“Aquella
noche se les anunció de antemano a nuestros padres para que tuvieran ánimo al
conocer con certeza la promesa de la que se fiaban”. El libro de la Sabiduría
(18,69) evoca con estas palabras la intervención de Dios para liberar a su
pueblo de la esclavitud padecida en Egipto.
El
texto continúa recordando la esperanza de Israel: aguardaba la liberación de
los inocentes y la perdición de los culpables. La liberación de su pueblo era
la gran revelación de la misericordia y de la justicia de Dios.
En
este tiempo de gracia y de misericordia, hacemos nuestras las palabras del
salmo 32, que hoy se nos propone como respuesta a la lectura: “Nosotros
aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo: que tu misericordia,
Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti”. La fe y la esperanza de
Abraham caminan de la mano en el texto de la carta a los Hebreos que hoy se
proclama (Heb 11, 1-2.8-9).
EL SUEÑO
Y
la esperanza es también el tema principal del texto evangélico (Lc 12, 32-48).
Los discípulos del Señor son comparados con los siervos de un amo importante.
Los criados han de mantenerse en vela para recibir a su amo, aunque regrese a
casa a la medianoche o a la madrugada. El texto contempla dos posibles
actitudes contrapuestas.
•
En primer lugar, hay una bienaventuranza especial, reservada para los criados
que sean encontrados en vela. El amo es tan generoso que cambiará los papeles
habituales. Recogerá sus ropas con un ceñidor, invitará a sus servidores a
sentarse a la mesa y él mismo los irá sirviendo.
•
Pero no es fácil mantenerse en vela hasta altas horas de la noche, porque el
tiempo de la espera siempre es pesado. Algunos tratan de llenarlo comiendo y
bebiendo, lo que les lleva a maltratar a sus compañeros. Hay otros que se dejan
vencer por el sueño. Esas tentaciones demuestran el poco respeto que tienen a
su amo.
LA PRESENCIA
Entre
estos apuntes parabólicos, el texto evangélico incluye una exhortación un tanto
ambigua: “Estad preparados, porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo
del Hombre”.
•
Habitualmente se entiende esta frase como una serie amonestación a los
descuidados. Nadie debería dejarse distraer por sus intereses, caprichos y
tentaciones. El Señor llegará a nuestro mundo de forma imprevista. Y
seguramente nos tratará con dureza por no haberle esperado, trabajando por
tejer una cultura de paz y de armonía.
•
Pero cabe también otra interpretación. El buscador de pepitas de oro ha de
estar muy atento. En el momento menos pensado, la corriente de agua puede traer
la pepita que espera. Los discípulos
hemos de tener confianza y no desalentarnos. En cualquier momento se hará
visible la presencia del Salvador y se revelará el sentido de la historia.
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