Con frecuencia nos vemos encarados con una contraposición que nos hace difícil la armonía personal. Es la que enfrenta la razón a los sentimientos. Es interesante ver cómo presumimos de nuestro pretendido control sobre la una y sobre los otros. Nos pasamos la vida tratando de razonar con madurez y de sentir con una cierta coherencia.
En el evangelio que se proclama en este tercer domingo de Pascua (Lc 24, 35-48) se evoca de nuevo el primer día de la semana: aquel en el que dos discípulos caminaban desconcertados cuando fueron alcanzados por un peregrino. En la aldea de Emaús reconocieron en él a Jesús y regresaron a toda prisa para dar cuenta de ello a los demás discípulos.
Si ellos estaban agitados por una tormenta de sentimientos encontrados, también lo estaban sus compañeros. El texto evangélico nos dice que se veían zarandeados entre el miedo y la duda, entre la alegría y el estupor. Seguramente ése es y será siempre el clima de la comunidad cristiana. Y no habrá que alarmarse por ello.
CREYENTES
El relato evangélico es de un realismo casi escandaloso. Se podría pensar que, atenazados por el miedo y la nostalgia, los apóstoles caerían con facilidad en alucinaciones. Pero no. No estaban preparados para imaginar la resurrección de su Maestro. El texto acumula verbos como “ver y escuchar, tocar y comer”. Es claro que los apóstoles necesitaban pruebas.
Efectivamente, el Señor resucitado no rehuye las pruebas que atestiguan su triunfo sobre la muerte. Con todo, el tono del relato nos remite a la experiencia cristiana de todos los creyentes, de todos los siglos.
Dos importantes indicaciones de Jesús marcan el itinerario de nuestra fe y el estilo de la misión de la Iglesia.
- “Mirad mis manos y mis pies”. Nosotros pensamos que se nos reconoce por nuestro rostro. Sin embargo, los primeros discípulos no reconocen a Jesús por su rostro. Al mostrarles sus manos y sus pies, Jesús les presenta sus llagas, es decir su carne humana herida. Y les recuerda el servicio y el cansancio que lo habrían de definir para siempre.
- “Así estaba escrito”. El Señor sabe que sus gestos no serán comprendidos si los discípulos no recuerdan las Escrituras. También la Iglesia ha de saber que sus acciones y pasiones, sus logros y sus heridas no suscitan la fe hasta que las gentes se acerquen humildemente a la Escritura. En ella se hace viva y audible la Palabra del Señor.
TESTIGOS
Aún queda una frase final que resume el mensaje de Jesús. Esa es la advertencia definitiva del Maestro a los discípulos que se bandean entre la duda y la fe.
• “Vosotros sois testigos de esto”. Los discípulos de la primera hora estaban llamados a extender por todo el mundo la enseñanza recibida. Pero, sobre todo, eran enviados como testigos de una vida entregada por amor.
• “Vosotros sois testigos de esto”. Ya el papa Pablo VI nos decía que el mundo de hoy no necesita tanto de maestros como de testigos. Las doctrinas se valoran y se aceptan cuando van acompañadas por el compromiso concreto de quien las profesa.
• “Vosotros sois testigos de esto”. Se dice que para ser testigos hace falta “estar ahí y ser diferentes”. Si nos alejamos de la sociedad no podremos ofrecerle una verdad que libera. Pero si no somos diferentes, el mensaje que anunciamos no será interpelante ni creíble.
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