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Siervos del silencio Mc 7,31-37 (TOB23-15)

“Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará”. Cuatro asombrosas promesas que se proclaman en la celebración de la eucaristía de hoy (Is 35, 4-7). Las cuatro evocan situaciones de una cierta incapacidad que afecta a los ojos, los oídos, los pies y la lengua.
Es interesante recordar que con estas palabras anunciaba el profeta Isaías el final de la esclavitud de los hebreos en Babilonia. Como se puede observar, la liberación social y política se manifestaba con imágenes que reflejan otra servidumbre: la de la persona que sufre la incomunicación total o parcial con sus semejantes. 
A pesar de pregonar la libertad, también nuestro mundo vive en la esclavitud. La humanidad no logra ver el bien que tiene delante. No escucha el lamento de los hermanos, ni las palabras que podrían darle consuelo. No dirige sus pasos hacia las metas de la esperanza. No llega a entonar las canciones que realmente pueden alegrar la vida.    

OÍR Y PROCLAMAR

También el evangelio de este domingo nos presenta a un hombre que sufre una cierta discapacidad (Mc 8,31-37). Se trata de una persona sorda, que solo logra expresarse con dificultad. En el evangelio hay algunos detalles que merece la pena subrayar.
• El sordomudo nos parece sumido en una lamentable dificultad para tomar decisiones. Su sordera le ha llevado a perder su autonomía. De hecho, son otras personas las que lo presentan a Jesús  y ruegan al Maestro que le imponga las manos.
• El texto subraya la importancia de los gestos corporales de Jesús. El Maestro aparta de la multitud al sordo, como para ayudarle a encontrarse consigo mismo. Utiliza el lenguaje de las manos para hacerse entender. Mira al cielo y suspira para indicarle de dónde viene la fuerza que le salva. Y le dirige una palabra que es una orden y una revelación: “Ábrete”. 
 • El mensaje que nos transmite este texto evangélico no se despega del hecho, pero se convierte de pronto en una “buena noticia”: solo aquel que es la Palabra puede devolver al sordo la capacidad de oírla y el valor para proclamarla sin dificultad.
  
UN ENCUENTRO

El papa Benedicto XVI decía que la fe no se apoya en lecciones  ni en razones. La fe nace de un encuentro vivo con Jesucristo. También en el evangelio de hoy asistimos a un encuentro entre la Palabra y la sordera. Un encuentro que nos interpela a todos. Y que  nos hace apreciar el testimonio de la multitud que presenció el encuentro:
• “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Que el Señor toque nuestros oídos, quite los tapones que los cierran y sane nuestra sordera. Eso es lo que necesitamos para creer, puesto que “la fe entra por el oído”.
• “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Todos los cristianos hemos oído alguna vez la palabra de Dios. Pero no siempre hemos tenido el valor y la lucidez para anunciarla, También necesitamos que el Señor nos toque con su saliva.

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