Vivimos aparentando seguridad y caminamos por el mundo simulando una firmeza que no tenemos. Tal vez por eso huimos de la soledad, que nos devuelve, como un espejo, la verdadera imagen de nosotros mismos.
En realidad, somos presa de un temor y de una tentación Tenemos miedo a la esterilidad. Nos horroriza la infecundidad: pasar por la vida sin dejar fruto.
En consecuencia, nuestra tentación más inmediata y recurrente es la de dar fruto a cualquier precio. Buscamos la eficacia fácil, aunque sea efímera.
La consecuencia es siempre esa mezcla de autonomía, con la que tomamos nuestras egoístas e inmaduras decisiones y de vanagloria, con la que nos apresuramos a atribuirnos el feliz resultado de las mismas. Siempre tenemos una corona preparada para premiar nuestros triunfos.
LA FUENTE DE LA VIDA
El evangelio según San Juan (Jn 15, 1-8), que se proclama en este domingo quinto de Pascua, parece responder a esa situación. Nos invita a reconocer la honda verdad de nuestra existencia. Podemos superar nuestra infecundidad, pero no del modo como nosotros imaginamos. Nuestra fuerza no puede nacer de nosotros mismos.
Así lo dice Jesús: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada”.
- Jesús es la fuente y nosotros los canales. Sin él no podemos saciar nuestra sed. Ni pasar el agua a nuestros hermanos. Él es la vid. Nosotros somos los sarmientos. Si no estamos unidos a Él no recibimos la sabia de la vida.
- Jesús es por tanto la fuente de nuestra existencia cristiana. Y de la vida que, gracias a él, podemos aportar a los demás. Si no permanecemos unidos a él, pereceremos en nuestra esterilidad.
- Jesús es quien da nacimiento, continuación y culminación a la misión que nos ha sido confiada. Si no permanecemos unidos a él, nuestra actividad no tendrá sentido. Nos moveremos en el vacío
EL HIJO DEL PADRE
No deberíamos leer este pasaje evangélico dejando de lado la primera afirmación de Jesús: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador”. El evangelio de Juan parece reiterativo. Sus frases se parecen a las olas del mar. Parecen todas iguales, pero cada una añade algo a la anterior.
• “Yo soy la verdadera vid”. Jesús se revela como el camino, la verdad y la vida. Dos hermosas alegorías lo presentan como el Buen Pastor y como la Vid verdadera. En esta última, recoge una larga tradición de su pueblo. Según Isaías, Israel es la viña de Dios (Is 5). Ahora Jesús se nos muestra como el definitivo Israel de Dios.
• “Mi Padre es el labrador”. En su parábola, también Isaías se refería a Dios como el viñador que planta y cuida su viña. Ahora Jesús reconoce a Dios como Padre. Jesús nos revela el cuidado del Padre. Se sitúa entre Dios y nosotros. Nosotros gozamos de la atención que Dios nos demuestra a través de Jesús.
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