1. En las tradiciones cristianas primitivas, el evangelio del “Hijo de Dios” (como le llama Marcos (1,1), no comienza de improviso, sin cerrar el pasado, sin romper los silencios y las noches de espera y esperanza de un tiempo nuevo. Muchos creyeron que eso había llegado con Juan el Bautista. Y esto se conserva latente en el cristianismo antes de que comenzaran a ponerse en pie las identidades de la religión nueva: el cristianismo. Hoy no se discute que Juan el Bautista fue el precursor del Jesús, al menos en la interpretación fundamental. Había, pues, que separar y decir algo de cómo todo comenzó en Galilea. Pero Jesús, que conoció al Bautista, que incluso se interesó por su causa y su predicación, no se quedó con él… Por eso el texto muestra, por medio de la escena del bautismo, la diferencia entre un proyecto penitencial y el proyecto evangélico: el bautismo en el Espíritu de Dios.
2. El texto nos habla del testimonio de Juan el Bautista sobre Jesús, quien llevará a cabo su obra, no por un bautismo de agua (aunque sea un símbolo), sino por el bautismo en el Espíritu. Es una escena cristológica de las primeras comunidades cristianas que Marcos ha asumido como inauguración solemne del ministerio público de Jesús. Es la presentación profética, pero sencilla, del que ha de revelar a Dios, sus mandamientos, su proyecto de salvación y de gracia. Jesús vino al Jordán como hombre, pero al pasar por el Jordán, como el pueblo, quedó «constituido» en el profeta definitivo del Dios de la salvación. Por eso se ha dicho que este es un relato de “vocación” profética. La escena del Bautismo de Jesús, en los textos evangélicos, viene a romper el silencio de Nazaret de varios años (se puede calcular en unos treinta). El silencio de Nazaret, sin embargo, es un silencio que se hace palabra, palabra profética y llena de vida, que nos llega en plenitud como anuncio de gracia y liberación.
3. El Bautismo de Jesús se enmarca en el movimiento de Juan el Bautista que llamaba a su pueblo al Jordán (el río por el que el pueblo del Éxodo entró en la Tierra prometida) para comenzar, por la penitencia y el perdón de los pecados, una etapa nueva, decisiva más bien, donde fuera posible volver a tener conciencia e identidad de pueblo de Dios. Jesús quiso participar en ello por solidaridad con la humanidad. Es verdad que los relatos evangélicos van a tener mucho cuidado en mostrar que ese acto del bautismo va a servir para que se rompa el silencio de Nazaret y todo el pueblo pueda escuchar que Él no es un pecador más que viene a hacer penitencia. El es el Hijo Eterno de Dios que, como hombre, pretende imprimir un rumbo nuevo en una era nueva. Pero no es la penitencia y los símbolos viejos los que cambian el horizonte de la historia y de la humanidad, sino el que dejemos que Dios sea verdaderamente el «señor» de nuestra vida.
Fray Miguel de Burgos Núñez
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