convida a una fiesta, que espera que aceptemos su llamada.
• Además, la parábola denuncia a todos los que se atreven a despreciar la invitación de Dios, considerando que sus propios planes, proyectos e intereses son más importantes.
• La parábola recuerda a todos los pobres y proscritos de este mundo, que son también invitados a la fiesta que Dios ha organizado.
• Y finalmente, la parábola nos enseña que la generosidad de Dios no puede convertirse en una fácil excusa para que podamos vivir irresponsablemente.
Por una parte el evangelio pone de manifiesto la autosuficiencia de quienes ignoran la voluntad, el amor y la llamada de Dios. Y por otra parte, denuncia la frivolidad de los que, confiados en la magnanimidad de Dios, no se preocupan de honrarle como se debe.
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