La tentación
se ha convertido en un tema predilecto para los publicistas que tratan de
vender un nuevo producto. El ideal sería que nunca nos llegaran a seducir las
cosas o las acciones que nos deshumanizan. Pero lo malo de la tentación es que
se nos presenta tan disfrazada que apenas logramos reconocerla como tal.
En su
exhortación “La alegría del Evangelio”, el Papa Francisco ha señalado cuatro
tentaciones: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la mundanidad espiritual
y las guerras entre los creyentes (nn.81-86.93-101). Esas tentaciones nos
alejan del camino que nos habría de llevar a conseguir lo mejor de nosotros
mismos y a anunciar el Evangelio.
El texto del
libro del Génesis que hoy se lee en la misa nos sugiere que la gran
tentación del ser humano es la de
despreciar la voluntad divina (Gen 2,7-9; 3,1-7). Al ceder a la tentación, la persona rompe la relación
de armonía con lo otro, con los otros y con el absolutamente Otro.
EL ENGAÑO QUE
SEDUCE
Si el primer
Adán cede a la tentación, Cristo, el segundo Adán, la supera. Como todos los
años, al principio de la cuaresma, hoy contemplamos a Jesús en el desierto (Mt
4,1-11). El evangelio nos dice que Jesús sale victorioso de las pruebas a las
que es sometida su categoría divina y hasta su calidad humana. Jesús fue
sometido una y otra vez a la prueba.
En el caso de
nuestras tentaciones la cuestión de
fondo era, es y será siempre la misma. Hemos de preguntarnos por las hondas
razones que nos mueven a caminar. Hemos de plantearnos el por qué y el para qué
de nuestras elecciones.
La gran
tentación es la de volver la espalda a la verdad. La de pretender ignorar el
plan de Dios y nuestra propia dignidad de Hijos de Dios. Nuestra gran tentación
es el engaño que con tanta frecuencia aceptamos como normal e inofensivo.
San Pablo
nos recuerda que la salvación que nos
llega por Cristo nos redime del mal que desde siempre nos seduce.
TENTADORES DE
DIOS
A la última
tentación Jesús responde citando un tajante texto del Deuteronomio: “No
tentarás al Señor tu Dios”. De ser tentados pasamos con frecuencia a ser
tentadores. Tentadores de los demás y hasta de Dios.
• “No
tentarás al Señor tu Dios”. Tentamos a Dios cuando olvidamos su amor y adoramos
a las cosas, como si fueran un dios que puede salvarnos y merecer nuestro amor.
• “No
tentarás al Señor tu Dios”. Tentamos a Dios cuando pretendemos ser nosotros la
fuente de la fe y la esperanza, del amor y de la vida, de la paz y la justicia.
• “No tentarás
al Señor tu Dios”. Tentamos a Dios cuando nos llamamos hijos suyos y olvidamos
a nuestros hermanos, que también lo llaman “Padre”.
A la luz de
este mensaje, será necesario revisar las tentaciones del tener, el poder y el
placer, que continuamente tratan de desviarnos del camino del Señor. La
cuaresma es un tiempo propicio para este examen sobre la verdad de nuestra
vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario