“Acechemos al justo, que nos resulta incómodo”. Esas palabras se encuentran en el pasaje del libro de la Sabiduría que hoy se lee en la liturgia (Sap 2, 17-20). Son antiguas, pero podrían aplicarse a todos los tiempos y a todos los países. Al ponerlas en boca del impío, el texto subraya la fuerza que ejerce la presencia de los justos en una sociedad corrupta.
No es extraño que la persona honradas sea con frecuencia acusada, desprestigiada, alejada de su puesto de trabajo. El texto recoge tres acusaciones que dirigen contra ella los que la persiguen: “Se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada”.
Si bien se mira, esas son las razones o sinrazones con las que muchas veces se explica la muerte de los mártires. Algunos han muerto por negarse a renegar de Dios. Pero muchos otros han sido asesinados por defender la dignidad de las personas que estaban siendo atropelladas por los facinerosos de turno. Matando al profeta pretendían éstos anular la profecía.
LA DISCUSIÓN
Ya nos damos cuenta de que ese texto bíblico ha sido elegido hoy como introducción a las palabras con las que Jesús anuncia su propia suerte: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán, y después de muerto, a los tres días resucitará” (Mc 9, 31).
Este es el segundo de los tres anuncios de la Pasión. Marcos lo coloca después de la transfiguración de Jesús y la curación del joven epiléptico a la bajada del monte. Según el texto evangélico, Jesús es consciente de la suerte que le espera, mientras que sus discípulos no entienden de qué les habla. Es más, les da miedo preguntarle.
No entienden lo que Jesús trata de decirles. Pero tampoco han asumido el estilo de su vida. De hecho, mientras van por el camino, discuten quién de ellos es el más importante. La pregunta de Jesús trasciende aquel momento y se aplica a los discípulos de todos los tiempos. También a nosotros nos pregunta el Señor de qué discutimos mientras vamos “de camino”. Será muy triste si pasamos la vida discutiendo sobre nuestra propia importancia.
LA ACOGIDA
“El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”. Ese es el gesto profético de Jesús antes las pretensiones de sus discípulos. Pero los gestos de los profetas siempre van acompañados por la palabra. Y aquí la palabra clave es “acoger”.
• Acoger a un niño. Ese es el signo de la gratuidad. El niño todavía no realiza un trabajo ni recibe un salario. No es “productivo”. Y, sin embargo es importante. Acoger a un niño significa reconocer la importancia del débil. Es decir del “in-útil”
• Acoger a Jesús. Él ha sido pobre y ha recorrido como un pobre los caminos del mundo. Acoger a Jesús, en su pobreza material, es la fuente de nuestra riqueza. Éñ pidió de beber a la Samaritana, pero podía dar un agua que salta hasta la vida eterna.
• Acoger al que le ha enviado. Jesús se sabe enviado por el Padre. Él es la imagen de Dios invisible. Acogerle es creer en él: en su mensaje y en su misión de salvación. Quien cree en el enviado cree también en el que lo envió.
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