En un sermón pronunciado en la fiesta de la Ascensión, San Juan de Ávila decía que esta fiesta nos invita a la vez a la alegría y al llanto. “Nuestro deseo parece que se inclina a tener presente a Jesucristo en forma mortal, para que lo viéramos con ojos de carne y gozáramos de su conversación; mas Él a otra parte parece que tira”.
A veces tenemos la impresión de vivir abandonados. Se desvanece la certeza de la presencia de Dios en nuestra vida. Y todo nos parece un signo escandaloso de su ausencia. Es como si, de pronto, tuviéramos que experimentar el dolor de la orfandad. Y permanecemos mudos y desganados.
Lo dramático es que esta sensación no es el castigo de los incrédulos o los ateos. También los creyentes parecen obligados a pasar alguna vez por el valle de tinieblas. Dios se oculta y no se deja percibir en el horizonte de nuestra vida. Si somos “buscadores de Dios”, no lo somos por gusto. Como Magdalena, “no sabemos dónde lo han puesto”.
ENVÍO Y RESPONSABILIDAD
Nuestra fe confiesa que Jesús ha subido a los cielos en cuerpo y alma. Con esa expresión, de cuño semítico, se nos dice que toda su persona ha entrado definitivamente en el ámbito de la divinidad. El que se abajó y humilló tomando la forma de siervo, ha sido glorificado como Señor. Es más, la humillación parece reclamar para Él la gloria.
Pero la ascensión de Jesús a los cielos no puede ser para los cristianos el comienzo de una triste y quejumbrosa orfandad. Es la toma de conciencia de una gozosa y activa responsabilidad. El Señor ha dicho y dice siempre a sus discípulos: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”.
Si Él vivió limitado a un rincón de la tierra, a sus discípulos se les abren todos los caminos del mundo. Si Él proclamó la buena noticia del Reino de Dios, sus discípulos han recibido el don y la tarea de completar aquella misión. Si Él era el Señor de la creación, sus discípulos se saben enviados a toda la creación.
EL SEÑOR Y LOS DISCÍPULOS
Es muy interesante el final del Evangelio según San Marcos (Mc 16, 15-20). Entre otras razones, porque concluye vinculando la misión de los discípulos a la misión misma del Mesías:
• “Después de hablarles, el Señor Jesús ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios”. Al principio fue la palabra. Al principio de la vida de Jesús. Y al principio de la misión de la Iglesia. Antes de subir al cielo, Jesús fue sembrando la semilla de su palabra
• “Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes”. Los discípulos de Jesús no fueron llamados para permanecer en la holganza. Su patria son los caminos. Y su trabajo, la proclamación de una buena noticia que nos salva y hace comunidad.
• “El Señor actuaba con ellos y confirmaba la palabra con los signos que los acompañaban”. Jesús anunció a los discípulos que siempre estaría con ellos. Ahora sabemos que siempre estará en el mundo por medio de ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario