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Evangelio Mt 10,26-33 (TOA12-23)
El evangelio de Mateo 10,26-33 viene a ser como una respuesta al texto que se lee en la primera lectura sobre las confesiones de Jeremías. Allí podíamos sacar en consecuencia que, ante este tipo de experiencias proféticas, el silencio de Dios puede llevar a un callejón sin salida. Ahora, la palabra de Jesús es radical: no temáis a los hombres que lo único que pueden hacer es quitar la voz; pero incluso en el silencio de la muerte, la verdad no quedará obscurecida. Esta es una sección que forma parte del discurso de misión de Jesús a sus discípulos según lo entiende Mateo.
No es un texto cómodo, justamente porque la misión del evangelio debe enfrentarnos con los que quieren callar la verdad, y es que la proclamación profética y con coraje del evangelio, da la medida de la libertad y de la confianza en Dios. Cuando se habla de alternativa radical se entiende que hay que sufrir las consecuencias de confiar en la verdad del evangelio de Jesús. Aunque la verdad no está para herir, ni para matar, ni siquiera para condenar por principio, sino a "posteriori", es decir, cuando se niega la esencia de las cosas y del ser.
Se ha de tener muy presente, en la lectura del texto, que no es más importante el profeta que su mensaje, ni la misión del evangelizador que el evangelio mismo. Por eso es muy pertinente la aclaración de: lo que "os digo en secreto" -que es la "revelación" de la verdad del evangelio y del reino de Dios, mensaje fundamental de Jesús-, no lo guardéis para vosotros. Eso es lo que se debe proclamar públicamente, porque los demás también deben experimentarlo y conocerlo. No está todo en una adhesión personal, sino en el sentido "comunicativo". La dialéctica entre secreto/proclamación no obedece a los parámetros de los "mass media", sino más bien a la simbología bíblica de luz/tinieblas que se experimenta en la misma obra de la creación y transformación del caos primigenio. Es como una autodonación, tal como Dios hizo al principio del mundo.
Tampoco está todo en hacer una lectura de la verdad del evangelio con carácter "expansivo", sino transformador. De esa manera cobran sentido las palabras sobre los mensajeros, las dificultades de ser rechazados y la exhortación a una "autoestima" cuando se lleva en el alma y en el corazón la fuerza de la verdad que ha de trasformar el mundo y la historia. Jesús pronunció estas palabras recogidas por Mateo, en el discurso de misión, sabiendo que el rechazo de los mensajeros estaba asegurado. Por eso se debe tener el "temple profético" para dejarse seducir por Dios y no por el temor a los poderosos de este mundo. No se trata solamente de ser combativos, dispuestos a la polémica, sino de creer en la verdad del evangelio que, no mata, sino que trasforma.
Fray Miguel de Burgos Núñez
La Alianza y el Reino Mt 9,36-10,8 (TOA11-23)
“Si de veras me obedecéis y guardáis mi alianza, seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra. Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa” (Éx 19,5-6). Ese es el mensaje que Dios confía a Moisés en la motaña para que lo transmita a su pueblo.
Ser propiedad de Dios es un honor y debería ser una responsabilidad. Quien se sabe elegido por Dios nunca debería aceptar ser dominado por poderes inhumanos. Al mismo tiempo, esa pertenencia a Dios señala la vocación de todo un pueblo. Queda consagrado a Dios y es llamado a vivir en santidad.
Con el salmo responsorial, confesamos que nos sentimos herederos de aquella elección divina: “Nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño” (Sal 99).
Hemos sido elegidos gratuitamete. Cristo ha entregado su vida por nosotros. Por él hemos obtenido la reconciliación, como escribe san Pablo a los Romanos (Rom 5,6-11)
LA LEPRA Y LOS DEMONIOS
En el evangelio de este domingo undécimo del tiempo ordinario (Mt 9,36–10,8) se nos dice que Jesús envió a sus discípulos con una misión que parecía imposible: “Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios”. Jesús les hacía partícipes y continuadores de su propia misión.
Es verdad que a lo largo de dos milenios la fuerza de la fe ha puesto salud donde había enfermedad y proyectos de vida donde reinaba la muerte. Pero aquel encargo tenía un sentido más amplio. Los discípulos de Jesús habrían de poner esperanza donde solo había motivos para la desesperación. Limpiar la lepra –y todas las lepras- es una tarea que sobrepasa el ingenio médico y exige el esfuerzo sincero de la solidaridad mundial.
A veces imaginamos la expulsión de los demonios como una lucha casi imposible contra un monstruo indomable. Y así es en realidad. Sin embargo, olvidamos que lo demoníaco, siempre monstruoso, se esconde bajo formas políticamente correctas, como tantas veces repite el papa Francisco. Solo la fe puede desenmascararlo y dominarlo.
EL ENVÍO Y EL ANUNCIO
Esos cuatro encargos de Jesús se encuentran insertos en una especie de decálogo para la misión. Pero hay dos órdenes que parecen fundamentales.
• “Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca”. Anunciar la cercanía y la presencia de Dios es la tarea de todo cristiano. Pero el anuncio ha de ir acompañado de gestos creíbles y eficaces de servicio a los enfermos y leprosos de esta tierra.
• “Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca”. Ese anuncio obliga a la Iglesia a reconocer la distancia que hay entre ella y el reinado del Dios al que anuncia como cercano. Y la lleva a esforzarse por sembrar semillas de vida en una cultura de la muerte
• “Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca”. El anuncio recuerda al mundo entero que no cabe ignorar lo demoníaco de las decisiones antihumanas. Descubrirlo con lucidez y rechazarlo con energía es el primer paso para crear una sociedad nueva.
Misión compasiva Mt 9,36-10,8 (TOA11-23)
1. El evangelio nos ofrece el testimonio de la elección de los Doce y su misión, en la perspectiva de un nuevo pueblo de la Alianza. Debemos notar una diferencia con la teología de la Iª Lectura donde la fuerza de la Alianza se resolvía en la identidad de un pueblo de sacerdotes y apartado del mundo por la santidad. Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, ha venido a dar un nuevo rostro más humano a este pueblo. Ya no es la teología de lo sagrado lo que prevalece, sino la identidad de un pueblo sencillo, perdido, débil, sin pastores, sin santidad aparente. Para esto se instituye a los "Doce", cuya misión no será apartarlo de los demás pueblos, sino curar sus heridas, sus miserias y atender a sus necesidades más perentorias.
2. Y el verdadero modelo es el mismo Jesús que nos es presentado como el "pastor" que "se compadece" del pueblo. Se usa un verbo de una gran trascendencia bíblica (splagnízomai), que indica el estremecimiento del seno materno ante su hijo, actitud que nunca desaparece de una madre, incluso cuando ya su hijo se ha alejado de ella. Esto, pues, habla a las claras del amor gratuito, activo y generoso de quien se siente parte del otro y sufre con el otro. En Mateo, este verbo es utilizado varias veces (Mt 14,14; 15,32; 20,34; cf. 18,27) para hablar de la bondad y la misericordia de Jesús que lo lleva a actuar para aliviar las miserias del pueblo. Actúa como pastor, pero se quiere decir que actúa como una madre.
3. Por eso los "Doce", que son el signo de un nuevo pueblo que Jesús ha querido congregar, deberán ser "pastores" que no hagan lo que los sacerdotes de la religión antigua hicieron: no se compadecieron del pueblo por tal de poner a salvo la "santidad" de Yahvé. El pueblo está enfermo y necesita a una madre que tenga entrañas de misericordia. Que cure las enfermedades, que ponga su seno materno donde crece la gratuidad y la cercanía del Dios salvador. Porque es Dios mismo quien quiere presentarse así, como una madre más que como un Dios que abusa de su santidad, de su lejanía, de su misterio.
4. Jesús se presenta como modelo para la misión, que Mateo proyecta extraordinariamente en el "discurso de la misión" (Mt 10). Es verdad que este evangelio de Mateo se ha fijado expresamente, todavía, en el pueblo de Israel (las ovejas perdidas de la casa de Israel). No obstante aquí ya están puestos los fundamentos de una misión menos nacionalista, para que los Doce puedan llegar a todos los hombres, ya que el nuevo pueblo de Dios no puede estar separado de los demás, sino que debe estar en comunión con todos los pueblos de la tierra. Desde luego, la compasión de Jesús destruye, sin duda, el nacionalismo endógeno del pueblo de la Alianza. Con Jesús, pues, más que del pueblo de la Alianza se debe hablar de la "humanidad compadecida".
El pan de la Vida Jn 6,51-58 - Corpus Christi
“Recuerda todo el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto… Él te afligió haciéndote pasar hambre y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para enseñarte que no solo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios” (Dt 8,2-3).
En los discursos del Deuteronomio se exhorta a Israel a mantenerse fiel al Dios de la liberación. El maná sostuvo su lenta peregrinación por el desierto. Aquel alimento había de ser siempre recordado y agradecido como una prueba del amor de Dios hacia su pueblo. Y además, lo invitaba a reconocer el valor de la palabra de Dios.
Ante la indiferencia de algunos cristianos de Corinto hacia las necesidades de sus hermanos, san Pablo les recuerda que el cuerpo y la sangre de Cristo son fuente y estímulo para mantener la unión en la comunidad: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan” (1 Cor 10,17).
VIDA ETERNA
El evangelio que se lee en esta fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo recoge una parte del discurso que, después del reparto de los panes y los peces, Jesús pronunció en la sinagoga de Cafarnaúm (Jn 6,51-58). En él sobresalen importantes revelaciones.
• En Sicar, Jesús se revelaba a la Samaritana como el que puede dar el agua que salta hasta la vida eterna. Ahora, en Cafarnaúm se revela como el pan vivo que da la vida. Solo él puede calmar nuestra sed y saciar nuestra hambre. La carne y la sangre del Hijo del Hombre resumen su persona, su vida y su enseñanza. Son verdadera comida y verdadera bebida. Ahí está la verdadera vida y la promesa de la resurrección.
• Además, Jesús revela que su Padre vive y que él vive por el Padre. Del mismo modo, quien se alimenta de Cristo, vive de Cristo y vive para los demás. Como ha dicho el papa Francisco, “en la eucaristía contemplamos y adoramos al Dios del amor. Es el Señor que no quebranta a nadie sino que se parte a sí mismo. Es el Señor que no exige sacrificios sino que se sacrifica a sí mismo. Es el Señor que no pide nada sino que entrega todo. Para celebrar y vivir la eucaristía también nosotros estamos llamados a vivir este amor” (Homilía del día 6.6.2021).
RECUERDO Y ENTREGA
Jesús recuerda el maná que había alimentado a los hebreos en el desierto. Y ofrece una promesa sobre la vida que comporta el alimento que él ofrece a sus seguidores.
• “Este es el pan que ha bajado del cielo”. Los creyentes en Jesucristo no despreciamos el pan que nos viene de la tierra y del trabajo humano. Pero recibimos y agradecemos como un don impensable el verdadero Pan que nos ha venido del cielo, es decir de la bondad divina.
• “No como el de vuestros padres que lo comieron y murieron”. Los seguidores de Jesús valoramos el camino que llevó a nuestros hermanos hebreos hacia la libertad. Pero sabemos y creemos que Cristo es el nuevo maná nos sostiene en nuestro camino de liberación.
• “El que come este pan vivirá para siempre”. Los cristianos estimamos y valoramos los deseos de vida y de progreso integral de todos nuestros hermanos. Pero creemos que el cuerpo y la sangre de Cristo son semilla de una vida que no tiene fecha de caducidad.
El pan de una vida nueva, resucitada Jn 6,51-58 - Corpus Christi
1.El texto de Juan es una elaboración teológica y catequética del simbolismo del maná, el alimento divino de la tradición bíblica, que viene al final del discurso sobre el pan de vida. Algunos autores han llegado a defender que todo el discurso del c. 6 de Jn es más sapiencial (se entiende que habla de la Sabiduría) que eucarístico. Pero se ha impuesto en la tradición cristiana el sentido eucarístico, ya que Juan no nos ha trasmitido la institución de la eucaristía en la última cena del Señor.
2. Este discurso de la sinagoga de Cafarnaún es muy fuerte en todos los sentidos, como es muy fuerte y de muy altos vuelos toda la teología joánica sobre Jesús como Logos, como Hijo, como luz, como agua, como resurrección. Se trata de fórmulas de revelación que no podemos imaginar dichas por el Jesús histórico, pero que son muy acertada del Jesús que tiene una vida nueva. Desde esta cristología es como ha sido escrito y redactado el evangelio joánico.
3. El evangelio de Juan, con un atrevimiento que va más allá de lo que se puede permitir antropológicamente, habla de la carne y de la sangre. Ya sabemos que los hombres ni en la Eucaristía, ni en ningún momento, tomamos carne y sangre; son conceptos radicales para hablar de vida y de resurrección. Y esto acontece en la Eucaristía, en la que se da la misma persona que se entregó por nosotros en la cruz. Sabemos que su cuerpo y su sangre deben significar una realidad distinta, porque El es ya, por la resurrección, una persona nueva, que no está determinada por el cuerpo y por la sangre que nosotros todavía tenemos. Y es muy importe ese binomio que el evangelio de Juan expresa: la eucaristía-resurrección es de capital importancia para repensar lo que celebramos y lo que debemos vivir en este sacramento.
4. El evangelista entiende que comer la carne y beber la sangre (los dos elementos eucarísticos tradicionales) lleva a la vida eterna. Es lo que se puso de manifiesto en la tradición patrística sobre la “medicina de inmortalidad”, y lo que recoge Sto. Tomás en su antífona del “O sacrum convivium” como “prenda de la gloria futura”. Y es que la eucaristía debe ser para la comunidad y para los individuos un verdadero alimento de resurrección. Ahora se nos adelanta en el sacramento la vida del Señor resucitado, y se nos adentra a nosotros, peregrinos, en el misterio de nuestra vida después de la muerte.
5. Esta dimensión se realiza mediante el proceso espiritual de participar en el misterio del “verbo encarnado” que en el evangelio de Juan es de una trascendencia irrenunciable. No debe hacerse ni concebirse desde lo mágico, sino desde la verdadera fe, pues de lo contrario no tendría sentido. Por tanto, según el cuarto evangelio, el sacramento de la eucaristía pone al creyente en relación vital y personal con el verbo encarnado, que nos lleva a la vida eterna.
Los grandes dones de Dios Jn 3,16-18 (TOA8-23)
“El Señor, el Señor: un Dios clemente y misericordioso, paciente, lleno de amor y fiel” (Éx 34,7). Así se presenta a Moisés el mismo Dios en lo alto del monte Sinaí.
El pueblo de Israel había quebrantado la alianza de Dios, adorando a un becerro de oro. Al darse cuenta de lo que había ocurrido en su ausencia, Moisés lanza contra las rocas las dos tablas de piedra en que estaban escritos los mandamientos.
Después Moisés regresa al monte Sinaí con las nuevas tablas que sustituyen a las antiguas. El Señor se muestra benigno, compasivo y dispuesto a renovar la alianza. Y Moisés le ruega que acompañe a su pueblo, aunque sea un pueblo rebelde.
Con el estribillo del canto tomado del libro de Daniel nosotros tratamos de responder al perdón que Dios nos brinda: “A ti gloria y alabanza por los siglos” (Dan 3,52-56).
San Pablo desea a los corintios que el Dios Trinidad les conceda tres dones sagrados: la gracia de Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo (1Cor 13,11-13).
LA CONDENACIÓN
El evangelio que se proclama en esta fiesta de la Santísima Trinidad recoge una parte de los comentarios que el evangelista añade a las palabras que Jesús dirige a Nicodemo (Jn 3,16-18). En este breve texto llaman la atención tres alusiones a la condenación.
• “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo”. En una sociedad que condena a los inocentes y ensalza a los asesinos, es preciso repetir que Jesús no ha sido enviado a condenar a este mundo. No podemos olvidar que Jesús pasó por el mundo haciendo el bien.
• “El que cree en él no será condenado”. Creer en Jesucristo no equivale a afirmar algunas verdades abstractas. La fe no se limita a repetir algunos ritos o ceremonias. Creer en Jesús es aceptarlo como Salvador. Quien se identifica con él no será condenado.
• “El que no cree en él ya está condenado”. Nadie será condenado en el futuro por no haber creído en Jesucristo. La condena la realiza ya en el presente quien rechaza su luz y su verdad por haber decidido vivir en la tiniebla.
Y LA VIDA ETERNA
Pero Jesús ofrece a Nicodemo una admirable revelación: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna” (Jn 3,16). Esa manifestación nos ayuda a descubrir tres grandes dones de Dios:
• El amor de Dios al mundo.” El amor de Dios sostiene el mundo material y, más aún, el mundo social en el que nos insertamos. Evidentemente, Dios no puede dejar de amar al mundo que él mismo ha creado para derramar sobre él su bondad.
• La entrega de Jesús y la fe. Si es cierto que el amor de Dios se muestra en la creación y en la providencia, sabemos y creemos que se revela sobre todo en el envío de su Hijo. Creer en Jesucristo es aceptarlo como Señor y Salvador de nuestra existencia.
• La vida eterna. La vida es el primero de los dones de Dios. Por eso, la vida humana ha de ser acogida con generosidad y defendida con responsabilidad. Pero saber que nuestra vida puede ser eterna en Dios es el mayor premio a esa fe, que también nos ha sido dada.
De la noche a la luz: Dios da vida en Jesús Juan 3,16-18 (TOA8-23)
1.El evangelio de esta fiesta se toma de Juan y nos propone uno de los elementos más altos de la teología joánica. En el diálogo que Jesús mantiene con Nicodemo, el rabino judío que vino de noche para hablar y dialogar a fondo con Jesús, se muestra, con rasgos insospechados, la razón de la encarnación, el que el “Verbo se hiciera carne” que resuena desde el aria del prólogo. Es lógico pensar que Jesús de Nazaret y Nicodemo no hablaran en estos mismos términos, sino en otros más simples y sencillos. Por tanto, es el evangelio de Juan (sus redactores) quien remonta el vuelo de la teología y lo expresa con fórmulas de fe inauditas.
2. La encarnación del Hijo se explica por el amor que Dios siempre ha tenido al mundo. Es la consecuencia de esa fidelidad de generación en generación con que se había expresado la revelación de Dios a Moisés en el Sinaí. Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo; quien cree en él experimenta la verdadera salvación. Podemos discutir mucho el origen de este texto en la redacción de la teología joánica, pero no podemos negar su verdadera inspiración teológica. Esta es una de las cumbres de la “revelación” de Dios en el NT. Dios no ha venido al mundo para condenar, o para juzgar, sino para “salvar”. Todo lo que no sea asumir eso como chispazo, es una distorsión teológica de los que no se fían de Dios o de los que le tienen un miedo desalmado.
3. La teología, pues, debe ser una verdadera terapia espiritual y psicológica para todas las personas que buscan a Dios… pero que huyen de él si Dios no se acerca, si no “se queda” a nuestro lado, si no es compasivo y misericordioso. Está en juego la misma libertad del ser humano –don de Dios, decimos-, para ser o no ser religiosos. Si aceptamos, pues, la teología del NT, en su diversidad, como fundamento de nuestra fe, esta lección del evangelio de Juan debe ser de verdadera “iluminación”. El diálogo entre Jesús y Nicodemo es propicio para inaugurar una búsqueda nueva en el judaísmo y en cualquier religión que merezca la pena. Incluso desde el cristianismo debemos repensar lo que este diálogo nos proporciona en la relación del hombre con Dios.
4. “Tener vida” es uno de los conceptos claves de la teología joánica. Sabemos que se refiere a la vida espiritual, lo más interior y profundo de ser humano. Es verdad que no se trata de una vida biológica, ni del quedarse en este mundo, aunque sea arrastrándonos. Y no sería “religioso” entenderlo de otra manera, ni de confiar en un ídolo poderoso que nos garantice nuestros caprichos de vida. Pero también la vida biológica-psicológica está contemplada en esta propuesta de la encarnación, en el Cur Deus homo? Sencillamente porque la “Trinidad”, más que un conglomerado sustancial y metafísico de esencia, personas o naturalezas, es un misterio insondable de dar vida, de amar sin medida, de liberar de angustias y “pesos” muertos… El Dios de la Biblia, el Dios trinitario -el Padre, el Hijo y el Espíritu-,nos ha dado la vida, para vivir con Él la vida verdadera, que nos ha revelado en Jesús y que nos ofrece por su Espíritu.
Fray Miguel de Burgos Núñez