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Las Buenas noticias de Dios liberan Mc 1,21-28 (TOB4-24)
1. El evangelio de Marcos nos presenta la primera actuación de Jesús después de haber llamado a los discípulos. Entran en Cafarnaún y después en la sinagoga. Este es un relato que forma parte de un conjunto teológico, formal y literario, que se conoce como la “jornada de Cafarnaún (1,21-3,6)”. El evangelio de hoy es digno de consideración y de reflexión porque casi siempre se ha leído de una forma neutral o insustancial. Pero esta escena tiene mucho de programa en el evangelio de Marcos. Cuando en Mc 1,14-15 se anunciaba el tiempo nuevo, es ahora cuando se va a describir por qué es verdaderamente nuevo y cuál es su alcance. Los personajes son la “gente” y un “endemoniado”, es decir, los sencillos y los oprimidos. No tendría sentido que tratemos de identificar la “patología” de este enfermo, porque yo considero que la “patología”, además de psicológica, viene a ser espiritual y teológica y, por lo mismo, no menos humana.
2. Comienza en el día del sábado, dedicado al descanso para escuchar la palabra de Dios. Varias cosas debemos retener de esta narración: Jesús es invitado a comentar las Escrituras, y desde el comienzo, su enseñanza provoca la admiración, con toda seguridad por lo que dice. La gente le reconoce «autoridad» (exousía), cuando sabemos que Jesús no se había formado a los pies de un rabino, sino que todo lo sacaba de sí mismo, desde su experiencia interior. Ello pone de manifiesto que está en sintonía profética con Dios, y, por lo mismo, que se está cumpliendo lo previsto en el texto de Dt 18. Debemos entender que aquí la autoridad tiene ese sentido de fuerza profética que no se puede aprender en escuela alguna ni con ningún maestro de la ley. Al principio y al final del relato el coro de la gente se hace testigo de algo nuevo e inaudito. El “exorcismo”, como centro del relato, es la excusa “histórica” para que la gente respire con la llegada de este profeta a la sinagoga.
3. Le gente intuye que no es un comentador ramplón de textos de la Ley o de los Profetas, sino un verdadero creador de buenas noticias, con las que ha de enfrentarse a todas las situaciones (en cumplimiento de Mc 1,14-15). Es verdad que el texto no nos dice lo que Jesús hablaba, porque el objetivo en este caso es poner de manifiesto la “fuerza” liberadora y salvadora de su palabra en aquel personaje misterioso que se siente provocado por la explicación que Jesús hace de la Escritura. No sabemos si está comentando un texto de la Torah (de la ley) o de los profetas, como sucede en la narración de Lucas, en Nazaret (Lc 4,16ss). Pero el espíritu del relato apunta claramente al mismo tenor de las buenas noticias, por las que al hombre “enfermo” le aflora lo “endemoniado” que siempre había creído ser, como le habían enseñado tradicionalmente los “teólogos” y terapeutas de siempre.
4. La mentalidad de la época sobre el “endemoniado” debe tenerse muy en cuenta a la hora de leer e interpretar este relato. La palabra profética de Jesús hace que de aquél hombre salgan sus males, su misma mentalidad demoníaca, que le había provocado la “doctrina” tradicional y a-teológica de los encargados de la sinagoga. Es muy posible que algunos interpreten la capacidad de Jesús para enfrentarse como un psicoterapeuta al enfermo… pero sería demasiado técnico este asunto, Hay un trasfondo religioso y teológico, que no podemos olvidar. Si era un enfermo, estaba pagando alguna falta; esa era la tesis tradicional en el judaísmo de la época. ¿No era eso para endemoniarse? Jesús, pues, rompe barreras; pone de manifiesto la falsedad de una teología que atribuye a Dios lo que es de los hombres, de sus mentalidades cerradas y anquilosadas en el pasado y en un Dios sin corazón. Su interpretación hace de la sinagoga un verdadero ámbito de libertad, donde se escuchan palabras de vida y no de muerte.
5. En este relato tan particular se enfrentan dos mundos, el del enfermo y endemoniado con su doctrina y su mundo roto en mil pedazos y el del Jesús, el profeta que, de parte de Dios, anuncia un tiempo nuevo. Incluso los enfermos se resisten a dejar de ser lo que eran, o los que los otros querían que fueran. Su venganza es decir quién es Jesús, el “santo de Dios”, y esto en el evangelio de Marcos es como romper “el secreto mesiánico” que solamente había de revelarse en el fracaso de la cruz (allí lo hará un centurión pagano, Mc 15). Pero ya aquí se adelanta algo del triunfo de Jesús. Al revelar el “endemoniado” quién era Jesús, estaba poniendo de manifiesto que era capaz de reconocer la mano de Dios, como la gente, donde los encargados y dirigentes de la “palabra” y de las cosas de Dios solamente se ocupaban de condenar y de privar de dignidad y libertad a las personas. Este, y no otro, es el sentido de este relato que, sin duda, tiene cosas históricas de la praxis de Jesús de Nazaret. Pero lo más importante son sus significaciones, expresadas simbólicamente y no por ello menos reales, para los que acogen el mensaje nuevo de Jesús: las buenas noticias de parte de Dios, liberan psíquica y espiritualmente.
¿Qué buscáis? Jn 1,35-42 (TOB2-24)
“El Señor se presentó y llamó como las veces anteriores: «Samuel, Samuel». Respondió Samuel: «Habla, que tu siervo escucha»” (1Sam 3,10). El nacimiento de Samuel había sido un maravilloso don de Dios. Cumpliendo su propia promesa, su madre, Ana, lo había ofrecido al Señor en el templo de Siló, donde se encontraba el Arca de Dios (1 Sam 1,28).
Allí Samuel escucha por tres veces una voz que lo llama en medio de la noche. El niño cree que es el sacerdote Elí quien lo llama y se acerca hasta él. Pero el sacerdote le indica que se disponga a escuchar la voz del Señor. Eso es lo que hace Samuel y Dios le comunica un mensaje que él ha de transmitir al mismo sacerdote.
El salmo responsorial nos lleva a repetir una oración que recuerda la docilidad de aquel niño: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” (Sal 39).
La segunda lectura evoca el ambiente corrompido en el que viven los cristianos de Corinto. San Pablo les recuerda la dignidad del cuerpo humano (1Cor 6,13-20). Nosotros sabemos que hemos sido comprados por Cristo a un precio muy alto.
LA BÚSQUEDA
En el evangelio que hoy se proclama (Jn 1,35-42) aparece una vez más la figura de Juan Bautista. Mirando a Jesús que pasa, se dirige a dos de sus discípulos y les dice: “Este es el Cordero de Dios”. Esa indicación los lleva a seguir a Jesús. El texto recoge el diálogo.
• “¿Qué buscáis?” Esas son las primeras palabras de Jesús que aparecen en el evangelio de Juan. Esa pregunta inicial la dirigirá Jesús en el huerto de Getsemaní a los que llegan a prenderlo. Y la repetirá también a María Magdalena el primer día de la semana.
• “Maestro, ¿Dónde vives?” Al creyente le preguntan: “¿Dónde está tu Dios?” (Sal 42,3-5). Las gentes de Israel llegan al templo de Jerusalén buscando a Dios (Sal 27,8). Pero ahora para poder encontrar a Dios es preciso preguntar dónde vive Jesús, que es su Cordero.
• “Venid y lo veréis”. El humo y el fragor del Sinaí infundían terror a las gentes de Israel (Éx 20,18). Una y otra vez serían invitadas a “escuchar” la voz de Dios (Dt 4,1). Pero ahora la palabra de Dios se ha hecho carne. Ha llegado el momento de “ver” a su enviado.
EL ENCUENTRO
Nuestra curiosidad nos lleva a preguntarnos qué diría Jesús aquella tarde a los dos discípulos de Juan. El texto evangélico incluye tres pasos para indicar que aquel encuentro no los dejó indiferentes: “Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día”.
• “Fueron”. También en esta sociedad es preciso salir de nuestra comodidad para ponernos en camino y acercarnos al que es la verdad y la vida.
• “Vieron dónde vivía”. También en este momento de la historia es necesario abrir los ojos para poder percibir la presencia del Señor entre nosotros
• “Se quedaron con él ese día”. También en este tiempo se nos ofrece la oportunidad de permanecer junto a nuestro Maestro para hacer nuestro su mensaje.
¿Dónde habitas? Jn1,35-42 (TOB2-24)
1. El evangelio de hoy nos presenta la forma en que Jesús acogió a sus primeros discípulos. No se hace por medio de una llamada concreta de Jesús, - como sucederá después con Felipe, Jn 1,43ss-, sino de otra forma distinta. Probablemente en el evangelio de Juan hay una intencionalidad manifiesta: el paso de los discípulos del Bautista a Jesús. Es una escena que viene después de la presentación que Juan el Bautista ha hecho de Jesús a sus seguidores. Por eso, como respuesta inmediata, dos de esos discípulos (uno de ellos se identifica como Andrés, el hermano de Pedro), se interesan por la vida de Jesús. De ahí la pregunta: “Maestro ¿Dónde habitas?”. No es necesario entrar en la cuestión del “otro” discípulo, que, desde luego, no es necesario identificar con el discípulo amado, y tampoco a éste con Juan el hijo del Zebedeo en cuanto autor de este evangelio, como muchos han defendido y siguen defendiendo. El evangelista subrayaba así que Juan el Bautista había cumplido su misión; ésta había terminado, y sus seguidores debían atender a aquél que él llama el «Cordero de Dios». No podemos establecer con seguridad los puntos históricos de esta narración. No sabemos a ciencia cierta si eso fue así, ya que la tradición de los evangelios sinópticos parece más primitiva y nos habla de la llamada directa de Jesús a Pedro y a su hermano Andrés, para que dejaran sus redes y le siguieran.
2. ¿Dónde vivía Jesús? No se nos dice en el relato, porque su intención es poner de manifiesto que su modo de vida es lo que se describirá a lo largo del evangelio. Han visto ya algo que fascina a estos discípulos, para dejar al Bautista y seguir a Jesús, y comunicar la noticia al mismo Pedro. Con ello, el Bautista no se encuentra desairado, porque en otro momento él mismo dice: «es necesario que El crezca y que yo disminuya» (Jn 3,30). Así, pues, una vez que Juan el Bautista ha cumplido la misión que le correspondía –según se piensa en la tradición cristiana que Juan, como los sinópticos, recoge-, llega el momento de “seguir” a Jesús, de vivir con él, de contemplar su morada. El simbolismo del evangelio joánico enriquece verdaderamente esta escena sobre la iniciativa de los discípulos. No los ha llamado el Maestro, pero Juan sí les ha trazado el camino. A veces, alguien puede descubrirnos nuestra “vocación”; lo importante es saber discernir y poder dedicarse a ello.
3. El encuentro de Pedro, con Jesús, es presentando en Juan de una forma muy particular, distinta a los sinópticos. Aquí se adelanta su hermano Andrés en su decisión a seguir al Maestro. Pero lo que importa siempre es la disposición. El que Pedro reciba un nombre nuevo “Kefas”(piedra), con todo lo que ello significa, forma parte también del misterio vocacional. Un nombre nuevo es un destino, un camino, una vida nueva, una misión. Todo esto está sugerido en esta escena vocacional. Desde luego, aceptar a Jesús, su vida, su ideas y su experiencia de Dios, no puede dejarnos donde estábamos antes. Todo ha de cambiar, sin que haya que exagerar actitudes espirituales o morales. Seguiremos a Jesús y su evangelio, y volveremos a sentir la necesidad del perdón y de la gracia, porque la debilidad nos acompaña siempre. Pero con un nombre nuevo se nos dice que el horizonte de nuestra existencia es Aquél que trae la luz y la vida al mundo, como se pondrá de manifiesto en todo el evangelio joánico.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/14-1-2024/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/
El bautismo en el Espíritu Mc1,7-11 (NAV-bautismo de Jesús)
1. En las tradiciones cristianas primitivas, el evangelio del “Hijo de Dios” (como le llama Marcos (1,1), no comienza de improviso, sin cerrar el pasado, sin romper los silencios y las noches de espera y esperanza de un tiempo nuevo. Muchos creyeron que eso había llegado con Juan el Bautista. Y esto se conserva latente en el cristianismo antes de que comenzaran a ponerse en pie las identidades de la religión nueva: el cristianismo. Hoy no se discute que Juan el Bautista fue el precursor del Jesús, al menos en la interpretación fundamental. Había, pues, que separar y decir algo de cómo todo comenzó en Galilea. Pero Jesús, que conoció al Bautista, que incluso se interesó por su causa y su predicación, no se quedó con él… Por eso el texto muestra, por medio de la escena del bautismo, la diferencia entre un proyecto penitencial y el proyecto evangélico: el bautismo en el Espíritu de Dios.
2. El texto nos habla del testimonio de Juan el Bautista sobre Jesús, quien llevará a cabo su obra, no por un bautismo de agua (aunque sea un símbolo), sino por el bautismo en el Espíritu. Es una escena cristológica de las primeras comunidades cristianas que Marcos ha asumido como inauguración solemne del ministerio público de Jesús. Es la presentación profética, pero sencilla, del que ha de revelar a Dios, sus mandamientos, su proyecto de salvación y de gracia. Jesús vino al Jordán como hombre, pero al pasar por el Jordán, como el pueblo, quedó «constituido» en el profeta definitivo del Dios de la salvación. Por eso se ha dicho que este es un relato de “vocación” profética. La escena del Bautismo de Jesús, en los textos evangélicos, viene a romper el silencio de Nazaret de varios años (se puede calcular en unos treinta). El silencio de Nazaret, sin embargo, es un silencio que se hace palabra, palabra profética y llena de vida, que nos llega en plenitud como anuncio de gracia y liberación.
3. El Bautismo de Jesús se enmarca en el movimiento de Juan el Bautista que llamaba a su pueblo al Jordán (el río por el que el pueblo del Éxodo entró en la Tierra prometida) para comenzar, por la penitencia y el perdón de los pecados, una etapa nueva, decisiva más bien, donde fuera posible volver a tener conciencia e identidad de pueblo de Dios. Jesús quiso participar en ello por solidaridad con la humanidad. Es verdad que los relatos evangélicos van a tener mucho cuidado en mostrar que ese acto del bautismo va a servir para que se rompa el silencio de Nazaret y todo el pueblo pueda escuchar que Él no es un pecador más que viene a hacer penitencia. El es el Hijo Eterno de Dios que, como hombre, pretende imprimir un rumbo nuevo en una era nueva. Pero no es la penitencia y los símbolos viejos los que cambian el horizonte de la historia y de la humanidad, sino el que dejemos que Dios sea verdaderamente el «señor» de nuestra vida.
Fray Miguel de Burgos Núñez