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El ciego y la luz Jn 9,1-41 (CUA4-14)
Tradicionalmente
este cuarto domingo de cuaresma es llamado “Laetare”, es decir “Alégrate”, por
las primeras palabras de la antífona de entrada en la eucaristía.
En medio de
la aparente oscuridad de este tiempo cuaresmal, esa invitación es un anticipo
de la luz y de la alegría pascual. Este
domingo central de la cuaresma invita a los catecúmenos a preparase para el
bautismo que recibirán en la Pascua. Y a todos nosotros nos exhorta a agradecer
el don de la fe.
En la primera
lectura se recuerda que el profeta Samuel ungió con aceite a David para hacerle
rey (1 Sam 16). Hay en el texto una frase importante que se coloca en los labios del mismo Dios:
“Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia: el Señor ve el corazón”.
Ese es el don más precioso de la fe: ver las cosas como las ve Dios.
SALIVA Y
TIERRA
También el
evangelio de hoy se refiere a la posibilidad de “ver” (Jn 9). Para curar al ciego de nacimiento, Jesús
escupe en la tierra, hace un poco de lodo con la saliva y con él unge los ojos
del ciego. Y lo envía a lavarse en el estanque de Siloé, es decir, “El
Enviado”. Jesús unta los ojos ciegos con el polvo que habitualmente los ciega.
• Así comenta
San Agustín este gesto: “Jesús comenzó por mezclar su saliva con la tierra,
para ungir los ojos del que había nacido
ciego. También nosotros nacimos de Adán ciegos y tenemos necesidad de que
Cristo nos ilumine. Él hizo una mezcla de saliva y tierra. El verbo se hizo
carne y habitó entre nosotros. Así que mezcló su saliva con la tierra (…)
Nosotros somos iluminados si es que tenemos el colirio de la fe”.
• Y así
escribe San Juan de Ávila: “Tuvo tanta fe el ciego que luego fue para allá con
tanta fe que no le estorbaron los que de él reían, como lo veían ir así, los
ojos llenos de lodo, ni los que murmuraban porque iba a donde le mandó
Jesucristo”.
Como el ciego
de nacimiento, también nosotros necesitamos que Jesús nos envíe a lavar
nuestros ojos en las aguas de “El Enviado”. Sólo él nos hará ver con claridad.
EL ENVIADO
Este
magnífico relato es todo un resumen del encuentro con Jesús, del proceso
catequético y de la fidelidad a la fe. En medio, sobresale el mandato que Jesús
dirige al ciego: “Ve al estanque de Siloé y lávate”. Esas palabras se dirigen también a nosotros.
• “Ve al
estanque de Siloé y lávate”. Nacimos del agua y del Espíritu. Es preciso
recordar cada día el lavatorio original de nuestro bautismo y recobrar el
frescor que brotaba de las aguas que nos dieron nueva vida.
• “Ve al
estanque de Siloé y lávate”. Sólo al contacto con el Mesías Jesús y gracias a
la escucha y aceptación de su evangelio puede aclararse nuestra mirada para
descubrir su misterio y nuestra dignidad.
• “Ve al
estanque de Siloé y lávate”. Necesitamos purificarnos de nuestros prejuicios,
de imágenes inútiles y nocivas, de un espectáculo diario que nos fascina y nos
encandila, nos “divierte” y nos aliena.
IXCIS una propuesta de canciones cristianas
La diócesis de Málaga tiene una apartado musical bajo una denominación muy cristiana. De esta forma utiliza la forma griega para denominar a la palabra pez "IXCIS" (acróstico de Iesoús Christós Theoú Yiós Sotḗr, es decir, Jesús, el Cristo, Hijo de Dios, Salvador") de uno de los símbolos más primigenios de nuestra fe. Os invito a visitar y a disfrutar de las canciones que desde ella nos proponen (Escuchar canciones)
Y unida a la anterior, otra web de canciones estupenda tiene el mismo y sugerente título "IXCÍS" (quiero visitarla, hazme un clic)
La Samaritana (canción de Juan Ignacio Pacheco)
LETRA:
Llegaste tan de pronto, misterio de amor,
tus ojos negros calaron hondo;
y habitaron oscuros lados de mi cuerpo herido
y tu luz me asombró... tu luz.
"Dame de beber", Tú me dijiste,
al tiempo de mil latidos de mi corazón.
"Si supieras el don de Dios
y quién te lo pide,
tú vendrías a buscar mi agua".
"Porque todo el que beba del agua que Yo le dé
tendrá vida, no tendrá sed.
Porque todo el que beba
de la fuente de mi vida
limpiará sus heridas, no tendrá sed".
El agua que Tú me das llena mi pozo vacío,
es agua de tu Espíritu en mi corazón,
colma todos mis cántaros hechos de barro
y tu viento de amor me envuelve.
El agua que Tu me das lava lo manchado,
hace brotar del mal un bien,
tu fuego quemó mis labios y me lancé a correr,
tu nombre gritaré, cantaré.
Dios está en su Hijo Mt 17,1-19 (CUA2-14)
Muchos nos
preguntan dónde está Dios. A muchos de nuestros contemporáneos les resulta
difícil encontrarlo, tal vez porque tienen una falsa imagen de Dios. Lo
consideran o como un enemigo del hombre o como un apoyo para la inmovilidad y
el acomodo.
Pero Dios
está vivo y nos invita a vivir. Dios
estaba en la voz que llamó a Abrahán y le invitó a salir de su tierra y de la
casa de su padre (Gen 12,1-14). En su exhortación “La alegría del Evangelio”,
el Papa Francisco nos repite que, al igual que Abrahán, la Iglesia es una
comunidad “en salida”, un pueblo itinerante (nn. 22-24)
Dios estaba
en la zarza, desde la que llamó a Moisés para convertirlo en liberador de su
pueblo. Dios estaba en la nube que guiaba al pueblo de Israel por el desierto
hasta la patria de la libertad. Y, finalmente, Dios está en su Hijo Jesús. Y en
aquellos que le siguen con sincero y humilde corazón.
EL ROSTRO Y
LA PRESENCIA
Hoy
contemplamos el cuadro de la Transfiguración de Jesús, pintado por Rafael, que
se conserva en la Pinacoteca Vaticana. En él se refleja la dialéctica entre el
monte y el valle. En el monte Jesús se encuentra con la luminosa realidad de
Dios. Al bajar del monte se encuentra con la dolorida realidad de lo humano. He
ahí la imagen de nuestra vida de creyentes. La contemplación no puede alejarnos
de la acción.
Según el
evangelio que hoy se proclama (Mt 17, 1-9), la transfiguración de Jesús nos
anuncia el misterio de su muerte y su resurrección.
Los tres
discípulos más cercanos subieron con Jesús a lo alto de una montaña. Allí
vieron que su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvían blancos
como la nieve. Lo envolvía la nube que había significado la presencia de Dios
en medio de su pueblo. Moisés y Elías lo flanqueaban como dando testimonio de
su honda verdad. Ellos habían descubierto a Dios en el monte santo. Y junto a
ellos, se revelaba ahora en su Hijo predilecto.
LA VOZ DEL
CIELO
En el relato
de la Transfiguración de Jesús se recoge la voz que desciende de la nube, es
decir, desde el ámbito de lo divino: “Este es mi Hijo, el amado, el elegido:
escuchadlo”.
•“Este es mi Hijo”. Dios no es un objeto lejano. No
es una idea ni un anhelo insatisfecho. Se presenta con los rasgos familiares de
quien reconoce a Jesús como hijo.
• “El amado”.
Los seres humanos han temido muchas veces a los dioses. Los dioses falsos
tienen boca pero no hablan. El Dios de Jesús siente y ama.
• “El
elegido”. Por el hecho de reconocer a Dios como Dios, el hombre no pierde su
categoría y su dignidad. Jesús no fue menos humano por saberse elegido por
Dios.
•
“Escuchadlo”. Jesús no se ha engañado ni ha engañado a los suyos. Dios está con
él, lo apoya y garantiza su misión y la verdad de su mensaje.
El Concilio
Vaticano II nos dice que, mediante la escucha de la Palabra de Dios y la
oración, el tiempo cuaresmal prepara a
los fieles a celebrar el misterio pascual (SC 109). Hay que leer los evangelios
y escuchar la Palabra del Señor.
El Curriculo de Religión Católican en la LOMCE
Comparto tres vídeos que recogen tres aspectos presentados en las pasadas Jornadas Nacionales de Vicarios y Delegados de Enseñanza del mes de febrero:
1. La presentación del currículo de la LOMCE.
2. Competencias en el currículo de Religión.
3. Desarrollo y aplicación del currículo de Religión Católica
)
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Unas horas en la casa del papa Francisco
Interesante crónica de un periodista españon en la casa de Santa Marta, residencia del papa Francisco en elque comparte con el lector las 12 horas que compartió en ese especial hogar papal. (LEER MÁS)
Fidelidad y Felicidad Mt 4,1-11 (CUA1-14)
La tentación
se ha convertido en un tema predilecto para los publicistas que tratan de
vender un nuevo producto. El ideal sería que nunca nos llegaran a seducir las
cosas o las acciones que nos deshumanizan. Pero lo malo de la tentación es que
se nos presenta tan disfrazada que apenas logramos reconocerla como tal.
En su
exhortación “La alegría del Evangelio”, el Papa Francisco ha señalado cuatro
tentaciones: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la mundanidad espiritual
y las guerras entre los creyentes (nn.81-86.93-101). Esas tentaciones nos
alejan del camino que nos habría de llevar a conseguir lo mejor de nosotros
mismos y a anunciar el Evangelio.
El texto del
libro del Génesis que hoy se lee en la misa nos sugiere que la gran
tentación del ser humano es la de
despreciar la voluntad divina (Gen 2,7-9; 3,1-7). Al ceder a la tentación, la persona rompe la relación
de armonía con lo otro, con los otros y con el absolutamente Otro.
EL ENGAÑO QUE
SEDUCE
Si el primer
Adán cede a la tentación, Cristo, el segundo Adán, la supera. Como todos los
años, al principio de la cuaresma, hoy contemplamos a Jesús en el desierto (Mt
4,1-11). El evangelio nos dice que Jesús sale victorioso de las pruebas a las
que es sometida su categoría divina y hasta su calidad humana. Jesús fue
sometido una y otra vez a la prueba.
En el caso de
nuestras tentaciones la cuestión de
fondo era, es y será siempre la misma. Hemos de preguntarnos por las hondas
razones que nos mueven a caminar. Hemos de plantearnos el por qué y el para qué
de nuestras elecciones.
La gran
tentación es la de volver la espalda a la verdad. La de pretender ignorar el
plan de Dios y nuestra propia dignidad de Hijos de Dios. Nuestra gran tentación
es el engaño que con tanta frecuencia aceptamos como normal e inofensivo.
San Pablo
nos recuerda que la salvación que nos
llega por Cristo nos redime del mal que desde siempre nos seduce.
TENTADORES DE
DIOS
A la última
tentación Jesús responde citando un tajante texto del Deuteronomio: “No
tentarás al Señor tu Dios”. De ser tentados pasamos con frecuencia a ser
tentadores. Tentadores de los demás y hasta de Dios.
• “No
tentarás al Señor tu Dios”. Tentamos a Dios cuando olvidamos su amor y adoramos
a las cosas, como si fueran un dios que puede salvarnos y merecer nuestro amor.
• “No
tentarás al Señor tu Dios”. Tentamos a Dios cuando pretendemos ser nosotros la
fuente de la fe y la esperanza, del amor y de la vida, de la paz y la justicia.
• “No tentarás
al Señor tu Dios”. Tentamos a Dios cuando nos llamamos hijos suyos y olvidamos
a nuestros hermanos, que también lo llaman “Padre”.
A la luz de
este mensaje, será necesario revisar las tentaciones del tener, el poder y el
placer, que continuamente tratan de desviarnos del camino del Señor. La
cuaresma es un tiempo propicio para este examen sobre la verdad de nuestra
vida.
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