La globalización es uno de los tres grandes desafíos con que la humanidad se enfrenta en el momento actual. Los otros dos son el descubrimiento y aceptación de la verdad misma del ser-hombre y la comprensión y gestión del pluralismo y de las diferencias.
La globalización es sobre todo un fenómeno mediático. Nuestra mirada puede presenciar casi todo lo que ocurre en el mundo. De una forma más o menos filtrada, nos llegan casi todos los sonidos de la humanidad. El mundo se nos ha hecho más pequeño.
Por otra parte, los medios de producción y los productos de consumo provienen de todas las partes del mundo. Los productos de cualquier parte del planeta llegan cada día hasta nuestra mesa. Y hasta los valores éticos son compartidos por las personas de cualquier parte del planeta. Realmente vivimos en “la aldea global”.
Sin embargo, la globalización de la información y los medios, de los bienes y productos, de las ideas y de los valores suscita cada vez con más fuerza la afirmación de las diferencias entre los grupos sociales y las personas. La globalidad es percibida como un logro y como una amenaza para la libertad y del sujeto.
Junto con las noticias, los bienes y las ideas, la globalización ha acercado también a las personas y ha facilitado los movimientos de gentes y las migraciones. Se quiera o no, la pluralidad es hoy una realidad palpable, cruzada por numerosas demandas sociales.
El fenómeno de las migraciones, siempre presente a lo largo de la historia, se ha convertido hoy en un fenómeno nuevo, no tanto por los movimientos de masas como por la conciencia del valor y superioridad de la propia cultura que llevan consigo los inmigrantes. Muchos de los rasgos típicos del encuentro intercultural son bien conocidos por el recuerdo de movimientos históricos del pasado. Sin embargo, hoy se plantea con nueva fuerza la cuestión del diálogo multicultural así como las diversas alternativas que se ofrecen con motivo de ese encuentro.
Al mismo tiempo, el fenómeno de la globalización suscita en los individuos y en las comunidades la afirmación de la propia identidad. El individualismo no es una moda pasajera: constituye en muchos casos un dramático recurso de defensa de la intimidad personal.
Esa afirmación de lo propio se traduce en continuas reivindicaciones de las notas características de las identidades locales, regionales o nacionales. La libertad de decisión personal encuentra su reflejo en la proclamación de la autonomía personal y política.
Por otra parte, la pluralidad de hecho parece exigir una pluralidad de valores. Es precisamente ahí donde se plantean las cuestiones más importantes. El pluralismo resulta aceptable, y hasta rentable económicamente, cuando se limita al ámbito de los gustos, las modas o el folklore. Pero los problemas se plantean cuando se instala en el terreno ético.
La globalización es sobre todo un fenómeno mediático. Nuestra mirada puede presenciar casi todo lo que ocurre en el mundo. De una forma más o menos filtrada, nos llegan casi todos los sonidos de la humanidad. El mundo se nos ha hecho más pequeño.
Por otra parte, los medios de producción y los productos de consumo provienen de todas las partes del mundo. Los productos de cualquier parte del planeta llegan cada día hasta nuestra mesa. Y hasta los valores éticos son compartidos por las personas de cualquier parte del planeta. Realmente vivimos en “la aldea global”.
Sin embargo, la globalización de la información y los medios, de los bienes y productos, de las ideas y de los valores suscita cada vez con más fuerza la afirmación de las diferencias entre los grupos sociales y las personas. La globalidad es percibida como un logro y como una amenaza para la libertad y del sujeto.
Junto con las noticias, los bienes y las ideas, la globalización ha acercado también a las personas y ha facilitado los movimientos de gentes y las migraciones. Se quiera o no, la pluralidad es hoy una realidad palpable, cruzada por numerosas demandas sociales.
El fenómeno de las migraciones, siempre presente a lo largo de la historia, se ha convertido hoy en un fenómeno nuevo, no tanto por los movimientos de masas como por la conciencia del valor y superioridad de la propia cultura que llevan consigo los inmigrantes. Muchos de los rasgos típicos del encuentro intercultural son bien conocidos por el recuerdo de movimientos históricos del pasado. Sin embargo, hoy se plantea con nueva fuerza la cuestión del diálogo multicultural así como las diversas alternativas que se ofrecen con motivo de ese encuentro.
Al mismo tiempo, el fenómeno de la globalización suscita en los individuos y en las comunidades la afirmación de la propia identidad. El individualismo no es una moda pasajera: constituye en muchos casos un dramático recurso de defensa de la intimidad personal.
Esa afirmación de lo propio se traduce en continuas reivindicaciones de las notas características de las identidades locales, regionales o nacionales. La libertad de decisión personal encuentra su reflejo en la proclamación de la autonomía personal y política.
Por otra parte, la pluralidad de hecho parece exigir una pluralidad de valores. Es precisamente ahí donde se plantean las cuestiones más importantes. El pluralismo resulta aceptable, y hasta rentable económicamente, cuando se limita al ámbito de los gustos, las modas o el folklore. Pero los problemas se plantean cuando se instala en el terreno ético.
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