La liturgia habitual de este domingo cede el paso a
la solemnidad de la natividad de San Juan Bautista. A lo largo del año, sólo se
nos propone la celebración del
nacimiento de Jesús, el de María, su Madre y el de Juan, el Bautista que parece
reflejar la figura profética de Elías.
Y no
es extraño que el Precursor sea celebrado con tanta solemnidad. La figura de
Juan el Bautista ha sorprendido siempre a los discípulos de Jesús, Tanto que
los textos evangélicos parecen insistir una y otra vez en afirmar que el Mesías
esperado no es Juan sino Jesús.
De una forma y de otra, los textos evangélicos
subrayan la providencia de Dios que guía el nacimiento de Juan. Y la luz que le
lleva a preparar el camino del Mesías, reconociendo la superioridad del que
viene detrás de él y cuyas sandalias no es digno de desatar.
UN NOMBRE NUEVO
En el evangelio que hoy se proclama, contemplamos la
escena del nacimiento de Juan (Lc 1, 57-66.80). Y asistimos a una simpática
discusión familiar sobre el nombre que se ha de imponer al niño. Aparentemente
es una discusión como tantas otras que tienen lugar en torno al nacimiento de
un bebé.
Pero algo nos llama la atención, ya desde el punto de vista
social. Hasta hace muy poco tiempo, muchas familias ponían al niño el nombre de
alguno de sus parientes. De alguna forma, se intentaba que el recién llegado
encarnase la imagen y los valores de su antepasado. El nombre parecía marcar su
identidad.
Para el niño de Isabel habían soñado ya un futuro
calcado sobre el pasado inmediato. Habría de llamarse Zacarías, como su padre.
Seguramente muchos esperaban que fuera sacerdote del templo de Jerusalén, como
su padre. Y que llegase a una pacífica y serena ancianidad, como su padre.
Pero Dios le impone el nombre de Juan que significa
“Dios ha concedido favor”. Ninguno de sus parientes lo había llevado. Dios le
confía una misión única. No ha de servir en el santuario antiguo: ha de
preparar el camino al Santo de Dios. No envejecerá en paz. Será condenado a
muerte por su fidelidad a la Ley del Señor.
CREYENTE Y CREÍBLE
El relato evangélico recoge el asombro de las gentes
y los comentarios que se repiten por las montañas de Judea.
• “¿Qué va a
ser este niño?” Contra toda apariencia va a ser un hombre fiel a la Ley de
Moisés. No tanto en las prescripciones rituales, como en la llamada a la
conversión y en la promoción de la justicia.
•
“¿Qué va a ser este niño?” Va a ser el precursor del Mesías. No tanto por su
aislamiento en el desierto como por su valiente predicación. Juan anunciará su
próxima llegada y lo descubrirá después entre los hombres.
• “¿Qué va a ser este niño?” Va a ser un profeta
libre y leal, creyente y creíble. Como todo todos los profetas anunciará el
bien y la verdad y denunciará el mal y la corrupción. Aunque ello le cueste la
vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario