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Una regla más que de oro Lc 6,27-38 (TOC/-19)
“Él te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor”. El grito de David sonaba como un desafío desde el otro lado del barranco. De noche se había acercado hasta el campamento del rey Saúl. Y se había llevado desde su misma cabecera la lanza de aquel rey que lo perseguía con una tropa desmesurada (1 Sam 26,23).
La escena se repite a lo largo de la historia. El poderoso y el débil. El rey y su fiel vasallo, que lo ha librado del enemigo y toca el arpa para aliviar las depresiones del rey. La fuerza teme a la debilidad y utiliza toda su influencia para satisfacer su envidia y su deseo de mantenerse en el poder. Pero el joven David se muestra grande en su pequeñez. No quiere vengarse. No daría nunca la muerte al ungido por el Señor.
No hay razones políticas para la grandeza del perdón. Sólo hay esa razón religiosa que pregona el salmo responsorial: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas”. Sal 102,8.10). Nuestra fe nos invita a vivir no según el modelo del hombre terreno. Nos exhorta y nos ayuda a vivir según los ideales del hombre celestial (1 Cor 15,45-49).
LO RAZONABLE Y LA LOCURA
Tras la proclamación de las bienaventuranzas, el evangelio de Lucas nos recuerda el mensaje fundamental de Jesús: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian”. Cuatro verbos que resumen una propuesta que parece descabellada e imposible (Lc 6,27-38).
En un lenguaje oriental, tan colorista como exagerado, el texto concreta en algunos ejemplos ese tipo de amor inimaginable que propone el Maestro. Presentar la mejilla al que nos hiere. Dar más que lo que nos piden. No reclamar lo que nos arrebatan. ¿No es una locura?
Amar a los que nos aman, hacer el bien a quien nos ha hecho bien, prestar dinero para cobrarlo con intereses. Eso es lo normal, lo habitual, lo más razonable de este mundo. Eso lo hacen con frecuencia hasta los mas degenerados. Claro que para seguir comportándonos así, no necesitábamos al Mesías de Dios. ¿Dónde estaría la novedad que todos soñamos?
EL TALANTE DEL PADRE
Dios es compasivo y misericordioso. Imitar esas cualidades suyas es el camino de la sabiduría y de la armonía social. Así es el Padre. Y solo con ese espíritu pueden imitarle sus hijos. Ese talante se concreta en dos prohibiciones y en dos exhortaciones:
• “No juzgar”. No conocemos las profundas motivaciones que llevan a los demás a actuar. No conocemos todas las circunstancias en las que se sitúan sus decisiones.
• “No condenar”. No podemos negar a los demás la oportunidad para revisar su comportamiento. Nada es definitivo mientras vamos de camino.
• “Perdonar”. Somos un “ejercito de perdonados”, como ha dicho el papa Francisco. Todos hemos necesitado y necesitaremos una y mil veces el perdón.
La verdad de lo humano Lc 6,17.20-26 (TOC6,19)
“Maldito quien confía en el hombre, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor… Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza”. Esta contraposición que proclama Jeremías responde a una forma popular y poética de confrontar valores y contravalores (Jer 17,5-8).
Lo que realmente importa en la vida del hombre es la cuestión de su fundamento. Quien se apoya en alianzas y compromisos humanos es como un cardo del desierto, desarraigado y arrastrado por la ventolera. Quien se apoya en Dios será como un árbol plantado junto a las aguas, que conserva su verdor y siempre dará frutos.
El salmo responsorial se hace eco de esta profecía y nos invita a proclamar: “Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor” (Sal 1,1). No es extraño que el salterio se abra precisamente con esta bienaventuranza.
Como escribe san Pablo a los corintios, la resurrección de Cristo es un buen fundamento para nuestra fe y para nuestra vida (1 Cor 15,12.16-20).
LA VERDAD DEL HOMBRE
Las bienaventuranzas proclamadas por Jesús son toda una revelación del misterio de Dios, una manifestación del espíritu mismo de Jesús y una proclamación de lo que constituye la última verdad del ser humano.
El evangelio según san Mateo sitúa el pregón de las bienaventuranzas de Jesús en el contexto del Sermón de la Montaña. El evangelio según san Lucas que hoy se proclama las coloca en el ambiente del “Sermón del llano” (Lc 6,17.20-26). También en este caso, como en el oráculo de Jeremías, se contraponen las actitudes morales.
Son bienaventurados y dichosos los pobres, los que tienen hambre, los que lloran y los que son odiados y proscritos por causa del Hijo del hombre. Evidentemente, no se trata de proponer la moral de los esclavos ni de glorificar el dolor y el fracaso.
Hay dos claves para comprender estas frases tan impopulares. Por una parte, Jesús declara que en esas actitudes se cifra la verdadera alegría, que no coincide con la satisfacción inmediata. Además establece un salto entre el ahora y la recompensa futura ante Dios.
LA MEMORIA DE LOS PROFETAS
Frente a las ocho bienaventuranzas que recogía el evangelio de san Mateo, el evangelio de san Lucas presenta solamente cuatro. Pero inmediatamente recoge también otras cuatro malaventuranzas, que recuerdan los “ayes” o maldiciones que se encuentran en el libro de Isaías (Is 5,8-24).
Jesús se lamenta por los ricos, porque ya han recibido su consuelo. Los que ahora están saciados un día tendrán hambre. Los que ahora ríen un dia llorarán. Y se lamenta por los que reciben alabanzas de todo el mundo. Es importante esa contraposición entre el ahora del presente y un día que se sitúa en el futuro, entre lo temporal y lo eterno.
Tanto las bienaventuranzas como las malaventuranzas coinciden en una motivación importante, que es la diferente suerte que los profetas corrieron a lo largo de la historia. Los que en verdad hablaban en nombre de Dios fueron insultados y perseguidos. Los falsos profetas, que difundían solo aquello que las gentes querían escuchar, no merecen compasión.
Lo que realmente importa en la vida del hombre es la cuestión de su fundamento. Quien se apoya en alianzas y compromisos humanos es como un cardo del desierto, desarraigado y arrastrado por la ventolera. Quien se apoya en Dios será como un árbol plantado junto a las aguas, que conserva su verdor y siempre dará frutos.
El salmo responsorial se hace eco de esta profecía y nos invita a proclamar: “Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor” (Sal 1,1). No es extraño que el salterio se abra precisamente con esta bienaventuranza.
Como escribe san Pablo a los corintios, la resurrección de Cristo es un buen fundamento para nuestra fe y para nuestra vida (1 Cor 15,12.16-20).
LA VERDAD DEL HOMBRE
Las bienaventuranzas proclamadas por Jesús son toda una revelación del misterio de Dios, una manifestación del espíritu mismo de Jesús y una proclamación de lo que constituye la última verdad del ser humano.
El evangelio según san Mateo sitúa el pregón de las bienaventuranzas de Jesús en el contexto del Sermón de la Montaña. El evangelio según san Lucas que hoy se proclama las coloca en el ambiente del “Sermón del llano” (Lc 6,17.20-26). También en este caso, como en el oráculo de Jeremías, se contraponen las actitudes morales.
Son bienaventurados y dichosos los pobres, los que tienen hambre, los que lloran y los que son odiados y proscritos por causa del Hijo del hombre. Evidentemente, no se trata de proponer la moral de los esclavos ni de glorificar el dolor y el fracaso.
Hay dos claves para comprender estas frases tan impopulares. Por una parte, Jesús declara que en esas actitudes se cifra la verdadera alegría, que no coincide con la satisfacción inmediata. Además establece un salto entre el ahora y la recompensa futura ante Dios.
LA MEMORIA DE LOS PROFETAS
Frente a las ocho bienaventuranzas que recogía el evangelio de san Mateo, el evangelio de san Lucas presenta solamente cuatro. Pero inmediatamente recoge también otras cuatro malaventuranzas, que recuerdan los “ayes” o maldiciones que se encuentran en el libro de Isaías (Is 5,8-24).
Jesús se lamenta por los ricos, porque ya han recibido su consuelo. Los que ahora están saciados un día tendrán hambre. Los que ahora ríen un dia llorarán. Y se lamenta por los que reciben alabanzas de todo el mundo. Es importante esa contraposición entre el ahora del presente y un día que se sitúa en el futuro, entre lo temporal y lo eterno.
Tanto las bienaventuranzas como las malaventuranzas coinciden en una motivación importante, que es la diferente suerte que los profetas corrieron a lo largo de la historia. Los que en verdad hablaban en nombre de Dios fueron insultados y perseguidos. Los falsos profetas, que difundían solo aquello que las gentes querían escuchar, no merecen compasión.
Elección y misión Lc 5,1-11 (TOC5-19)
“¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los Ejércitos!” (Is 6,5). Ese lamento de Isaías responde a sus sentimientos más profundos. En el templo ha tenido la experiencia de ver la gloria de Dios.
Ante la grandeza del Dios santo, Isaías descubre su propia pequeñez. Confiesa que es un hombre de labios impuros, que comparte la situación de impureza que caracteriza a su pueblo. Sin embargo, a pesar de ese sentimiento de in-dignidad que lo embarga, Dios lo purifica, lo elige y lo envía como profeta a anunciar la salvación a las gentes.
El salmo responsorial refleja la humildad y la gratitud de quien ha tenido la experiencia de la cercanía y de la compasión de Dios: “Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos” (Sal 137,8). Esa compasión divina es la que da fuerzas a san Pablo: “Por la gracia de Dios soy lo que soy y su gracia no se ha frustrado en mí” (1 Cor 15,10).
UNA PESCA INSOSPECHABLE
Isaías percibió la revelación de Dios que tuvo en el templo. A Simón Pedro se le revela la divinidad de Jesús en la barca en la que sale a pescar al lago de Galilea. Aquí no hay serafines que proclamen la gloria de Dios, sino una gran redada de peces. Y no ve al Dios de los astros del cielo, sino a Jesús de Nazaret. Sin embargo, las palabras de Pedro reflejan la hondura de su experiencia (Lc 5, 1-11):
• “Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos pescado nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”. El discípulo tal vez se considera un experto pescador. Sin embargo, tiene que admitir el fracaso de una fatigosa noche de pesca. Al mismo tiempo, manifiesta la confianza que pone en las palabras de un maestro que le ha llamado a la orilla del lago.
• “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. La confianza en Jesús ha dado un fruto insospechable. Ante la enorme captura de peces, Simón cambia el título con el que se dirige a Jesús. El Maestro es reconocido ahora como Señor. Frente al poder de Jesús, Simón descubre su distancia y su in-dignidad. A pesar de ello, también él será enviado.
UN FUTURO INESPERADO
A pesar de la indignidad de Isaías, el Dios Santo lo elige como su profeta. Y a pesar de la conciencia de pecado de Simón Pedro, Jesús lo elige como su apóstol. En ambos casos, a la llamada gratuita corresponde la generosa disponibilidad del llamado. Merece la pena recordar las dos frases que el Maestro dirige a Simón:
• “Rema mar adentro y echad las redes para pescar”. Como se puede ver, Jesús requiere la colaboración del amigo pescador, suscita en él un dinamismo nuevo e interpela al mismo tiempo sus capacidades y su confianza. El resultado responde más a la iniciativa de Jesús que a la pericia de Simón y de sus compañeros en el oficio de pescadores.
• “No temas: desde ahora serás pescador de hombres”. Además, Jesús sabe bien que el asombro ante el misterio puede provocar el temor, pero tranquiliza al amigo. Lo que ha hecho hasta el presente se convierte en signo profético para su misión en el futuro. Jesús conoce la historia y las aptitudes del amigo. Las valora y les confiere un nuevo destino.
La mujer del siglo XXI (Manos Unidas 2019)
Esta semana es de especial sensibilización en la Campaña contra el Hambre que promueve MANOS UNIDAS. Por ello, os presento el cartel, uno de los vídeos promocionales y el enlace con esta ONG cristiana para que podáis acceder a los diferentes materiales preparados que también están adaptados, como siempre, para trabajar en los centros educativos y en las parroquias.
VER MATERIALES CAMPAÑA 2019 (pincha AQUÍ)
VER MATERIALES CAMPAÑA 2019 (pincha AQUÍ)
Profeta rechazado Lc 4,21-30 (TOC4-19)
“Antes de formarte en el vientre te escogí…Te he nombrado profeta de los gentiles…No les tengas miedo…Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte”. En este oráculo del Señor encuentra su fundamento en la vocación del profeta Jeremías (Jer 1,4-5.17-19).
Su misión no brota de una decisión personal, sino que se debe a la elección gratuita por parte de Dios. A la elección sigue el envío para anunciar la palabra de Dios a los paganos. Y el envío es sostenido por una protección continua de Dios. Elección, misión y protección. He ahí los tres tiempos que articulan la vocación del profeta.
¿Será posible que también nosotros descubramos esos tres momentos de la presencia de Dios en nuestra vida? En ese camino se encuentran quienes buscan un sentido para su vida y luchan por una sociedad más justa.
Con razón pueden cantar con el salmo: “Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza desde mi juventud” (Sal 70,5). De él esperamos ese don del amor que san Pablo nos expone en la segunda lectura de hoy (1 Cor 12,31 -13,13).
EL PROFETA DE LA MISERICORDIA
El evangelio que hoy se proclama nos lleva de nuevo a la sinagoga de Nazaret. Y a leer un texto del libro de Isaías, Jesús añade: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” (Lc 4,21). Se suele decir que, admirando las palabras llenas de gracia que salían de sus labios, las gentes de su pueblo primero lo aceptaron, aunque después lo rechazaron.
Pero tal vez hay que revisar esa traducción. Los vecinos de su pueblo se escandalizaron porque anunciaba un año de gracia universal. Jesús se arrogaba la misión de pregonar el jubileo de la reconciliación, pero había omitido las palabras que en el texto anunciaban la venganza de Dios contra los enemigos. Para él no había enemigos ni venganza.
Jesús se presentaba como el profeta de un Dios misericordioso. Un Dios que acogía también a los extranjeros y a los paganos. Por eso recordaba a Elías, que había atendido a una viuda de las tierras de Sidón, y a Eliseo, que había curado al leproso Naamán, llegado de Siria. El Dios de Jesús superaba con su gracia las fronteras de los nacionalismos.
EL MENSAJERO DE LA PAZ
Pero las gentes de su aldea no podían aceptar que el hijo de José les cambiara su idea de Dios. Así que lo consideraron como un blasfemo. Y, según la Ley de Moisés, los blasfemos habían de ser castigados con la muerte (Lev 24,16).
• “Ningún profeta es bien mirado en su tierra”. El evangelio pone en boca de Jesús este refrán. Él fue rechazado en el pueblo donde se había criado y por las gentes con las que había convivido. También hoy los pueblos cristianos rechazan su doctrina y hasta su nombre.
• “Ningún profeta es bien mirado en su tierra”. A lo largo de los tiempos, el refrán ha podido aplicarse a la Iglesia. También hoy es perseguida la comunidad que trata de predicar la reconciliación entre las gentes y las comunidades divididas y enfrentadas.
• “Ningún profeta es bien mirado en su tierra”. Lo mismo ocurre también hoy con los evangelizadores. Sus vecinos y parientes, por no aceptar el mensaje de la gracia, rechazan a veces violentamente al mensajero que lo anuncia.
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