DICIEMBRE: ADVIENTO, inicio AÑO LITÚRGICO, NAVIDAD, fichas, manualidades, actividades, libros, humor, juegos, cómics, resúmenes, fichas, lecturas, videoclips, música... ***Si bien los materiales propios del blog están protegidos, su utilización ES LIBRE (aunque en ningún caso con fines lucrativos o comerciales) siempre que se conserve el diseño integral de las fichas o de las actividades así como la autoría o autorías compartidas expresadas en las mismas.
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22º TO-A Perder y encontrar la vida (por J-R Flecha)
Jesús pregunta a sus discípulos quién es Él para ellos. Y Pedro responde con admirable firmeza: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Con esa confesión de fe nos sentimos identificados los que, por gracia de Dios, hemos descubierto en Jesús a nuestro Señor y Salvador. Jesús es para nosotros el Mesías enviado por Dios.
Sin embargo, de sobra sabemos que nuestra percepción no siempre responde a la realidad. Entonces como ahora, muchos imaginan un Mesías poderoso y vengativo. Sobre él cuelgan sus propias expectativas y la reivindicación de sus ideales políticos. Pero el Mesías enviado por Dios pasa por la cruz.
Y de nuevo hemos de sentirnos identificados con la protesta de Pedro: “No lo permita Dios, Señor”. También a nosotros nos horroriza la visión del sacrificio y de la cruz. Vemos a Dios como una fuente de sanación. Pero rechazamos el mensaje que vincula la sanación a la conversión y a la renuncia a nuestros intereses particulares o tribales.
EL PENSAMIENTO
Pero el mensaje de Jesús no puede compararse con una póliza de seguros. Nuestra búsqueda de la comodidad y del éxito es comprensible. Pero el evangelio no se deja domesticar por nuestros deseos de seguridad. Jesús es fiel a la misión que le ha sido confiada. Y esa misión pone en riesgo su propia vida. Y la nuestra.
El evangelio que hoy se proclama (Mt 16, 21-27) nos recuerda el contraste entre nuestras ilusiones y la verdad del mensaje de Jesús. Llevado de su espontaneidad, Pedro se convierte en fuente de escándalo, es decir, en piedra de tropiezo. No es extraño que Jesús le descubra el profundo error de su protesta: “Tú piensas como los hombres, no como Dios”.
No es nuestro pensamiento el que nos salva. No es nuestra razón la que nos garantiza la felicidad. Los ídolos tienen boca, pero no hablan. Pero nuestro Dios nos ha revelado el camino de la verdad y de la vida. Su última palabra se ha hecho carne en Jesucristo. Escuchándole a Él podemos prestar atención al pensamiento de Dios.
El obispo Fulton Sheen escribió que Jesús es inseparable de su cruz. Quien rechaza la cruz, terminará por perder a Jesucristo. Quien la acepta, tarde o temprano se encontrará con el Cristo que viene siempre a abrazarse con ella. Quien sólo ve a Dios como una garantía de paz o de ganancias, terminará en un ateísmo práctico.
LA VIDA
De hecho, tras la respuesta que Jesús dirige a Pedro, en el evangelio se incluye una frase que parece una reflexión sapiencial, fruto de una experiencia universal: “Si uno quiere salvar la vida la perderá, pero el que la pierda por mí la encontrará”. La revelación de la misión de Jesús lleva consigo la revelación de la suerte humana.
• Salvar y perder. Cuando estalla el fuego y las llamas se apoderan de la casa, es una locura tratar de salvar las cosas que uno ha ido acumulando. Por salvar sus posesiones, puede uno perder su propia vida. En los momentos de crisis es cuando descubrimos la verdad de lo que realmente vale.
• Perder y encontrar. “Andando enamorada, me hice perdidiza y fui ganada”. Así canta San Juan de la cruz la aventura del alma que no hace caso de sus cosas sino de las que tocan al Amado. Perder la propia vida en aras de la fe, nos otorga la esperanza de encontrarla, plena y renovada para siempre, en el amor de los amores.
Sin embargo, de sobra sabemos que nuestra percepción no siempre responde a la realidad. Entonces como ahora, muchos imaginan un Mesías poderoso y vengativo. Sobre él cuelgan sus propias expectativas y la reivindicación de sus ideales políticos. Pero el Mesías enviado por Dios pasa por la cruz.
Y de nuevo hemos de sentirnos identificados con la protesta de Pedro: “No lo permita Dios, Señor”. También a nosotros nos horroriza la visión del sacrificio y de la cruz. Vemos a Dios como una fuente de sanación. Pero rechazamos el mensaje que vincula la sanación a la conversión y a la renuncia a nuestros intereses particulares o tribales.
EL PENSAMIENTO
Pero el mensaje de Jesús no puede compararse con una póliza de seguros. Nuestra búsqueda de la comodidad y del éxito es comprensible. Pero el evangelio no se deja domesticar por nuestros deseos de seguridad. Jesús es fiel a la misión que le ha sido confiada. Y esa misión pone en riesgo su propia vida. Y la nuestra.
El evangelio que hoy se proclama (Mt 16, 21-27) nos recuerda el contraste entre nuestras ilusiones y la verdad del mensaje de Jesús. Llevado de su espontaneidad, Pedro se convierte en fuente de escándalo, es decir, en piedra de tropiezo. No es extraño que Jesús le descubra el profundo error de su protesta: “Tú piensas como los hombres, no como Dios”.
No es nuestro pensamiento el que nos salva. No es nuestra razón la que nos garantiza la felicidad. Los ídolos tienen boca, pero no hablan. Pero nuestro Dios nos ha revelado el camino de la verdad y de la vida. Su última palabra se ha hecho carne en Jesucristo. Escuchándole a Él podemos prestar atención al pensamiento de Dios.
El obispo Fulton Sheen escribió que Jesús es inseparable de su cruz. Quien rechaza la cruz, terminará por perder a Jesucristo. Quien la acepta, tarde o temprano se encontrará con el Cristo que viene siempre a abrazarse con ella. Quien sólo ve a Dios como una garantía de paz o de ganancias, terminará en un ateísmo práctico.
LA VIDA
De hecho, tras la respuesta que Jesús dirige a Pedro, en el evangelio se incluye una frase que parece una reflexión sapiencial, fruto de una experiencia universal: “Si uno quiere salvar la vida la perderá, pero el que la pierda por mí la encontrará”. La revelación de la misión de Jesús lleva consigo la revelación de la suerte humana.
• Salvar y perder. Cuando estalla el fuego y las llamas se apoderan de la casa, es una locura tratar de salvar las cosas que uno ha ido acumulando. Por salvar sus posesiones, puede uno perder su propia vida. En los momentos de crisis es cuando descubrimos la verdad de lo que realmente vale.
• Perder y encontrar. “Andando enamorada, me hice perdidiza y fui ganada”. Así canta San Juan de la cruz la aventura del alma que no hace caso de sus cosas sino de las que tocan al Amado. Perder la propia vida en aras de la fe, nos otorga la esperanza de encontrarla, plena y renovada para siempre, en el amor de los amores.
Tú eres Pedro (por J-R Flecha)
LA OPINIÓN Y LA VERDAD
Pues bien, estas preguntas no quedan lejos del evangelio que hoy se proclama (Mt 16, 13-20). Jesús se retira con sus discípulos a la región de Cesarea de Filipo. El lugar parece una encrucijada, elegido a propósito por el Maestro. Allí se ha adorado con frecuencia a otros dioses. Y allí manan las frescas aguas del Jordán.
El lugar parece apropiado. La montaña y el manantial son una invitación a reflexionar sobre el sentido de la vida y las posibilidades de la realización personal. Todo se convierte en llamada y vocación. La naturaleza misma convida al peregrino a escuchar la palabra de Dios para elegir con acierto el camino de su vida. Ahí formula Jesús las preguntas fundamentales:
• “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Para responder a esta pregunta basta con prestar atención a las voces, opiniones y comentarios de las gentes. Sólo se requiere información. Y, por el momento, eso no compromete demasiado. Uno puede saber mucho sobre Jesús y no dar un paso para seguirlo.
• “Y vosotros, quién decís que soy yo?” Para responder a esta segunda pregunta es necesario bajar al fondo del propio corazón. Jesús nos pregunta qué significa Él para nosotros. Y no basta responder con datos aprendidos de memoria. Es preciso examinar la honda verdad de la propia existencia y la decisión personal de seguirlo por el camino.
LA CONFESIÓN Y LA BENDICIÓN
En el centro del relato se encuentra el breve diálogo de Jesús con Pedro. Cientos de libros se han dedicado a comentar este cruce de declaraciones:
• “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Pedro representa por un momento a todos los que hemos oído las ofertas de todos los pretendidos salvadores de este mundo. Con su confesión representa sobre todo a quienes hemos confesado que sólo Jesús es el Ungido y Enviado por Dios para salvarnos.
• “Dichoso tú, Simón, porque eso …te lo ha revelado mi Padre que está en el cielo”. En los evangelios se pueden encontrar diversas bienaventuranzas o felicitaciones. Esta bendición subraya la pobreza de nuestros hallazgos humanos. Y proclama la compasión de Dios que nos ha revelado su voluntad, desvelando al mismo tiempo nuestra suerte.
• “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. El juego original de palabras indica que Pedro es esa piedra. El pescador de Galilea es la base de la comunidad. También lo serán sus sucesores. Nadie puede decir que obedece a Dios cuando ignora a aquel al que Dios ha revelado el misterio de su Hijo.
- Señor Jesús, también hoy nos diriges esas preguntas fundamentales para nuestra felicidad y nuestra fe. Que tu Espíritu ayude a los jóvenes a escucharlas y darles una respuesta viva. Y que el Padre nos revele siempre su voluntad y su amor. Amén.
Pues bien, estas preguntas no quedan lejos del evangelio que hoy se proclama (Mt 16, 13-20). Jesús se retira con sus discípulos a la región de Cesarea de Filipo. El lugar parece una encrucijada, elegido a propósito por el Maestro. Allí se ha adorado con frecuencia a otros dioses. Y allí manan las frescas aguas del Jordán.
El lugar parece apropiado. La montaña y el manantial son una invitación a reflexionar sobre el sentido de la vida y las posibilidades de la realización personal. Todo se convierte en llamada y vocación. La naturaleza misma convida al peregrino a escuchar la palabra de Dios para elegir con acierto el camino de su vida. Ahí formula Jesús las preguntas fundamentales:
• “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Para responder a esta pregunta basta con prestar atención a las voces, opiniones y comentarios de las gentes. Sólo se requiere información. Y, por el momento, eso no compromete demasiado. Uno puede saber mucho sobre Jesús y no dar un paso para seguirlo.
• “Y vosotros, quién decís que soy yo?” Para responder a esta segunda pregunta es necesario bajar al fondo del propio corazón. Jesús nos pregunta qué significa Él para nosotros. Y no basta responder con datos aprendidos de memoria. Es preciso examinar la honda verdad de la propia existencia y la decisión personal de seguirlo por el camino.
LA CONFESIÓN Y LA BENDICIÓN
En el centro del relato se encuentra el breve diálogo de Jesús con Pedro. Cientos de libros se han dedicado a comentar este cruce de declaraciones:
• “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Pedro representa por un momento a todos los que hemos oído las ofertas de todos los pretendidos salvadores de este mundo. Con su confesión representa sobre todo a quienes hemos confesado que sólo Jesús es el Ungido y Enviado por Dios para salvarnos.
• “Dichoso tú, Simón, porque eso …te lo ha revelado mi Padre que está en el cielo”. En los evangelios se pueden encontrar diversas bienaventuranzas o felicitaciones. Esta bendición subraya la pobreza de nuestros hallazgos humanos. Y proclama la compasión de Dios que nos ha revelado su voluntad, desvelando al mismo tiempo nuestra suerte.
• “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. El juego original de palabras indica que Pedro es esa piedra. El pescador de Galilea es la base de la comunidad. También lo serán sus sucesores. Nadie puede decir que obedece a Dios cuando ignora a aquel al que Dios ha revelado el misterio de su Hijo.
- Señor Jesús, también hoy nos diriges esas preguntas fundamentales para nuestra felicidad y nuestra fe. Que tu Espíritu ayude a los jóvenes a escucharlas y darles una respuesta viva. Y que el Padre nos revele siempre su voluntad y su amor. Amén.
El desafío de la globalización (por J-R Flecha)
La globalización es uno de los tres grandes desafíos con que la humanidad se enfrenta en el momento actual. Los otros dos son el descubrimiento y aceptación de la verdad misma del ser-hombre y la comprensión y gestión del pluralismo y de las diferencias.
La globalización es sobre todo un fenómeno mediático. Nuestra mirada puede presenciar casi todo lo que ocurre en el mundo. De una forma más o menos filtrada, nos llegan casi todos los sonidos de la humanidad. El mundo se nos ha hecho más pequeño.
Por otra parte, los medios de producción y los productos de consumo provienen de todas las partes del mundo. Los productos de cualquier parte del planeta llegan cada día hasta nuestra mesa. Y hasta los valores éticos son compartidos por las personas de cualquier parte del planeta. Realmente vivimos en “la aldea global”.
Sin embargo, la globalización de la información y los medios, de los bienes y productos, de las ideas y de los valores suscita cada vez con más fuerza la afirmación de las diferencias entre los grupos sociales y las personas. La globalidad es percibida como un logro y como una amenaza para la libertad y del sujeto.
Junto con las noticias, los bienes y las ideas, la globalización ha acercado también a las personas y ha facilitado los movimientos de gentes y las migraciones. Se quiera o no, la pluralidad es hoy una realidad palpable, cruzada por numerosas demandas sociales.
El fenómeno de las migraciones, siempre presente a lo largo de la historia, se ha convertido hoy en un fenómeno nuevo, no tanto por los movimientos de masas como por la conciencia del valor y superioridad de la propia cultura que llevan consigo los inmigrantes. Muchos de los rasgos típicos del encuentro intercultural son bien conocidos por el recuerdo de movimientos históricos del pasado. Sin embargo, hoy se plantea con nueva fuerza la cuestión del diálogo multicultural así como las diversas alternativas que se ofrecen con motivo de ese encuentro.
Al mismo tiempo, el fenómeno de la globalización suscita en los individuos y en las comunidades la afirmación de la propia identidad. El individualismo no es una moda pasajera: constituye en muchos casos un dramático recurso de defensa de la intimidad personal.
Esa afirmación de lo propio se traduce en continuas reivindicaciones de las notas características de las identidades locales, regionales o nacionales. La libertad de decisión personal encuentra su reflejo en la proclamación de la autonomía personal y política.
Por otra parte, la pluralidad de hecho parece exigir una pluralidad de valores. Es precisamente ahí donde se plantean las cuestiones más importantes. El pluralismo resulta aceptable, y hasta rentable económicamente, cuando se limita al ámbito de los gustos, las modas o el folklore. Pero los problemas se plantean cuando se instala en el terreno ético.
La globalización es sobre todo un fenómeno mediático. Nuestra mirada puede presenciar casi todo lo que ocurre en el mundo. De una forma más o menos filtrada, nos llegan casi todos los sonidos de la humanidad. El mundo se nos ha hecho más pequeño.
Por otra parte, los medios de producción y los productos de consumo provienen de todas las partes del mundo. Los productos de cualquier parte del planeta llegan cada día hasta nuestra mesa. Y hasta los valores éticos son compartidos por las personas de cualquier parte del planeta. Realmente vivimos en “la aldea global”.
Sin embargo, la globalización de la información y los medios, de los bienes y productos, de las ideas y de los valores suscita cada vez con más fuerza la afirmación de las diferencias entre los grupos sociales y las personas. La globalidad es percibida como un logro y como una amenaza para la libertad y del sujeto.
Junto con las noticias, los bienes y las ideas, la globalización ha acercado también a las personas y ha facilitado los movimientos de gentes y las migraciones. Se quiera o no, la pluralidad es hoy una realidad palpable, cruzada por numerosas demandas sociales.
El fenómeno de las migraciones, siempre presente a lo largo de la historia, se ha convertido hoy en un fenómeno nuevo, no tanto por los movimientos de masas como por la conciencia del valor y superioridad de la propia cultura que llevan consigo los inmigrantes. Muchos de los rasgos típicos del encuentro intercultural son bien conocidos por el recuerdo de movimientos históricos del pasado. Sin embargo, hoy se plantea con nueva fuerza la cuestión del diálogo multicultural así como las diversas alternativas que se ofrecen con motivo de ese encuentro.
Al mismo tiempo, el fenómeno de la globalización suscita en los individuos y en las comunidades la afirmación de la propia identidad. El individualismo no es una moda pasajera: constituye en muchos casos un dramático recurso de defensa de la intimidad personal.
Esa afirmación de lo propio se traduce en continuas reivindicaciones de las notas características de las identidades locales, regionales o nacionales. La libertad de decisión personal encuentra su reflejo en la proclamación de la autonomía personal y política.
Por otra parte, la pluralidad de hecho parece exigir una pluralidad de valores. Es precisamente ahí donde se plantean las cuestiones más importantes. El pluralismo resulta aceptable, y hasta rentable económicamente, cuando se limita al ámbito de los gustos, las modas o el folklore. Pero los problemas se plantean cuando se instala en el terreno ético.
Domingo 20 TO_A (por J-R Flecha)
El evangelio que hoy se proclama coloca a Jesús en el país de Tiro y Sidón, es decir en la antigua tierra de Fenicia (Mt 15, 21-28). Es un ambiente pagano. De allí procedía la reina Jezabel, que trató de implantar en Israel, el culto a Baal. Y allí envió Dios al profeta Elías para encontrarse con una mujer pobre y creyente.
El texto del evangelio nos recuerda la figura de Elías. También Jesús es un profeta y más que profeta. En él, el poder de Dios se extiende mas allá de las fronteras de su pueblo. Si él ha sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel, sus discípulos tendrán que abrirse un día a un horizonte universal.
El encuentro de Jesús con la mujer cananea parece escandalizar a algunos cristianos por la aparente crudeza del Maestro. Sin embargo, este texto no tiene desperdicio. Es un evangelio dentro del evangelio. Una especie de parábola en acción. Y un texto programático para la comunidad cristiana de todos los tiempos.
LAS MIGAJAS Y LOS PERROS
Esta mujer pagana no tiene un nombre. Sólo tiene un dolor. Y una necesidad. Su hija está enferma. Según el lenguaje de su tiempo. “tiene un demonio muy malo”. Como el niño que se encuentra Jesús al bajar del monte de la transfiguración (Mt 17, 14-21). En ambas situaciones el sufrimiento humano suscita la oración e interpela a la fe.
En el caso del “endemoniado” epiléptico” el que ora es un padre, al parecer judío. Ahora es una madre cananea que descubre la presencia del Maestro y le pide que cure a su hija enferma. En este relato sobresalen las tres frases con la que esta anónima mujer pagana se dirige a Jesús.
• “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David”. Es sorprendente que una mujer pagana reconozca a Jesús como Hijo de David, titulo eminentemente judío que también invoca el ciego de Jericó (Mc 10,47).
• “Señor, socórreme”. Hay pocas oraciones tan breves como ésta, en la que una madre se identifica con su hija. En ella se cruzan dos direcciones. La súplica revela a la vez su amor maternal hacia la hija y su confianza hacia el Señor.
• “Tienes razón, Señor, pero también los perros comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. De forma intencionada, Jesús había aludido al desprecio que los judíos profesaban a los paganos, pero esta mujer anticipa el alcance universal de la salvación.
LOS DESEOS Y LA FE
Todo el relato nos recuerda el diálogo de Abraham con su Dios (Gén 18, 22-33) y los típicos regateos del oriente. Quien desea conseguir algo importante es incansable en su insistencia. Ante los ruegos de la cananea, Jesús revela su propia compasión y el núcleo de su mensaje:“Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”.
• La fe no es sólo la aceptación de una verdad abstracta. Es, sobre todo, la confianza en el poder y la bondad de Dios. En este caso, la fe se identifica con el reconocimiento de Jesús como el enviado por Dios.
• Los deseos humanos definen a la persona. En nosotros forman un ovillo casi siempre enmarañado. En el fondo de nuestro corazón hay deseos de verdad, de bondad y de belleza. Pero hay también turbios deseos que necesitan la purificación que aporta la fe.
• El cumplimiento de nuestros deseos, aunque nos traiga satisfacción, no siempre equivale a la felicidad. Felices nosotros si el Señor acoge nuestros buenos deseos y, en su bondad, les da cumplimiento.
- Señor Jesús, tú conoces nuestras verdaderas necesidades y la sinceridad de nuestra fe. Ten piedad de nosotros. Y danos un corazón atento y sensible a las necesidades de los demás. Amén.
El texto del evangelio nos recuerda la figura de Elías. También Jesús es un profeta y más que profeta. En él, el poder de Dios se extiende mas allá de las fronteras de su pueblo. Si él ha sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel, sus discípulos tendrán que abrirse un día a un horizonte universal.
El encuentro de Jesús con la mujer cananea parece escandalizar a algunos cristianos por la aparente crudeza del Maestro. Sin embargo, este texto no tiene desperdicio. Es un evangelio dentro del evangelio. Una especie de parábola en acción. Y un texto programático para la comunidad cristiana de todos los tiempos.
LAS MIGAJAS Y LOS PERROS
Esta mujer pagana no tiene un nombre. Sólo tiene un dolor. Y una necesidad. Su hija está enferma. Según el lenguaje de su tiempo. “tiene un demonio muy malo”. Como el niño que se encuentra Jesús al bajar del monte de la transfiguración (Mt 17, 14-21). En ambas situaciones el sufrimiento humano suscita la oración e interpela a la fe.
En el caso del “endemoniado” epiléptico” el que ora es un padre, al parecer judío. Ahora es una madre cananea que descubre la presencia del Maestro y le pide que cure a su hija enferma. En este relato sobresalen las tres frases con la que esta anónima mujer pagana se dirige a Jesús.
• “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David”. Es sorprendente que una mujer pagana reconozca a Jesús como Hijo de David, titulo eminentemente judío que también invoca el ciego de Jericó (Mc 10,47).
• “Señor, socórreme”. Hay pocas oraciones tan breves como ésta, en la que una madre se identifica con su hija. En ella se cruzan dos direcciones. La súplica revela a la vez su amor maternal hacia la hija y su confianza hacia el Señor.
• “Tienes razón, Señor, pero también los perros comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. De forma intencionada, Jesús había aludido al desprecio que los judíos profesaban a los paganos, pero esta mujer anticipa el alcance universal de la salvación.
LOS DESEOS Y LA FE
Todo el relato nos recuerda el diálogo de Abraham con su Dios (Gén 18, 22-33) y los típicos regateos del oriente. Quien desea conseguir algo importante es incansable en su insistencia. Ante los ruegos de la cananea, Jesús revela su propia compasión y el núcleo de su mensaje:“Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”.
• La fe no es sólo la aceptación de una verdad abstracta. Es, sobre todo, la confianza en el poder y la bondad de Dios. En este caso, la fe se identifica con el reconocimiento de Jesús como el enviado por Dios.
• Los deseos humanos definen a la persona. En nosotros forman un ovillo casi siempre enmarañado. En el fondo de nuestro corazón hay deseos de verdad, de bondad y de belleza. Pero hay también turbios deseos que necesitan la purificación que aporta la fe.
• El cumplimiento de nuestros deseos, aunque nos traiga satisfacción, no siempre equivale a la felicidad. Felices nosotros si el Señor acoge nuestros buenos deseos y, en su bondad, les da cumplimiento.
- Señor Jesús, tú conoces nuestras verdaderas necesidades y la sinceridad de nuestra fe. Ten piedad de nosotros. Y danos un corazón atento y sensible a las necesidades de los demás. Amén.
Naturaleza y Fe (19ª TO por J-R Flecha)
Nuestra avidez está destrozando la naturaleza. La hemos considerado como un montón de objetos. Sólo eso. La hemos violado para enriquecernos con sus tesoros. La hemos convertido en un artículo de compraventa. No es extraño que, de vez en cuando, se alborote y nos recuerde su grandeza y majestad. La naturaleza es bella, pero es también temible.
Siguiendo a San Agustín, los teólogos medievales hablaron con frecuencia del libro de la naturaleza. En él podemos leer ese mensaje de Dios que se dirige a los hombres y mujeres de todas las culturas y de todas las religiones. En la creación se puede descubrir algo de la grandeza de su Creador.
Su belleza nos cautiva y nos invita a la contemplación y a la oración. El fuego, y el viento, la tierra y el agua nos acompañan con su música. Los grandes místicos han visto en la naturaleza un don de Dios y un camino para llegar a Él. Francisco de Asís alababa a Dios por esos elementos a los que él consideraba sus “hermanos”. Juan de la Cruz cantaba las mil gracias que el Señor ha derramado sobre todas las criaturas.
EL MIEDO
En el evangelio que hoy se proclama, los discípulos de Jesús se encuentran navegando en medio del mar de Galilea. Muchos de ellos son pescadores y conocen bien el lago. Pero en esta ocasión, el viento les es contrario y la barca navega con dificultad, sacudida por las olas. Es de noche y la travesía se hace fatigosa (Mt 14, 22-33).
En las páginas bíblicas, el mar es visto a veces como un símbolo del mal. En este relato evangélico, la naturaleza se nos presenta como la metáfora de la historia. De una historia que con frecuencia se muestra hostil. Antes y ahora, los discípulos de Jesús tienen que remar con fuerza para dominar las olas y mantener el rumbo.
Por otra parte, Jesús está lejos. Se ha retirado al monte para orar, a solas. Y los discípulos se sienten abandonados. A lo largo de los tiempos, los cristianos hemos caído en la tentación de sentirnos abandonados por Aquel que nos ha llamado a seguirlo. La confianza en el Maestro ha dejado lugar al miedo.
LA ORACION
La noche deja paso a la alborada. Al amanecer Jesús se acerca a los que reman con fatiga contra el viento. Sus palabras animan a los discípulos y, a la vez, los interpelan por su poca fe. El evangelio recoge también tres frases con las que ellos reflejan nuestra angustia. Son tres oraciones para todos los tiempos:
• “Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua”. Esta petición de Pedro puede sonar como un tanto petulante. El discípulo parece someter a prueba a su Maestro. Pero revela también su anhelo de acercarse al que reconoce como su Señor.
• “Señor, sálvame”. Nuestro orgullo y nuestra necedad nos pierden. Nos ponemos en una situación imposible y culpamos a Dios de los desastres que han provocado nuestras dudas. Nadie puede pretender fáciles milagros que vengan a remediar nuestra imprudencia.
• “Realmente eres Hijo de Dios”. Pedro ha pretendido distanciarse de la comunidad y se ha hundido. La comunidad permanece en la barca y rema. A ella viene Jesús. Junto a las dos súplicas de Pedro, se oye la voz de la comunidad que adora a su Señor y confiesa su fe.
- Señor Jesús, tú sabes bien que estos son momentos difíciles para tus discípulos. Las olas y el viento azotan la barca, mientras somos tentados por el miedo y por la duda. Acércate a nosotros y escucha nuestra oración suplicante y confiada. Amén.
Siguiendo a San Agustín, los teólogos medievales hablaron con frecuencia del libro de la naturaleza. En él podemos leer ese mensaje de Dios que se dirige a los hombres y mujeres de todas las culturas y de todas las religiones. En la creación se puede descubrir algo de la grandeza de su Creador.
Su belleza nos cautiva y nos invita a la contemplación y a la oración. El fuego, y el viento, la tierra y el agua nos acompañan con su música. Los grandes místicos han visto en la naturaleza un don de Dios y un camino para llegar a Él. Francisco de Asís alababa a Dios por esos elementos a los que él consideraba sus “hermanos”. Juan de la Cruz cantaba las mil gracias que el Señor ha derramado sobre todas las criaturas.
EL MIEDO
En el evangelio que hoy se proclama, los discípulos de Jesús se encuentran navegando en medio del mar de Galilea. Muchos de ellos son pescadores y conocen bien el lago. Pero en esta ocasión, el viento les es contrario y la barca navega con dificultad, sacudida por las olas. Es de noche y la travesía se hace fatigosa (Mt 14, 22-33).
En las páginas bíblicas, el mar es visto a veces como un símbolo del mal. En este relato evangélico, la naturaleza se nos presenta como la metáfora de la historia. De una historia que con frecuencia se muestra hostil. Antes y ahora, los discípulos de Jesús tienen que remar con fuerza para dominar las olas y mantener el rumbo.
Por otra parte, Jesús está lejos. Se ha retirado al monte para orar, a solas. Y los discípulos se sienten abandonados. A lo largo de los tiempos, los cristianos hemos caído en la tentación de sentirnos abandonados por Aquel que nos ha llamado a seguirlo. La confianza en el Maestro ha dejado lugar al miedo.
LA ORACION
La noche deja paso a la alborada. Al amanecer Jesús se acerca a los que reman con fatiga contra el viento. Sus palabras animan a los discípulos y, a la vez, los interpelan por su poca fe. El evangelio recoge también tres frases con las que ellos reflejan nuestra angustia. Son tres oraciones para todos los tiempos:
• “Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua”. Esta petición de Pedro puede sonar como un tanto petulante. El discípulo parece someter a prueba a su Maestro. Pero revela también su anhelo de acercarse al que reconoce como su Señor.
• “Señor, sálvame”. Nuestro orgullo y nuestra necedad nos pierden. Nos ponemos en una situación imposible y culpamos a Dios de los desastres que han provocado nuestras dudas. Nadie puede pretender fáciles milagros que vengan a remediar nuestra imprudencia.
• “Realmente eres Hijo de Dios”. Pedro ha pretendido distanciarse de la comunidad y se ha hundido. La comunidad permanece en la barca y rema. A ella viene Jesús. Junto a las dos súplicas de Pedro, se oye la voz de la comunidad que adora a su Señor y confiesa su fe.
- Señor Jesús, tú sabes bien que estos son momentos difíciles para tus discípulos. Las olas y el viento azotan la barca, mientras somos tentados por el miedo y por la duda. Acércate a nosotros y escucha nuestra oración suplicante y confiada. Amén.
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