“Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo
se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará”. Cuatro
asombrosas promesas que se proclaman en la celebración de la eucaristía de hoy
(Is 35, 4-7). Las cuatro evocan situaciones de una cierta incapacidad que
afecta a los ojos, los oídos, los pies y la lengua.
Es interesante recordar que con estas palabras
anunciaba el profeta Isaías el final de la esclavitud de los hebreos en
Babilonia. Como se puede observar, la liberación social y política se
manifestaba con imágenes que reflejan otra servidumbre: la de la persona que
sufre la incomunicación total o parcial con sus semejantes.
A pesar de pregonar la libertad, también nuestro mundo
vive en la esclavitud. La humanidad no logra ver el bien que tiene delante. No
escucha el lamento de los hermanos, ni las palabras que podrían darle consuelo.
No dirige sus pasos hacia las metas de la esperanza. No llega a entonar las
canciones que realmente pueden alegrar la vida.
OÍR
Y PROCLAMAR
También
el evangelio de este domingo nos presenta a un hombre que sufre una cierta
discapacidad (Mc 8,31-37). Se trata de una persona sorda, que solo logra
expresarse con dificultad. En el evangelio hay algunos detalles que merece la
pena subrayar.
•
El sordomudo nos parece sumido en una lamentable dificultad para tomar
decisiones. Su sordera le ha llevado a perder su autonomía. De hecho, son otras
personas las que lo presentan a Jesús y
ruegan al Maestro que le imponga las manos.
•
El texto subraya la importancia de los gestos corporales de Jesús. El Maestro
aparta de la multitud al sordo, como para ayudarle a encontrarse consigo mismo.
Utiliza el lenguaje de las manos para hacerse entender. Mira al cielo y suspira
para indicarle de dónde viene la fuerza que le salva. Y le dirige una palabra
que es una orden y una revelación: “Ábrete”.
• El mensaje que nos transmite este texto
evangélico no se despega del hecho, pero se convierte de pronto en una “buena
noticia”: solo aquel que es la Palabra puede devolver al sordo la capacidad de
oírla y el valor para proclamarla sin dificultad.
UN
ENCUENTRO
El
papa Benedicto XVI decía que la fe no se apoya en lecciones ni en razones. La fe nace de un encuentro
vivo con Jesucristo. También en el evangelio de hoy asistimos a un encuentro
entre la Palabra y la sordera. Un encuentro que nos interpela a todos. Y que nos hace apreciar el testimonio de la
multitud que presenció el encuentro:
•
“Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Que el
Señor toque nuestros oídos, quite los tapones que los cierran y sane nuestra
sordera. Eso es lo que necesitamos para creer, puesto que “la fe entra por el
oído”.
•
“Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Todos los
cristianos hemos oído alguna vez la palabra de Dios. Pero no siempre hemos
tenido el valor y la lucidez para anunciarla, También necesitamos que el Señor
nos toque con su saliva.
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