“Yo
vendré para reunir a las naciones de toda lengua” (Is 66, 18). Esa promesa de
Dios, se encuentra en la tercera parte del libro de Isaías. El pueblo ha
regresado de Babilonia. El tiempo de la deportación y del exilio no podrá ser
olvidado jamás. Pero Dios invita a soñar el futuro. A romper el particularismo.
A ensanchar el horizonte.
El
profeta anuncia que el Señor enviará sus mensajeros por todo el mundo. Y anunciarán su gloria hasta en las tierras más
lejanas. Hasta las costas que nunca oyeron su fama ni vieron su gloria. Y de
allá vendrán para ofrecer sacrificios en
el Monte Santo de Jerusalén.
Apoyado en esa promesa, el orante se atreve a
cantar: “Alabad al Señor todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos” (Sal 116,1). Claro que nadie podrá caminar
hasta el Señor si no se purifica. Es preciso aceptar como hijos la corrección
con que nos reprende el Padre que nos ama (Heb 12,5-13).
LA PRESUNCIÓN
Al
leer el evangelio que se proclama en este domingo nos quedamos un poco
desconcertados. El texto parece oscilar de un tema a otro.
•
En primer lugar se nos presenta a Jesús que sube decidido hacia Jerusalén. Pero
no parece obsesionado por la condena que allí le espera. Al contrario, mientras
va recorriendo el camino no deja de enseñar en las ciudades y aldeas por las
que pasa. Jesús es un Maestro que no olvida su misión.
•
En segundo lugar, se recuerda la pregunta de un oyente anónimo: “¿Señor, serán
pocos los que se salven?” Jesús elude la cuestión teórica y exhorta a las
gentes a esforzarse en entrar por la puerta estrecha. La salvación no queda
garantizada por la cercanía física al Maestro. No basta escuchar su palabra. Hay que vivir como él para evitar
ser rechazados por él.
• En un tercer momento, contra la presunción
de los que le siguen habitualmente, Jesús
proclama la suerte de “los otros”. Son los que vienen de lejos. “Vendrán
de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur y se sentarán en la mesa en el
Reino de Dios.
LA RUTINA
El
texto evangélico se cierra con una advertencia que debió de brotar muchas veces
de los labios de Jesús: “Hay últimos que serán primeros y primeros que serán
últimos”.
•
Las primeras comunidades cristianas pensaron sin duda que los primeros eran los
miembros del pueblo de Israel, mientras que los últimos eran evidentemente los
que llegaban del mundo pagano y aceptaban el evangelio del Señor. Se cumplían
así las antiguas profecías. La comunidad se abría a nuevos horizontes.
•
En las comunidades cristianas de hoy hemos de considerar seriamente aquella
especie de proverbio de Jesús. Los cristianos “de siempre” hemos caído en la
rutina. Creemos tener asegurada la salvación. Somos “practicantes no
creyentes”. Seguramente nos precederán en el Reino muchos de esos que parecen
“creyentes no practicantes”.
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