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22º TO-A Perder y encontrar la vida (por J-R Flecha)

Jesús pregunta a sus discípulos quién es Él para ellos. Y Pedro responde con admirable firmeza: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Con esa confesión de fe nos sentimos identificados los que, por gracia de Dios, hemos descubierto en Jesús a nuestro Señor y Salvador. Jesús es para nosotros el Mesías enviado por Dios.
Sin embargo, de sobra sabemos que nuestra percepción no siempre responde a la realidad. Entonces como ahora, muchos imaginan un Mesías poderoso y vengativo. Sobre él cuelgan sus propias expectativas y la reivindicación de sus ideales políticos. Pero el Mesías enviado por Dios pasa por la cruz.
Y de nuevo hemos de sentirnos identificados con la protesta de Pedro: “No lo permita Dios, Señor”. También a nosotros nos horroriza la visión del sacrificio y de la cruz. Vemos a Dios como una fuente de sanación. Pero rechazamos el mensaje que vincula la sanación a la conversión y a la renuncia a nuestros intereses particulares o tribales.

EL PENSAMIENTO

Pero el mensaje de Jesús no puede compararse con una póliza de seguros. Nuestra búsqueda de la comodidad y del éxito es comprensible. Pero el evangelio no se deja domesticar por nuestros deseos de seguridad. Jesús es fiel a la misión que le ha sido confiada. Y esa misión pone en riesgo su propia vida. Y la nuestra.
El evangelio que hoy se proclama (Mt 16, 21-27) nos recuerda el contraste entre nuestras ilusiones y la verdad del mensaje de Jesús. Llevado de su espontaneidad, Pedro se convierte en fuente de escándalo, es decir, en piedra de tropiezo. No es extraño que Jesús le descubra el profundo error de su protesta: “Tú piensas como los hombres, no como Dios”.
No es nuestro pensamiento el que nos salva. No es nuestra razón la que nos garantiza la felicidad. Los ídolos tienen boca, pero no hablan. Pero nuestro Dios nos ha revelado el camino de la verdad y de la vida. Su última palabra se ha hecho carne en Jesucristo. Escuchándole a Él podemos prestar atención al pensamiento de Dios.
El obispo Fulton Sheen escribió que Jesús es inseparable de su cruz. Quien rechaza la cruz, terminará por perder a Jesucristo. Quien la acepta, tarde o temprano se encontrará con el Cristo que viene siempre a abrazarse con ella. Quien sólo ve a Dios como una garantía de paz o de ganancias, terminará en un ateísmo práctico.

LA VIDA

De hecho, tras la respuesta que Jesús dirige a Pedro, en el evangelio se incluye una frase que parece una reflexión sapiencial, fruto de una experiencia universal: “Si uno quiere salvar la vida la perderá, pero el que la pierda por mí la encontrará”. La revelación de la misión de Jesús lleva consigo la revelación de la suerte humana.
• Salvar y perder. Cuando estalla el fuego y las llamas se apoderan de la casa, es una locura tratar de salvar las cosas que uno ha ido acumulando. Por salvar sus posesiones, puede uno perder su propia vida. En los momentos de crisis es cuando descubrimos la verdad de lo que realmente vale.
• Perder y encontrar. “Andando enamorada, me hice perdidiza y fui ganada”. Así canta San Juan de la cruz la aventura del alma que no hace caso de sus cosas sino de las que tocan al Amado. Perder la propia vida en aras de la fe, nos otorga la esperanza de encontrarla, plena y renovada para siempre, en el amor de los amores.

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