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Nueva campaña para sacar la religión de la escuela
Hay quien pretende hacernos creer que quitar la asignatura de religión es una postura neutral, lógica de un estado aconfesional. Nada de eso, es una decisión taxativa y tan radical y explícita como la educación confesional.
Cada cierto tiempo, de forma cansina y recurrente, aparecen las campañas para expulsar a la religión de la escuela. No me molesta el planteamiento, legítimo, aunque en mi opinión y opción sea muy desafortunado e inapropiado. Lo que me fastidia, es esa supuesta superioridad moral de parte de la izquierda, que cree que ineludiblemente lo que piensa es reflejo directo de lo que rumia la sociedad o, en su defecto, es lo que debiera cavilar la misma y, por tanto, eso es lo que debe implantarse, o imponerse, quieran o no los «inconscientes» ciudadanos.
Y después, está el uso tan equivocado, con tanto desconocimiento y desacierto, de los supuestos argumentos jurídicos. Es evidente que no todo el mundo tiene que saber de derecho, pero si no sabes… no te metas.
Y así, reaparece, otra vez, con más pena que gloria, todo sea dicho, pero de manera insistente, una «campaña unitaria» (así la llaman), por una escuela pública y laica, encabezada por sindicatos de profesores de la escuela pública y asociaciones de ateos, donde piden expulsar la religión de la escuela, derogar los acuerdos del Estado con la Iglesia Católica y ya de paso, así como de propina, eliminar los conciertos educativos.
Me niego a rebatir con detalle desde el argumentario jurídico, a pesar de su evidencia, porque, como digo, esas campañas no lo merecen, porque lo retuercen y maltratan, nunca sabremos si por opción de mala fe o por ignorancia. Baste a modo de listado regurgitado: el reconocimiento de la libertad religiosa explícitamente en la Constitución española y en Acuerdos y Tratados Internacionales reconocidos por el Estado español (incluida la Declaración Universal de Derechos Humanos, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, el Convenio Europeo de Roma, para la protección de los derechos y las libertades fundamentales,…) y en una Ley Orgánica propia (L.O. 7/1980, de 5 de julio), donde se recoge el derecho a profesar o no una religión, a declararla o no, a hacerla pública, o no, así como sus prácticas confesionales y cultos de forma explícita y colectiva, a exponer y enseñar la misma, también en la escuela («Recibir e impartir enseñanza e información religiosa… dentro y fuera del ámbito escolar»), que la Constitución no habla, no ya de sociedad, ni siquiera de estado laico, sino de aconfesional (es decir, que no hay una religión oficial) y que reconoce la importancia del hecho religioso y las creencias hasta el punto de que el Estado debe remover obstáculos para el ejercicio de esa libertad (y no provocar su restricción), e incluso establece el principio de cooperación, con mención expresa a la Iglesia Católica; que los Acuerdos Estado español – Santa Sede son tratados internacionales de directa aplicación, que no pueden eliminarse sin más, unilateralmente; que la Constitución española también reconoce, al promulgar la libertad de enseñanza, el derecho de los padres a elegir la formación religiosa y moral de sus hijos…
Hoy me alcanza con destacar solo tres elementos de reflexión:
El primero es relativo a los fines de la educación, lo que la sociedad le pide hoy al sistema educativo. Y así, vemos que la propia Constitución española habla del pleno desarrollo de la personalidad del individuo, o que incidimos en la educación integral del alumno, o que se hace referencia a la «escuela total», porque ya no solo está encargada de la socialización secundaria, tradicionalmente la específica del sistema educativo, sino también de la primaria (la de los principios y valores), que antes estaba encomendada a la familia y a la Iglesia, pero que, unos por dejación y otros porque no le dejan, se está dando cada vez más al cuidado de la escuela (amén también de en manos de youtubers e influencers, pero eso bien merece otro artículo). En esa escuela que busca la educación integral ¿cómo va a dejarse fuera, de partida y de forma general, el elemento de la trascendencia? Esto quiere decir que los padres (nunca el Estado), que son quienes eligen y deciden por sus hijos hasta que estos tengan plena capacidad de entender y querer, harán su opción sobre el hecho religioso y las creencias, y decidirán si quieren que en la educación integral de sus hijos, propósito hoy de la escuela, entre o no la religión, y qué religión.
Esto nos lleva a la segunda reflexión. Hay quien pretende hacernos creer que quitar la asignatura de religión es una postura neutral, lógica de un estado aconfesional. Nada de eso. La decisión de expulsar la religión de la escuela, no es neutral, ni aséptica, no es una falta de opción, sino que es una decisión taxativa y tan radical y explícita como la educación confesional. Sacar la religión de la escuela no es la opción del ciudadano neutro, sino del ciudadano ateo. Podrá decidir por su hijo, pero no imponerlo a los de todos. Igual que el católico no impone la asignatura confesional de religión a todos los estudiantes. Distinto debe ser el conocimiento del hecho religioso de forma no confesional, y que tan fundamental resulta para entender la historia, la cultura, las tradiciones… Pero el odio de alguno es tan visceral que hasta eso se pretende eliminar.
El tercer elemento de reflexión es insistir en que estamos inmersos en un dramático periodo de pérdidas de libertades. A diario lo vemos en las noticias: un día se merma la libertad de enseñanza, al siguiente la de prensa, al otro la religiosa… De hecho, hace poco hemos presenciado el anuncio de eliminar del código penal el delito de atentado contra el sentimiento religioso. Curiosa paradoja que, en una época de piel extremadamente fina, de mandíbula de cristal, y de desarrollo máximo de los términos acabados en fobia (homofobia, xenofobia, transfobia, gordofobia, …) uno sí pueda atacar, sin problemas ni razones, las creencias de millones de personas que pueden sentirse ofendidas por la supuesta libertad de expresión del que meramente busca notoriedad, en el mejor de los casos, o airear su odio, en el peor.
La defensa de las libertades no compete solo a aquel afectado por la restricción en la práctica y en un momento puntual, sino al conjunto de los ciudadanos. Igual que el católico no debe querer la imposición confesional a cualquier alumno, el ateo no debe pretender la imposibilidad de recibir la asignatura aun por quien la quiera. Cuestión de libertades.
Lo cierto es que todo esto es fuego de artificio, porque en realidad lo de la asignatura de religión es una batalla que estamos perdiendo a pasos agigantados. Solo hay que ver la LOMLOE, los Reales Decretos de enseñanzas mínimas, la inhibición temerosa de la regulación en las Comunidades autónomas y ¡ojo! De cualquier signo político, donde la realidad de la asignatura es que ya está más fuera que dentro del ámbito escolar. Sin alternativa, ni evaluación, es el fantasma de una asignatura.
La campaña dice que pretende preservar la libertad de conciencia del alumnado… Pero debería concluir la frase diciendo: menos del católico, claro.
Jesús Muñoz de Priego Alvear es abogado experto en Derecho educativo
El Debate.com (26-1-2025)
Jesús en Nazaret Lc 1, 1-4; 4, 14-21 (TOC3-25)
“Andad, comed buenas tajadas y bebed vino dulce. Enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios”. El gobernador Nehemías y el sacerdote Esdras invitan a la gente de Jerusalén a celebrar con júbilo la fiesta de los Tabernáculos (Neh 8,2-10).
En la liturgia de hoy, este relato subraya la importancia de proclamar y escuchar en la asamblea la palabra de Dios. En ella encuentra la comunidad la luz del Señor y la fuerza para recorrer el camino de la vida. Con razón añade el texto: “No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza”.
Con el salmo responsorial cantamos hoy que “la ley del Señor es perfecta y es descanso del alma” (Sal 18,8).
Las palabras del Señor son espíritu y vida para todos los miembros de esta Iglesia. Para este nuevo pueblo, organizado por Dios como un cuerpo, en el que todos los miembros se complementan unos a otros (1 Cor 12,12-30).
LA MISIÓN DEL UNGIDO
El evangelio nos introduce en una escena semejante, aunque mucho más humilde. Jesús ha empezado a enseñar en las sinagogas de la comarca de Galilea, acompañado por la buena acogida y la alabanza de las gentes.
Un día regresa a Nazaret, la aldea donde se había criado. Como era su costumbre, acude el sábado a la sinagoga y se adelanta para hacer la lectura. De hecho, Jesús lee un pasaje contenido en el libro de Isaías en el que se contienen tres puntos importantes (Lc 4,16-21):
• El Espíritu de Dios reposa sobre el Mesías y lo unge para la misión. Ya sabemos que “Mesías” y “Cristo” se pueden traducir precisamente por el “Ungido”.
• La unción del Espíritu lo prepara para una triple misión: liberar a los cautivos, sanar a los enfermos y anunciar una buena noticia a los pobres.
• El Mesías es enviado a proclamar ante su pueblo la celebración del jubileo, es decir, el año de gracia del Señor y de condonación de las deudas.
El “HOY” DE LA SALVACIÓN
A continuación, Jesús añadió: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Los asistentes se asombraron de aquel comentario del hijo del carpintero.
• “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Es importante subrayar el “hoy”. Estas palabras nos recuerdan que la Escritura Santa no es una reliquia del pasado. Es una voz que nos invita a la escucha. Es un mensaje que resuena vivo y activo para cada uno de nosotros.
• “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Estas palabras contienen una revelación. Efectivamente, en Jesús se cumplían las antiguas profecías. Él era y es el Mesías enviado por Dios. Su misión incluye la liberación y la sanación de toda dolencia.
• “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Estas palabras se cumplen también en la realidad presente de la Iglesia. Enviada por Dios, ha de hacerse cargo de los marginados, anunciar a los pobres el mensaje de su dignidad y propiciar la reconciliación universal.
La fuerza liberadora del evangelio Lc 1, 1-4; 4, 14-21 (TOC3-25)
1. La lectura del evangelio se introduce con un prólogo (Lc 1,1-4) en el que el evangelista expone el método que ha seguido para componer su obra: ha usado tradiciones vivas, orales y escritas, e incluso, sabemos hoy, que ha usado el evangelio de Marcos como fuente. No quiere decir que lo siga al pie de la letra aunque, en grandes bloques, le sirve como estructura. Lo que sí está claro es que Lucas, con su mentalidad occidental, cuidadosa, historicista (en lo que cabe en aquella época) se ha informado cuanto ha podido para escribir sobre Jesús de Nazaret. No obstante, su obra no es la “historia de Jesús”, una historia más, sino que, como en el caso de Marcos, es el evangelio, la buena noticia de Jesús lo que importa. Por eso, en realidad, la lectura del evangelio tiene su fuerza en el episodio de Jesús en la sinagoga de Nazaret, donde se había criado (Lc 4, 14-21), después de presentarlo como itinerante en la sinagogas de Galilea, donde se comenzó a escuchar esa buena noticia para todos los hombres.
2. Es ya significativo que el evangelio no se origina, no aparece en Jerusalén, sino en el territorio que, como Galilea, tenía fama de influencias paganas y poco religiosas, de acuerdo con las estrictas normas de Jerusalén. De ahí el dicho popular: “y todo comenzó en Galilea”. Lucas, no obstante, concederá mucha importancia al momento en que Jesús decide ir hacia la capital del judaísmo, (9,51ss) ya que un profeta no puede evitar Jerusalén. Y Lucas es absolutamente consciente que Jesús es el profeta definitivo de la historia de la humanidad. Así nos lo presenta, pues, en ese episodio de la sinagoga del evangelio de hoy: dando la gran noticia de un tiempo nuevo, de un tiempo definitivo en que aquellos que estaban excluidos del mensaje salvífico de Dios, son en realidad los primeros beneficiarios de esa buena nueva.
3. El relato de la sinagoga de Nazaret, lo que leemos hoy (4,14-21) es una construcción muy particular de Lucas; una de las escenas programáticas del tercer evangelista que quiere marcar pautas bien definidas de quién es Jesús y lo que vino a hacer entre los hombres. Eso no quiere decir que la escena no sea histórica, pero está retocada por activa y por pasiva por nuestro autor para lograr sus objetivos. Es el programa del profeta de Galilea que viene a su pueblo, Nazaret y desde la sinagoga, lugar de la proclamación de la palabra de Dios, lanzar un mensaje nuevo. Por ello, el mensaje que nos propone Lucas sobre lo que Jesús pudo decir en Nazaret y en las otras sinagogas se inspira en textos bien precisos (Is 61,1-2; 58,6) que hablan de la buena nueva para los ciegos, cojos, pobres, excluidos o condenados de cualquier raza o condición.
4. Resaltemos, pues, que el texto que se lee en la sinagoga,-el que le interesa citar a Lucas-, es un texto profético, aunque también se leía y proclamaba la Ley (había una lectura continua que se conoce como parashâh). El cristianismo, -no olvidemos la primera lectura de hoy-, encuentra su fuente de inspiración más en las palabras de los profetas que en las tradiciones jurídicas del Pentateuco (halaka). Esto no lo podemos ignorar a la hora de entender y actualizar un texto como este que Lucas ha construido sobre la predicación de Jesús en la sinagoga de Nazaret. Jesús era un profeta y el pueblo lo veía como tal. Es eso lo que Lucas quiere subrayar en primer lugar y por eso ha “empalmado dos textos de Isaías para ajustar su mensaje liberador y de gracia.
5. Incluso se va más allá, ya que Jesús, como profeta definitivo, corrige las mismas experiencias de los profetas del Antiguo Testamento. En esos textos citados por Lucas se hace caso omiso de la ira de Dios contra aquellos que no pertenecen al pueblo de Israel. Dios, pues, el Dios de Jesús, no ama a un pueblo excluyendo a los otros, sino que su proyecto es un proyecto universal de salvación para todos los hombres. Por eso su mensaje es evangelio, buena nueva. Así concluye el mensaje fundamental del evangelio de este domingo, aunque la escena es mucho más compleja y determinante (no obstante, la continuación de la misma se guarda como lectura evangélica para el próximo domingo). Lo importante está dicho: en Galilea, Jesús profeta, rompiendo el silencio de Nazaret, nos trae la buena nueva a todos los que la anhelamos, aunque seamos pecadores. Nadie está excluido de la salvación de Dios.
Una boda en Caná Jn 2,1-11 (TOC2-25)
“La alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo” (Is 62,5). El pueblo hebreo en Babilonia ya ha retornado a su tierra después del largo exilio padecido en Babilonia.
Es importante esta promesa dirigida a Jerusalén, que ya ha sido reconstruida después del exilio. La alianza de Dios con su pueblo se entiende como una entrega esponsal. La imagen del amor matrimonial refleja las relaciones de Dios con la Ciudad Santa.
Ante la maravilla de ese amor divino, el salmo responsorial nos invita a proclamar que “el Señor es rey y gobierna a los pueblos rectamente” (Sal 95,10).
En la segunda lectura se escucha el discurso de san Pablo sobre la abundancia y la diversidad de los carismas con los que Dios enriquece a su pueblo (1 Cor 12,4-11).
LA GLORIA Y EL SERVICIO
La imagen del amor matrimonial refleja también las relaciones de Jesucristo con la nueva comunidad. De hecho, el evangelio de Juan evoca la presencia de Jesús en una boda celebrada en Caná de Galilea (Jn 2,1-11). En el relato se subrayan al menos estos puntos:
• Esta fiesta tiene lugar “a los tres días” del encuentro de Jesús con Natanael. Esa alusión al tercer día, recuerda la manifestación de la gloria de Dios en el Sinaí (Éx 19,16) y preanuncia la manifestación de Dios en la resurrección de Cristo. Con este primer “signo”, Jesús manifiesta su gloria ante sus discípulos, que están comenzando a creer en él.
• En la boda celebrada en Caná Jesús convierte el agua en vino. Las tinajas contienen el agua necesaria para las purificaciones de los judíos. Así que el vino de la nueva alianza presupone el agua de la fe de Israel.
• Por otra parte, en el relato de esta boda se subraya también la imprescindible ayuda de los servidores que llenan las tinajas hasta el borde. Los “signos” de Jesús cuentan siempre con la colaboración de los más humildes y sencillos.
ATENCIÓN Y OBEDIENCIA
Finalmente, no se puede olvidar la presencia de María. Junto a ella descubrieron a Jesús los pastores y los magos. Las dos frases que le atribuye el evangelio de Juan nos dicen que por ella también nosotros podemos descubrir la presencia y la gloria de Jesús.
• “No les queda vino”. Esta primera frase va a dirigida a Jesús. María presta atención a las necesidades de los demás. En ella se puede ver reflejada la Iglesia. La comunidad cristiana ha de estar atenta a las dificultades de una humanidad, que parece haber perdido las razones para vivir y las razones para esperar.
• “Haced lo que él os diga”. La segunda frase se dirige a los sirvientes. Es cierto que del Señor vienen los dones de la alegría y la esperanza. Pero él ha querido necesitar nuestra colaboración. Todos hemos de mantener el corazón abierto para obedecer al Señor y dar testimonio de su gracia y de su presencia.
Llenar la religión de alegría y vida Jn 2,1-11 (TOB2-25)
1. El evangelio de hoy nos propone el relato de las bodas de Caná como el primer signo que Jesús hace en este evangelio y que preanuncia todo aquello que Jesús realizará en su existencia. Podríamos comenzar por una descripción casi bucólica de una fiesta de bodas, en un pueblo, en el ámbito de la cultura hebrea oriental. Así lo harán muchos predicadores y tienen todo el derecho a ello. Pero el evangelio de Juan no se presta a las descripciones bucólicas o barrocas. Este es un relato extraño que habla de unas bodas y no se ocupa, a penas, de los novios. La novia ni se menciona. El novio solamente al final para reprocharle el maestresala que haya guardado el vino bueno. La “madre y su hijo” son los verdaderos protagonistas. Ellos parecen, en verdad, “los novios” de este acontecimiento. Pero la madre no tiene nombre. Quizás la discusión exegética se ha centrado mucho en las palabras de Jesús a su madre. “¿qué entre tú y yo”? o, más comúnmente. “¿qué nos va ti y a mi”? Y el famoso “aún no ha llegado mi hora”. Cobra mucha importancia el “vino” que se menciona hasta cinco veces, ya que el vino tiene un significa mesiánico. Y, además, esto no se entiende como un milagro, sino como un “signo” (semeion), el primero de los seis que se han de narrar en el evangelio de Juan.
2. La fuerza del mensaje del evangelio de este domingo es: Jesús, la palabra de vida en el evangelio joánico, cambia el agua que debía servir para la purificación de los judíos -y esto es muy significativo en el episodio-, según los ritos de su religión ancestral, en un vino de una calidad proverbial. El relato tiene unas connotaciones muy particulares, en el lenguaje de los símbolos, de la narratología y de la teología que debemos inferir con decisión. El “tercer día” da que pensar, pues consideramos que es una expresión más teológica que narrativa. El tercer día es el de la pascua cristiana, la resurrección después de la muerte. No es, pues, un dato estético sino muy significativo. También hay una expresión al tercer día en el Sinaí (Ex 19,11) cuando se anuncia que descendería Yahvé, la gloria de Dios.
3. La teología del evangelio de Juan quiere poner de manifiesto, a la vez, varias cosas que solamente pueden ser comprendidas bajo el lenguaje no explícito de los signos. Jesús y su madre llegan por caminos distintos a estas bodas; falta vino en unas bodas, lo que es inaudito en una celebración de este tipo, porque desprestigia al novio; la madre (no se nos dice su nombre en todo en relato, ni en todo el evangelio) y Jesús mantienen un diálogo decisivo, cuando solamente son unos invitados; incluso las tinajas para la purificación (eran seis y no siete) estaban vacías. Son muchos vacíos, muchas carencias y sin sentidos los de esta celebración de bodas. El “milagro” se hace presente de una forma sencilla: primero por un diálogo entre la madre y Jesús; después por la “palabra” de Jesús que ordena “llenar” las tinajas de unos cuarenta litros cada una.
4. María actúa, más que como madre, como persona atenta a una boda que representa la religión judía, en la que ella se había educado y había educado a Jesús. No es insignificante que sea la madre quien sepa que les falta vino. No es una boda real, ni un milagro “fehaciente” lo que aquí se nos propone considerar primeramente: es una llamada al vacío de una religión que ha perdido el vino de la vida. Cuando una religión solamente sirve como rito repetitivo y no como creadora de vida, pierde su gloria y su ser. Jesús, pues, ante el ruego de las personas fieles, como su madre, que se percatan del vacío existente, adelanta su hora, su momento decisivo, para tratar de ofrecer vida a quien la busca de verdad. Su gloria no radica en un milagro exótico, sino en salvar y ofrecer vida donde puede reinar el vacío y la muerte. Esa será su causa, su hora y la razón de su muerte al final de su existencia, tal como interpreta el evangelio de Juan la vida de Jesús de Nazaret. De una religión nueva surgirá una comunidad nueva.
5. Podríamos tratar de hacer una lectura mariológica de este relato, como muchos lo han hecho y lo seguirán haciendo. El hecho mismo de que este relato se haya puesto como el segundo de los “misterios de luz” del Rosario de Juan Pablo II es un indicio que impulsa a ello. Pero no debemos exagerar estos aspectos mariológicos que en el evangelio de San Juan no se prodigan, aunque contemos con la escena a los pies de la cruz (Jn 19,26-27) que se ha interpretado en la clave de la maternidad espiritual de María sobre la Iglesia. Nuestro relato es cristológico, porque nos muestra que los “discípulos creyeron en él”. Eso quiere decir que la mariología del relato (el papel de María en las bodas de Caná) debe estar muy bien integrada en la cristología. María en el evangelio de Juan puede muy bien representar a una nueva comunidad que sigue a Jesús (como el discípulos amado) y que ve la bodas de esos novios que se quedan sin vino como una lectura crítica de un “judaísmo” al que combaten “los autores” del evangelio de Juan. De ahí que la respuesta de Jesús a su madre en el relato, si lo hacemos con la traducción más común: “¿qué nos va a ti y a mí?”, puede tener todo su sentido si el evangelista quiere marcar diferencias con un judaísmo que se está agotando como religión, porque ha perdido su horizonte mesiánico. Y unas preguntas finales: ¿y a nuestra religión qué le está sucediendo? ¿es profética; trasmite vida y alegría?.
El segundo nacimiento Lc 3,15-16;21-22
“Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados“ (Is 40,1-2). En la segunda parte del libro de Isaías se proclama que ha terminado la deportación del pueblo hebreo en Babilonia. Llega el tiempo del consuelo y de la redención. La hora de volver a Jerusalén.
En ese contexto, una voz invita a preparar en el desierto un camino al Señor. Esas palabras son evocadas por los evangelios al presentar la misión de Juan Bautista.
En el salmo responsorial se alaba a Dios por la maravilla de su creación (Sal 103). Es una invitación a contemplar y agradecer la belleza de este mundo.
En la segunda lectura, san Pablo dice a su discípulo Tito que Dios nos ha salvado con el baño del segundo nacimiento (Tit 3,4-7). Hoy es un día para recordar esa revelación.
EL ESPÍRITU Y EL FUEGO
Según el evangelio de Lucas, el pueblo estaba en expectación y muchos se preguntaban si Juan Bautista no sería el Mesías que esperaban (Lc 3,15-16.21-22). Pero Juan había llegado al Jordán con una misión muy concreta. Basta escuchar sus declaraciones.
• “Yo os bautizo con agua, pero viene el que puede más que yo”. Juan se sabía enviado a purificar a su pueblo, en la espera del gran advenimiento. Él venía a anunciar la llegada de alguien que había de hacer visible la misericordia y el poder de Dios.
• “Yo no merezco desatarle la correa de sus sandalias”. Juan no osaba compararse con el Mesías que estaba a punto de aparecer entre su pueblo. Él estaba convencido de que todos los merecimientos humanos son el fruto de la gracia de Dios.
• “Él os bautizará con Espíritu Santo y con fuego”. El Mesías que Juan anunciaba vendría a purificar a su pueblo por medio del Espíritu de Dios. Era fácil comprender que las imágenes del viento y del fuego manifestaban la necesidad de limpiar el corazón.
EL HIJO AMADO POR DIOS
Juan Bautista se consideraba inferior a los esclavos de su tiempo. De hecho, el evangelio de Lucas no dice que Jesús fuera bautizado por Juan: “En un bautismo general, Jesús también se bautizó”. Como se ve, el precursor desaparece de la escena.
El evangelio de Lucas, recuerda varias veces la oración de Jesús. En ese ambiente se sitúa su bautismo: “Mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: Tú eres mi hijo, el amado, el predilecto”.
• “Tú eres mi hijo”. La fe cristiana nos lleva a recordar la verdad que ya se anunciaba en las palabras del salmo: “Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy” (Sal 2,7). Como Jesús, también nosotros reconocemos e invocamos a Dios como nuestro Padre.
• “El amado”. En el libro del Génesis se lee la orden que Dios dirigió a Abraham: “Toma a tu hijo único, Isaac, al que amas…y ofrécelo en holocausto” (Gén 22,2). Como Isaac, también Jesús descubre en su bautismo un camino que lo llevaría al sacrificio.
• “El predilecto”. En el primer poema del Siervo del Señor, Dios lo llama “mi elegido en quien se complace mi alma” (Is 42,1). Jesús es el predilecto de Dios. Esa predilección de Dios sustenta la confianza de Jesús en su Padre y sostiene también la nuestra.
Bautismo: ponerse en las manos de Dios Lc 3,15-16;21-22
1. La escena del Bautismo de Jesús, en los relatos evangélicos, viene a romper el silencio de Nazaret de varios años (se puede calcular en unos treinta). El silencio de Nazaret, sin embargo, es un silencio que se hace palabra, palabra profética y llena de vida, que nos llega en plenitud como anuncio de gracia y liberación. El Bautismo de Jesús se enmarca en el movimiento de Juan el Bautista que llamaba a su pueblo al Jordán (el río por el que el pueblo del Éxodo entró en la Tierra prometida) para comenzar, por la penitencia y el perdón de los pecados, una era nueva donde fuera posible volver a tener conciencia e identidad de pueblo de Dios. Jesús quiso participar en ese movimiento por solidaridad con la humanidad. Es verdad que los relatos evangélicos van a tener mucho cuidado de mostrar que ese acto del Bautismo va a servir para que se rompa el silencio de Nazaret y todo el pueblo pueda escuchar que él no es un pecador más que viene a hacer penitencia; Es el Hijo Eterno de Dios, que como hombre, pretende imprimir un rumbo nuevo en una era nueva. Pero no es la penitencia y los símbolos viejos los que cambian el horizonte de la historia y de la humanidad, sino el que dejemos que Dios sea verdaderamente el “señor” de nuestra vida.
2. Es eso lo que se quiere significar en esta escena del Bautismo del evangelio de Lucas, donde el Espíritu de Dios se promete a todos los que escuchan. Juan el Bautista tiene que deshacer falsas esperanzas del pueblo que le sigue. El no es el Mesías, sino el precursor del que trae un bautismo en el Espíritu: una presencia nueva de Dios. Lucas es el evangelista que cuida con más esmero los detalles de la humanidad de Jesús en este relato del bautismo en el Jordán, precisamente porque es el evangelista que ha sabido describir mejor que nadie todo aquello que se refiere a la Encarnación y a la Navidad. No se duda en absoluto de la historicidad del bautismo de Jesús por parte de Juan, pero también es verdad que esto, salvo el valor histórico, no le trae nada a Jesús, porque es un bautismo de penitencia.
3. Jesús sale del agua y “hace oración”. En la Biblia, la oración es el modo de comunicación verdadera con Dios. Jesús, que es el Hijo de Dios, y así se va a revelar inmediatamente, hace oración como hombre, porque es la forma de expresar su necesidad humana y su solidaridad con los que le rodean. No se distancia de los pecadores, ni de los que tensan su vida en la búsqueda de la verdadera felicidad. Por eso mismo, a pesar de que se ha dicho muy frecuentemente que el bautismo es la manifestación de la divinidad de Jesús, en realidad, en todo su conjunto, es la manifestación de la verdadera humanidad del Hijo de Dios. Diríamos que para Lucas, con una segunda intención, el verdadero bautismo de Jesús no es el de Juan, donde no hay diálogo ni nada. Incluso el acto de “sumergirse” como acción penitencial en el agua del Jordán pasa a segundo término. Es la oración de Jesús la que logra poner esta escena a la altura de la teología cristiana que quiere Lucas.
4. El bautismo de Jesús, en Lucas, tiene unas resonancias más proféticas. Hace oración porque al salir del agua (esto se ha de tener muy en cuenta), y estando en oración, desciende el Espíritu sobre él. Porque es el Espíritu, como a los verdaderos profetas, el que cambia el rumbo de la vida de Jesús, no el bautismo de penitencia de Juan. Lucas no ha necesitado poner el diálogo entre Juan y Jesús, como en Mt 3,13-17, en que se muestra la sorpresa del Bautista. Las cosas ocurren más sencillamente en el texto de Lucas: porque el verdadero bautismo de Jesús es en el Espíritu para ser profeta del Reino de Dios; esta es su llamada, su unción y todo aquello que marca una diferencia con el mundo a superar del AT. Se ha señalado, con razón, y cualquiera lo puede leer en el texto, que la manifestación celeste del Espíritu Santo y la voz que “se oye” no están en relación con el bautismo, que ya ha ocurrido, sino con la plegaria que logra la revelación de la identidad de Jesús. El Hijo de Dios, como los profetas, por haber sido del pueblo y vivir en el pueblo, necesita el Espíritu como “bautismo” para ser profeta del Reino que ha de anunciar.
Dios acampó en nuestra historia Jn 1,1-13
Este segundo domingo de Navidad, después de la fiesta de María Madre de Dios con que abrimos el año nuevo, es una profundización en los valores más vivos de lo que significa la encarnación del Hijo de Dios.
1.Esta es una de las páginas más gloriosas, profundas y teológicas que se hayan escrito para decir algo de lo que es Dios, de lo que es Jesucristo, y de lo que es el hecho de la encarnación, en esa expresión tan inaudita: el “Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. La encarnación se expresa mediante lo más profundo que Dios tiene: su Palabra; con ella crea todas las cosas, como se pone de manifiesto en el relato de la creación de Génesis 1; con ella llama, como su le sucede a Abrahán, el padre de los creyentes; con ella libera al pueblo de la esclavitud de Egipto; con ella anuncia los tiempos nuevos, como ocurre en las palabras de los profetas auténticos de Israel; con ella salva, como acontece con Jesucristo que nos revela el amor de este Dios. El evangelio de Juan, pues, no dispone de una tradición como la de Lucas para hablarnos de la anunciación y del nacimiento de Jesús, pero ha podido introducirse teológicamente en esos misterios mediante su teología de la Palabra. También, en nosotros, es muy importante la palabra, como en Dios. Con ella podemos crear situaciones nuevas de fraternidad; con nuestra palabra podemos dar vida a quien esté en la muerte del abandono y la ignominia, o muerte a quien esté buscando algo nuevo mediante compromisos de amor y justicia. Jesús, pues, también se ha encarnado para hacer nuestra palabra (que expresa nuestros sentimientos y pensamientos, nuestro yo más profundo, lo que sale del corazón) una palabra de luz y de misericordia; de perdón y de acogida. El ha puesto su tienda entre nosotros... para ser nuestro confidente de Dios.
2. El himno y las sentencias que lo constituyen se relaciona con las especulaciones sapienciales judías. El filósofo judío de la religión, Filón de Alejandría, que vivió en tiempos de Jesús, hizo suyas aquellas reflexiones, pero en vez de sabiduría habló de la Palabra divina, del Logos. En el judaísmo «sabiduría» y «palabra de Dios» significaban prácticamente lo mismo. Sobre este tema desarrolló Filón una serie de profundas ideas. En el himno al Logos de Juan han podido influir otras corrientes conceptuales de aquella época. Fuera como fuere, en el texto joánico la idea del Logos tiene una acuñación cristiana propia, una forma inconfundible ligada a la persona de Jesús. Se interpreta, en efecto, esta persona, mediante los conceptos ya existentes sobre la Palabra de Dios, de una manera no por supuesto absolutamente nueva, pero sí profundizada.
3. El Logos, en griego, la Palabra divina, se ha hecho carne, es nuestra luz. Quizás parece demasiado especulativa la expresión. Pero recorriendo el himno al Verbo, descubrimos toda una reflexión navideña del cuarto evangelio. El Verbo ilumina con su luz. La iniciativa no parte de la perentoria necesidad humana, sino del mismo Dios que contempla la situación en la que se encuentra la humanidad. Suya es la iniciativa, suyo el proyecto. En el Verbo estaba la vida y la vida es la luz de los hombres. Por eso viene a los suyos, que somos nosotros. La especulación deja de ser altisonante para hacerse verdaderamente antropológica, humana. Pone su tienda entre nosotros, el Logos, la Sabiduría, el Hijo, Dios mismo en definitiva. ¿Cómo? No como en el el AT, en la tienda del tabernáculo en el desierto, ni en un “Sancta Sanctorum”, sino en la humanidad misma que era la que verdaderamente necesitaba ser dignificada. El hombre es imagen de Dios, y esa imagen se pierde si la luz no nos llega. Y esa luz es la Palabra, Jesucristo.