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Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael (29 septiembre)
Textos para trabajar su presencia en la Biblia:
San Miguel Ap 12,7-12
San Gabriel Lc 1,26-38
San Rafael Tob 5,1-8,8
7 pilares para la felicidad
El deseo de cualquier persona es alcanzar la felicidad. Aunque el
objetivo no parece fácil, el benedictino Notker Wolf nos proporciona
unos consejos con los que se pueden poner las bases para conseguirla.
Estos consejos se basan en siete pilares: las tres virtudes teologales –fe, esperanza, caridad– y las cuatro cardinales –fortaleza, justicia, prudencia, templanza–. Las siete virtudes son como el punto de apoyo de la vida verdadera; algo sobre lo que se puede edificar.
El autor presenta estas virtudes clásicas de una forma muy actual acudiendo a situaciones cotidianas, bien conocidas por todos, para ejemplificar su buen y mal uso. Basándose en su experiencia, nos muestra estos pilares como base de la felicidad no solo individual sino también de la comunidad.
Estos consejos se basan en siete pilares: las tres virtudes teologales –fe, esperanza, caridad– y las cuatro cardinales –fortaleza, justicia, prudencia, templanza–. Las siete virtudes son como el punto de apoyo de la vida verdadera; algo sobre lo que se puede edificar.
El autor presenta estas virtudes clásicas de una forma muy actual acudiendo a situaciones cotidianas, bien conocidas por todos, para ejemplificar su buen y mal uso. Basándose en su experiencia, nos muestra estos pilares como base de la felicidad no solo individual sino también de la comunidad.
Autor Ntker Wolf
Ediciones Narcea
ISBN 9788427721104
200 páginas
Precio 15,60 euros
Discípulos humildes Mc 9,38-43.45.47-48 (TOB26-15)
“Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y
recibiera el espíritu del Señor”. Según el líbro bíblico de los Números, con
estas palabras responde Moisés al celo con el que Josué le denuncia a dos israelitas.
Se llamaban Eldad y Medad y estaban en la lista de los setenta ancianos sobre
los que había de posarse el espíritu de Dios.
Por lo que fuera, estaban fuera del campamento y no
acudieron a la tienda a la que los había convocado Moisés. Sin embargo, he aquí
que profetizaban, al igual que los demás ancianos que habían sido elegidos y
estaban presentes en la “ceremonia” (Núm 11,25-29).
El relato nos habla de un Dios vivo, que quiere
comunicarse con su pueblo por la boca de sus elegidos. Nos habla también de la
ancianidad, como la edad de la escucha de la palabra de Dios y de la verdadera
sabiduría. Nos habla de Moisés, que está dispuesto a compartir con los demás el
don del espíritu que le ha sido concedido.
Y al presentarnos a Josué, el fiel seguidor de Moisés,
nos habla también de nosotros, de nuestros celos, de nuestro ritualismo, de
nuestros temores, y de los límites que
pretendemos imponer al Espíritu de Dios. Pero ese Espíritu es incontrolable
como el viento.
EL
SEGUIMIENTO
Evidentemente
el texto ha sido elegido como un anticipo del relato evangélico que hoy se proclama (Mc 9,38-45). También en él
escuchamos una denuncia formulada por Juan, uno de los discípulos predilectos
de Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y se lo
hemos querido impedir, porque no es de los nuestros”.
•
Según el mismo Evangelio, los discípulos tuvieron que reconocer que ellos
habían sido incapaces de expulsar un demonio, es decir de curar a un muchacho
epiléptico (Mc 9,28). Ahora parece que les molesta que otro, que no pertenece a
su grupo, consiga lo que ellos no han podido hacer.
•
Cuando los discípulos preguntaron a Jesús por qué no habían podido expulsar
ellos al demonio de aquel joven, Jesús les respondió con claridad: “Esta clase
no puede ser arrojada más que con la oración”. Pero el discípulo no siempre
aprende la lección del Maestro. De hecho, Juan pretende sustituir la fuerza de
la oración por la fuerza de la prohibición.
•
Además, según el texto original, las palabras de Juan eran todavía más
tajantes: “Se lo hemos prohibido, porque
no nos sigue a nosotros”. El discípulo de Jesús sabe que ha sido llamado a
seguir fielmente a su Maestro. Pero hay discípulos que se empeñan en que los
demás los sigan precisamente a ellos.
LA
ARROGANCIA
La respuesta de Jesús a los celos de su
discípulo no se limita a la corrección, sino que propone un ideal y un estilo
nuevo para la comunidad.
•
“No se lo impidáis”. Una advertencia importante para todos los seguidores del
Señor. Una advertencia que puede aplicarse a los diversos ministerios que
sirven al Evangelio y a todos los que en este tiempo tratan de salvar a la
persona y a la familia.
•
“Uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí”. El nombre
del Señor resume su misión de amor. Esa es la clave de la autenticidad de lo
que proyectamos y lo que hacemos. Y también de lo que hacen los que no parecen
conocer al Señor.
•
“El que no está contra nosotros está a favor nuestro”. El Señor no ignora que
la Iglesia suscitará enemistades y posturas “en contra”. Pero eso no permite a
sus seguidores que se fabriquen enemigos por su cuenta.
Una difícil elección Mc 9,30-37 (TOB25-15)
“Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se
opome a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende
nuestra educación errada; veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el
desenlace de su vida”. El libro de la Sabiduría coloca estas palabras en labios
de los impíos (Sab 2,12).
Han pasado más de veinte siglos, pero este modo de
pensar se repite con frecuencia en nuestro mundo. Son muchos los que acosan a
los justos hasta el martirio.
• Así reaccionan los poderosos cuando perciben que hay
ciudadanos que aman la justicia o la vida y
la familia que ellos han decidido aniquilar.
• Así reaccionan algunos medios de comunicación cuando
descubren personas que aman la verdad y
no aceptan la mentira o los silencios que tratan de amordazarla.
• Y así reaccionan
algunos miembros de la familia, cuando ven que otros les presentan un
camino que ellos han decidido rechazar, porque contradice sus gustos y decisiones.
LA
ENTREGA
El
evangelio que hoy se proclama (Mc 9, 30-37) nos presenta en cuatro pasos
simétricos un fuerte contraste entre la conciencia de Jesús y la de sus
discípulos.
•
Jesús es bien consciente de la suerte que le espera. Su vocación es la entrega
por los hombres. Él sabe que va a ser entregado en manos de los que buscan su
muerte, pero a los tres días resucitará.
•
Sus discípulos no llegan a entender el lenguaje de Jesús. Sin embargo, alguna
sospecha les hace temer lo peor. Por tanto, ni siquiera se atreven a preguntar
a su Maestro por el verdadero sentido de sus previsiones.
•
Los discípulos van haciendo camino con Jesús. Sin embargo, el seguimiento no
comporta todavía la adopción de su misión. De hecho, durante el camino están
muy interesados en discutir quién de ellos es el más importante.
•
Jesús explica pacientemente a sus discípulos la clave de toda primacía. Él es
el Maestro y el modelo. Él es el mensajero y el mensaje. Quien quiera ser el primero entre todos, ha
de estar dispuesto a servir a todos, como Él ha hecho.
LA
ACOGIDA
El evangelio incluye un texto que, al parecer,
no tiene mucha relación con lo anterior. En realidad es una parábola en acción
para explicar la primacía en términos de servicio y acogida.
•
“El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí”. El niño se presenta aquí no por su encanto y
simpatía, sino en razón de su desvalimiento e indefensión. Acoger al débil es
acoger al mismo Jesús.
• “Y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al
que me ha enviado”. Jesús no es solo un
profeta enviado por Dios. No basta reconocerlo como tal para ser cristianos. El
enviado se identifica con el que lo ha enviado. Solo acoge su divinidad quien
está dispuesto a acoger su humanidad.
Una decicida confesión Mc 8,27-35 (TOB-24-15)
“El Señor Dios me abrió el oído; yo no me resistí, ni
me eché atrás. Ofrecí la epalda a los que me apaleaban, la mejilla a los que
mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos” . Estas palabras
se encuentran en el tercer canto del Siervo de Dios (Is 50,5-6).
Son unos versos escandalosos. No reflejan solamente la
crueldad de los que se han ensañado con un hombre inocente. Reflejan también y
sobre todo, la paciencia con la que éste ha aceptado los golpes y los ultrajes.
El Siervo de Dios, cantado por el poeta puede
representar a todo su pueblo, mil veces humillado. Pero la tradición vio en él
la anticipación del Mesías, que había de salvar a su pueblo no gracias a la
fuerza, sino mediante el sufrimiento.
En este mundo tan agresivo muchas personas desprecian
a quien se opone a la violencia. Solo se sublevan si la persona injuriada y
apaleada es una mujer. En este caso, la opinión pública se escandaliza ante una
muestra de aguante que se convierte en complicidad.
PREGUNTAS
Y RESPUESTA
El
evangelio de este domingo nos reenvía a los caminos. Es precisamente mientras
vamos de camino cuando Jesús nos dirige las dos preguntas fundamentales para el
discípulo.
•
“¿Quién dice la gente que soy yo?” No sabremos responder a esta pregunta si
vivimos encerrados en nuestra campana de cristal, sin escuchar a los demás.
Puede ser que nuestros vecinos de hoy no sepan nada de Jesús. Pero hay que
reconocer que muchos de nosotros no nos paramos a escucharles para saber qué
imagen tienen del Maestro.
•
“Y vosotros quién decís que soy yo”. Esa pregunta nos interpela directamente.
No podemos olvidarla ni dejarla en un archivo. Cada día hemos de examinar
nuestra idea de Jesús y, sobre todo, lo que él significa en nuestra vida.
Aunque Él sea siempre el mismo, no es la misma la forma en que lo vemos, lo
aceptamos o lo rechazamos.
Pedro
respondió con una decidida confesión: “Tú eres el Mesías”. Hay muchas ocasiones
en la vida en las que tenemos que demostrar una convicción semejante. Nosotros
no seguimos a una idea. Seguimos a Jesús. Lo reconocemos como nuestro Salvador.
Y lo seguimos, cada uno con nuestra cruz.
SALVARSE
O PERDERSE
El seguimiento de Jesucristo no es fácil. Como
decía Tomás de Kempis en La Imitación de
Cristo, “muchos siguen a Jesús hasta el partir del pan, mas pocos hasta
beber el cáliz de la pasión” (2, XI). El seguimiento exige radicalidad, pero en
seguir al Señor está la felicidad.
•
“El que quiera salvar su vida la perderá”.
La vida cristiana no puede identificarse con esa espiritualidad blandita
y poco comprometida, que se reduce al gusto por “sentirse bien interiormente”.
La fe no es un intento por salvar la propia existencia de los sinsabores y de
las responsabilidades de cada día.
•
“El que pierda su vida por el Evangelio la salvará”. La vida cristiana tampoco puede identificarse
con una neurosis permanente, con una búsqueda enfermiza del sufrimiento, con un
regusto masoquista de las penas. La seriedad de la fe no se mide por los
dolores soportados, sino por la entrega de la vida por amor.
El pequeño dictador crece
El pequeño dictador ha crecido. Ese hijo tirano al que Javier Urra
ya dedicó un libro de gran éxito, que además rompió un tabú y abrió los
ojos a una realidad complicada, tiene ahora algunos años más, un poder
mayor y un contexto vital muy diferente, entre otras cosas por el auge
de las nuevas tecnologías. Las situaciones que entonces se daban como un
hecho aislado son hoy alarmantes por su frecuencia. ¿Qué está pasando
en nuestra sociedad?
En estas páginas se habla de padres que gritan en silencio e hijos
que también sufren; del manejo inadecuado de las emociones que conduce a
relaciones destructivas; de lo que se piensa que está bien y está mal,
tambaleando cualquier tipo de autoridad; de conductas violentas, falta
de tiempo para convivir, mentiras y riesgos…
Sin embargo, defiende el autor, hay esperanza. Si sabemos desterrar
el mito de la armonía de la familia, entendemos que la solución ha de
provenir de su seno y que el proceso es largo y lleno de incertidumbres,
esta obra nos ayudará porque elude los consabidos consejos del «hay
que» para explicar el «cómo» lograr el entendimiento mutuo entre padres e
hijos.
Autor: Javier Urra
Editorial: Esfera libros
ISBN 9788490603239
504 páginas
Precio: 19,90 euros
Siervos del silencio Mc 7,31-37 (TOB23-15)
“Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo
se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará”. Cuatro
asombrosas promesas que se proclaman en la celebración de la eucaristía de hoy
(Is 35, 4-7). Las cuatro evocan situaciones de una cierta incapacidad que
afecta a los ojos, los oídos, los pies y la lengua.
Es interesante recordar que con estas palabras
anunciaba el profeta Isaías el final de la esclavitud de los hebreos en
Babilonia. Como se puede observar, la liberación social y política se
manifestaba con imágenes que reflejan otra servidumbre: la de la persona que
sufre la incomunicación total o parcial con sus semejantes.
A pesar de pregonar la libertad, también nuestro mundo
vive en la esclavitud. La humanidad no logra ver el bien que tiene delante. No
escucha el lamento de los hermanos, ni las palabras que podrían darle consuelo.
No dirige sus pasos hacia las metas de la esperanza. No llega a entonar las
canciones que realmente pueden alegrar la vida.
OÍR
Y PROCLAMAR
También
el evangelio de este domingo nos presenta a un hombre que sufre una cierta
discapacidad (Mc 8,31-37). Se trata de una persona sorda, que solo logra
expresarse con dificultad. En el evangelio hay algunos detalles que merece la
pena subrayar.
•
El sordomudo nos parece sumido en una lamentable dificultad para tomar
decisiones. Su sordera le ha llevado a perder su autonomía. De hecho, son otras
personas las que lo presentan a Jesús y
ruegan al Maestro que le imponga las manos.
•
El texto subraya la importancia de los gestos corporales de Jesús. El Maestro
aparta de la multitud al sordo, como para ayudarle a encontrarse consigo mismo.
Utiliza el lenguaje de las manos para hacerse entender. Mira al cielo y suspira
para indicarle de dónde viene la fuerza que le salva. Y le dirige una palabra
que es una orden y una revelación: “Ábrete”.
• El mensaje que nos transmite este texto
evangélico no se despega del hecho, pero se convierte de pronto en una “buena
noticia”: solo aquel que es la Palabra puede devolver al sordo la capacidad de
oírla y el valor para proclamarla sin dificultad.
UN
ENCUENTRO
El
papa Benedicto XVI decía que la fe no se apoya en lecciones ni en razones. La fe nace de un encuentro
vivo con Jesucristo. También en el evangelio de hoy asistimos a un encuentro
entre la Palabra y la sordera. Un encuentro que nos interpela a todos. Y que nos hace apreciar el testimonio de la
multitud que presenció el encuentro:
•
“Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Que el
Señor toque nuestros oídos, quite los tapones que los cierran y sane nuestra
sordera. Eso es lo que necesitamos para creer, puesto que “la fe entra por el
oído”.
•
“Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Todos los
cristianos hemos oído alguna vez la palabra de Dios. Pero no siempre hemos
tenido el valor y la lucidez para anunciarla, También necesitamos que el Señor
nos toque con su saliva.
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