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El pan y el vino Lc 9,11b-19

“Melquisedec, rey de Salem, ofreció pan y vino. Era sacerdote del Dios Altísimo” (Gén 14,18). Este rey no es un israelita. Pertenece a los cananeos que habitaban la tierra a la que llegó Abraham procedente de Ur de los caldeos.
Este sacerdote no presenta al  Dios Altísimo un sacrificio de animales, sino una ofrenda de pan y de vino. Por otro lado, bendice a Abraham y este le ofrece el diezmo del botín que ha conseguido en una batalla contra un grupo de reyezuelos.
Es importante observar que el salmo responsorial ensalza al Mesías y lo proclama como “sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec” (Sal 109,4). Por tanto el sacerdocio de Jesús no está vinculado al de Aarón. Tiene una dimensión universal.

LA ALIANZA Y LA ENTREGA
En su primera carta a los Corintios, san Pablo es el primero en transmitir la tradición que  recuerda la noche en la que Jesús pasó a sus discípulos el pan y el vino de la nueva alianza, como signo y sacramento de su vida y de su entrega (1 Cor 11,23-26).  Al celebrar la eucaristía hacemos memoria de aquella entrega y damos gracias por ella.
- “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”.  Con el gesto del pan partido y compartido, Jesús expresaba su entrega a sus hermanos. A los que participaban en aquella cena pascual y a los que  seguirían sus pasos a lo largo de los tiempos.
- “Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre”. La sangre de los animales sacrificados sellaba las alianzas entre los pueblos y sus proyectos comunes. El vino compartido anticipaba el sacrificio de Jesús y sellaba la alianza de Dios con los hombres
- “Haced esto en memoria mía”. La muerte del Justo injustamente ajusticiado nos interpela. En la Eucaristía proclamamos que su memoria pervive en nosotros. La presencia de Cristo está viva en medio de su comunidad.
- “Cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”. Vivimos en esperanza. Deseamos que la presencia de Cristo se haga visible en nuestro mundo y en nuestra historia.  

ESCUCHAR Y COMPARTIR
El evangelio que se proclama en esta fiesta del cuerpo y de la sangre de Jesucristo nos recuerda el relato de “la multiplicación de los panes y los peces”. Ante la necesidad de la gente y la perplejidad de los discípulos sobresale la decisión de Jesús.
• “Dadles vosotros de comer”. Estas palabras de Jesús no son una simple llamada a la generosidad personal de los discípulos de antes o de ahora. Tampoco son una exhortación a tratar de  cambiar un sistema económico-social. Son mucho más.
• “Dadles vosotros de comer”. Estas palabras son una interpelación y un mandato. Están  dirigidas a los discípulos que seguían al Maestro y a los que tratamos de seguirlo en nuestros días. Ponen de manifiesto nuestro egoísmo y nos llaman a la responsabilidad.
• “Dadles vosotros de comer”. Estas palabras de Jesús son un grito profético que anuncia un mundo de bienes compartidos y denuncia nuestra insolidaridad. La Eucaristía que celebramos nos exige hacer nuestra la entrega de Jesús. Nos lleva a vivir un amor sincero a los demás. Y a promover una caridad generosa y una justicia eficaz.

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