“Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará”. Estos versos cantan y anuncian la promesa de un futuro apenas imaginable. Lo imposible se hará posible. Y las utopías más increíbles se harán realidad.
Esas promesas y otras semejantes hoy se atribuyen a la ciencia y a la técnica. De hecho, el progreso se entiende precisamente como la superación de las deficiencias humanas. El buen funcionamiento de los sentidos es señal de salud y de juventud. Recuperar la vista, la audición o la palabra y caminar con agilidad son los milagros que hoy se esperan de la medicina.
Con esas promesas, el profeta Isaías anunciaba a su pueblo la liberación de la esclavitud que había padecido en Babilonia. Junto a la recuperación de los sentidos, anunciaba él que brotarían aguas en el desierto y que el páramo se convertiría en un estanque. Pero tampoco esos prodigios se atribuían a la técnica, sino a la acción del Señor (Is 35, 4-7).
LOS SENTIDOS Y EL SENTIDO
El evangelio que hoy se proclama parece recoger aquellas aspiraciones de siempre. Hasta Jesús traen un sordo que tiene grandes dificultades parar hablar correctamente. En Jesús encontrará la curación. El que es la Palabra de Dios capacita al hombre para oír las palabras humanas y para recobrar la capacidad de expresarse.
No sabemos si conocía a Jesús. De hecho son otros los que lo conducen hasta el Señor. Los que piden que le imponga las manos. El discapacitado depende de los demás. Pero Jesús lo aparta por un momento de la gente. El relato incluye una dialéctica interesante. Son los demás los que nos acercan al Señor, pero nuestra salvación depende sólo de Él.
El sordo balbuciente tiene muy limitada la capacidad de comunicación con los demás. Y esa discapacidad, limita sus posibilidades de disfrutar de la vida. Como han escrito los hermanos de la Comunidad de Bose, Jesús tiene que despertar sus “sentidos” para que él pueda redescubrir el “sentido” del vivir.
El evangelio no deja de señalar el modo de la curación. Jesús mete sus dedos en los oídos del sordo y con la saliva le toca la lengua. Son los gestos los que hacen inteligible la acción del Señor. Pero los gestos no lo dicen todo, si no van acompañados por la orden de Jesús: “Effetá”, esto es “ábrete”.
OÍR Y HABLAR
El relato evangélico concluye con un vibrante comentario: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Ese es precisamente el eco que la acción de Jesús suscita en las gentes, asombradas al ver al sordo oír y hablar sin dificultad.
• Jesús hace oír a los sordos. En tierra de paganos Jesús cura a este sordo. El puede oír al Señor, mientras sus propios discípulos parecen sordos a sus mensaje. También hoy Él puede hacernos oír su Palabra. De ella depende la vida y la fe. Pero es preciso que nos acerquemos y nos dejemos tocar por Él.
• Jesús hace hablar a los mudos”. Tanto el que fue sordo como las gentes que lo contemplan se desatan en alabanzas del Señor. También hoy, quien ha escuchado con fe la palabra de Señor ha de anunciar su mensaje con diligencia y esperanza. El evangelizado ha de convertirse en evangelizador.
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