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El Salvador ha crecido en familia Lc 2,22-40 (NAV-Sagrada Familia)
El evangelio de hoy, en su conjunto, es toda una historia familiar, con la que Lucas cierra lo que se conoce como el "evangelio de la infancia" (aunque queda el último episodio en Jerusalén). La intencionalidad de esta lectura para la liturgia de hoy es manifiesta; quizás por lo que se afirma de que cumplieron "lo que prescribe la ley del Señor". Es una familia que quiere ser fiel a Dios, y en aquella mentalidad la fidelidad a Dios se manifestaba precisamente en el cumplimiento de todo aquello que exigía la ley del Señor. De hecho, el texto podría reducirse a los primeros versículos y al final de este conjunto (vv. 22-23"39-40). Entonces quedarían descartados, a todos los efectos, el episodio de Simeón y de Ana, en el momento de la purificación de la madre y de la presentación de Jesús al Señor en el templo. Por lo tanto habría que incidir en el sentido de la vida familiar, de una familia judía, piadosa, probablemente de educación farisea, que era lo común, que no se sale de la norma tradicional y religiosa. No es este un matiz a olvidar, porque deberíamos aproximarnos siempre a la figura de Jesús desde la normalidad de una vida en el judaísmo de la época, en la normalidad de trabajo y de la vivencia familiar.
Bien es verdad que Lucas concluye su relato con una expresión que va más allá de lo que es vivir normalmente: "el niño crecía en sabiduría (sofía) y gracia (járis) de Dios" (y. 40; cf. 2,52). Hay mucha intencionalidad en esto por parte del redactor del evangelio. Porque si bien quería presentar el marco normal de una vida de crecimiento de un niño en una familia religiosa, por otra está apuntando a que este niño está llamado a otra cosa bien distinta de los demás. No obstante Lucas ha relatado esta historia de familia con unos pormenores que la hacen especial. En la presentación del niño se debía rescatar al primogénito (cf Nm 8,15-18;18,16) mediante el pago de una pequeña cantidad, cosa que no se nos describe, ya que no lo entiende él como "rescate". Por otra parte, no era necesario en la presentación del primogénito, ni a la purificación de la madre, hacerlo necesariamente en el templo. Pero el evangelista lo quiere así para darle más sentido y para que los episodios de Simeón y Ana (absolutamente proféticos y originales) tengan el marco adecuado. No vamos a incidir a este aspecto, ya que requeriría más explicaciones que las necesarias para la liturgia de hoy.
Pero en la semiótica de todo esto vemos que el "relato de familia se convierte en una propuesta de fidelidad y cumplimiento, aunque con voces proféticas detrás, como la de Simeón y Ana, que están poniendo de manifiesto que este niño está destinado a algo más que ser un judío cumplidor de la ley. Este viejo-visionario vive de la esperanza de algo más que todo eso, y así logra lo que su esperanza le dictan: ver la luz que alumbrará a todas las naciones. El canto de Simeón, el famoso "Nunc dimittis", no deja lugar a dudas, ya que los cantos en estos capítulos de Lucas desempeñan un papel primordial (así es el caso también del Magnificat y el Benedictus). Y de la misma manera la profetisa Ana – cuando la profecía estaba muerta en Israel desde hacía siglos, y una mujer además, no lo olvidemos—, anuncia cosas nuevas de este niño, en una familia, que no se pueden reducir solamente en ser fieles a la ley del Señor, sino a la voluntad salvadora de Dios. Aquí se está anunciando algo inaudito que, sin embargo, crece y se experimenta en la normalidad de una familia religiosa y fiel a Dios.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/27-12-2020/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/
El profeta y el ángel Lc 1,26-38 (ADVB4-20)
“Yo suscitaré descendencia tuya después de ti. Al que salga de tus entrañas le afirmaré su reino. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo” (2 Sam 7,12.14). Dios había elegido a David entre sus hermanos. Y lo había constituido como sucesor del rey Saúl. Ahora, por medio del profeta Natán, Dios mismo le prometía consolidar su reino en sus descendientes.
Ese hijo de David será un hijo adoptivo de Dios. Y deberá responder a esa elección divina con fidelidad y con justicia. A muchos siglos de distancia, también nosotros estamos llamados a manifestar públicamente nuestra gratitud al Dios que nos ha elegido, como se sugiere en el salmo responsorial: “Cantaré eternamente tus misericordias, Señor” (Sal 88).
San Pablo concluye su carta a los Romanos con un espléndido himno de alabanza a Dios, porque ha revelado su misterio y su voluntad de salvación por medio de Jesucristo. Nuestro Maestro nos ha enseñado a descubrir la gracia de vivir la obediencia de la fe (Rom 16,25-27).
EL HIJO Y SU PADRE
El evangelio de hoy (Lc 1,26-38) nos recuerda la antigua profecía de Natán. Así dice el ángel Gabriel a María: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”. ¿Qué significa ese anuncio?
• Jesús reinará por siempre. Así es. Jesús viene a renovar aquella alianza de Dios y a revelar el sentido más profundo de aquella promesa. Pero ahora se comprende que la elección de Dios no comporta un poder temporal, pasajero y caduco. Esa herencia real tiene una dimensión espiritual. Por eso mismo tendrá un destino universal en el espacio y perenne en el tiempo.
• Jesús heredará el trono de David, su padre. Heredar el trono de David no va a significar ostentar un poder sobre las tierras, los bienes y las instituciones de este mundo. Jesús nunca pretenderá imponer por la fuerza su autoridad. No luchará por adquirir bienes perecederos o una gloria efímera. La misión de Jesús consistirá en proponer un camino de salvación y de gracia.
• Jesús se llamará “Hijo del Altísimo”. No es tan sólo un hijo por elección, como lo era David. Él mismo habrá de explicar una y otra vez que el Padre y Él son una misma cosa, por decirlo con palabras de todos los días. El Padre y Él comparten el mismo origen y la misma voluntad. En realidad, los une el mismo ser y el mismo querer, un mismo proyecto y una misma actuación.
HUMILDAD Y ACCIÓN
Tras haber escuchado durante el Adviento las profecías de Isaías y la predicación de Juan Bautista, hoy evocamos el mensaje del ángel Gabriel, que llega a recordar la profecía de Natán. Y meditamos también dos frases de la respuesta de María a ese enviado celestial.
• “Aquí está la esclava del Señor”. La soberbia siempre ha sido una necedad, criticada ya por los antiguos proverbios. Los hombres no somos tan poderosos como creemos. Una pandemia puede desmontar todos nuestros planes. María nos da un buen ejemplo de sensatez. Sentirse como la sierva del Señor la lleva a ella y nos ayudará a nosotros a aceptar la voluntad y el proyecto de Dios
• “Hágase en mí según tu palabra”. Una humildad inoperante es sencillamente falsa. No basta con escuchar la voz que Dios nos dirige cada día. Es preciso ser conscientes de que el plan que Él nos propone no va a ser fácil ni brillante. Sin embargo, es necesario aceptar sinceramente su voluntad, pedir su ayuda y decidirse a actuar de acuerdo con sus sugerencias.
María en manos de Dios Lc 1,26-38 (ADVB4-20)
1. El evangelio de la “anunciación” viene a llenar una laguna, algo que muchos echan de menos en el evangelio de Marcos. Por eso, en el último domingo de Adviento se recurre al tercer evangelio, que es el único que nos habla de María como la auténtica mujer profética que va perfilando, con sus gestos y palabras, lo que posteriormente llevará a cabo su hijo, el Hijo del Altísimo con que se le presenta en la anunciación. Esto ocurre así, en la liturgia de hoy, previa a la Navidad, porque si Juan el Bautista es una figura iniciadora de este tiempo litúrgico, es María la figura que lleva a plenitud el misterio y la actitud del Adviento. El relato de la anunciación de Lucas no se agota en una sola lectura, sino que siempre implica una novedad inagotable. Esta mujer de Nazaret (aldea desconocida hasta entonces en la historia) será llamada por Dios, precisamente para que ese Dios sea el Enmanuel, el Dios con nosotros, el Dios humano. (cf también el comentario a este texto en la Fiesta de la Inmaculada).
2. No obstante, Dios no ha querido avasallar desde su grandeza; y, para ser uno de nosotros, ha querido ser aceptado por esta mujer que, en nombre de toda la humanidad, expresa la necesidad de que Dios sea nuestra ayuda desde nuestra propia sensibilidad. El papel de María en esta acción salvadora de Dios no solamente es discreto, sino misterioso. Ella debe entregar todo su ser, toda su feminidad, toda su fama, toda su maternidad al Dios de los hombres. No se le pide un imposible, porque todo es posible para Dios, sino una actitud confiada para que Dios pueda actuar por nosotros, para nosotros. No ha elegido Dios lo grande de este mundo, sino lo pequeño, para estar con nosotros. María es la que hace sensible y humano el Adviento y la Navidad.
3. En este texto de la “anunciación” vemos que a diferencia de David, piadosillo, pero interesado, es Dios quien lleva la iniciativa de construirse una “morada”, una casa (bayit), una dinastía, en la casa de María de Nazaret, una mujer del pueblo, de los sin nombre, de los sin historia. El ángel Gabriel que antes había sido “rechazado” de alguna manera en la liturgia solemne del templo por el padre de Juan el Bautista, que era sacerdote, es ahora acogido sencilla y humildemente por una mujer sin título y sin nada. Aquí sí hay respuesta y acogida y aquí Dios se siente como en su casa, porque esta mujer le ha entregado no solamente su fama y su honra, no solamente su seno materno, sino todo su vida y todo su futuro. Es ahora cuando se cumple la profecía de Natán (“Dios le dará el trono de David, su padre”), pero sabemos que será sin dinastía ni títulos reales.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/20-12-2020/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/
Todos nacemos en Belén
un quinto evangelio que ocurrió en Palestina; cosas de Belén; la Navidad de los niños, maestros de la esperanza; felicitaciones pascuales que salen del anonimato; meditaciones teológicas y espirituales sobre la encarnación del Hijo de Dios; cartas a los Reyes Magos que se comenzaron hace mucho tiempo; reflexiones sobre la literatura navideña; y hasta algún que otro villancico.
Todos nacimos en Belén, o al menos lo mejor de nosotros nació allí, como nació el corazón de un niño llamado José Luis Martín Descalzo, como nació el Hijo de Dios y de María Virgen, Jesús, nuestro Salvador.
Autor José Luis Martín Descalzo
Editorial: Monte Carmelo
ISBN 978-84-8353-415-1
232 páginas
Precio 17 euros
Juan, el profeta Jn 1,6-8.19-28 (ADVB3-20)
“El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido”. El texto del libro de Isaías (Is 61,1-2.10-11) anuncia a un profeta que recibe el espíritu de Dios y lo difunde. Consuela a los que sufren, venda las heridas de los desgarrados, libera a los cautivos y prisioneros y, sobre todo, inaugura un año jubilar: el año de gracia de parte del Señor.
Además, el profeta proclama un anuncio de alegría universal: “El Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos”. Este tercer domingo del Adviento se hace notar por su invitación a la alegría.
El salmo responsorial, tomado del canto de María, recoge ese tono de alegría: “Me alegro con mi Dios” (Lc 1,46). También la invitación que san Pablo dirige a los fieles de Tesalónica refleja este espíritu: “Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión… No apaguéis el espíritu… Guardaos de toda clase de mal” (1 Tes 5,16).
TRES VECES “NO” Y UNA VEZ “SÍ”
En el evangelio de hoy se nos presenta a un extraño profeta (Jn 1,6-8.19-28). Parece que el texto lo define por lo que no es. Por lo que no pretende ser. Esto es lo que el evangelista dice de él: “No era él la luz, sino testigo de la luz”.
Pero nos interesa saber cómo se ve él mismo. Ante los emisarios de los sacerdotes y levitas de Jerusalén, Juan responde con verdad y humildad. Por tres veces repite un “no” tajante a los que le preguntan.
• No es Elías, aquel gran defensor de la majestad de Dios y de la dignidad del pobre.
• No es el gran profeta que el Señor anunciaba a Moisés, según el Deuteronomio.
• Y no es el Mesías, que había sido esperado por su pueblo a lo largo de los siglos.
Sin embargo, nadie puede identificarse solo por lo que no es. Hay que definirse por un “sí”. Es preciso reconocer lo que uno es y lo que está dispuesto a dar. Para identificarse, Juan se presenta como la voz que clama en el desierto, exhortando a todos a allanar los caminos. Juan hace suyas las palabras del libro de Isaías que anunciaban la liberación a los deportados.
PALABRA Y TESTIMONIO
Es verdad que Juan se niega a presentarse como el esperado por su pueblo. Pero no puede negarse a anunciar su llegada y su presencia entre las gentes:
• “En medio de vosotros hay uno que no conocéis”. Muchos consideran al Mesías como un extraño. Algunos hasta llegan a dudar de su existencia histórica. Pero los creyentes sabemos que él está entre nosotros. Juan nos invita a descifrar los signos que lo anuncian.
• “Él viene detrás de mí y existía antes que yo”. Algunos consideran a Jesús solamente como un personaje del pasado. Juan nos ayuda a comprender su puesto en la historia de la salvación. El Señor nos precede en el tiempo y, a la vez, está viniendo a nosotros cada día.
• “Yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias”. Muchos otros lo han despreciado como hicieron Herodes y Pilato. Juan nos dice que Jesús es el Señor. Nosotros somos unos siervos a los que Él ha elegido como discípulos y ha considerado como amigos.
Dar testimonio de la luz Jn 1,6-8.19-28 (ADVB3-20)
1. El evangelio de hoy, como ya hemos apuntado , es una confesión de Juan el Bautista sobre Jesús. El testimonio de Marcos sobre Juan el Bautista es muy escueto. Por ello, en la liturgia se recurre a otras tradiciones cristianas. Los primeros versos de esta lectura evangélica podrían pertenecer con todo derecho al «prólogo» del evangelio, aunque literariamente surgen dificultades para que así sea. Es como el proemio a la narración del evangelio joánico que, no obstante sus altos vuelos, no prescinde de lo que parece históricamente adquirido: Jesús viene después del Bautista, quizás estuvo con él, pero su camino era otro bien distinto. Con Juan se cierra el AT y lo cierra el mismo Jesús anunciando el evangelio, no simplemente penitencia.
2. El Logos, la Palabra de Dios que se hizo carne por nosotros, que vino a los suyos, recibió el testimonio del profeta último del AT, pero los suyos no quisieron recibir la luz, porque esta luz iba a poner de manifiesto muchas cosas sobre el proyecto verdadero de la salvación. La luz es un término muy profundo en la teología joánica. El Bautista no era la luz, como algunos discípulos suyos pretendieron (y la polémica es manifiesta en el texto), sino que venía como “precursor”, como amigo del esposo. La segunda parte de esta lectura nos sitúa ya en la historia del Precursor que tuvo que aclarar que no era él quien había de venir para salvar, para iluminar, para dar la vida. El era la voz que gritaba en el desierto.
3. Está latente en el evangelio de Juan como un juicio entre la luz y las tinieblas, y el autor quiere partir del testimonio del Bautista para que su argumentación sea más decisiva. Su bautismo no era más que un rito penitencial de agua. «El que había de venir» traería algo definitivo que no quedaría solamente en penitencia, sino que llevaría a cabo el cumplimiento de lo que se anuncia en Is 61,1-10, como se nos ha leído previamente. No es otro el sentido que debe tener la reinterpretación que la liturgia de hoy nos brinda del texto profético y del evangelio joánico.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/13-12-2020/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/
Inmaculada Concepción de María (puzles con obras artísticas relevantes)
El Bautista y el Camino Mc 1,1-8 (ADVB2-20)
“Consolad, consolad a mi pueblo”. Con este oráculo divino comienza la segunda parte del libro de Isaías (Is 40,1). A ese pueblo, que había sido deportado a Babilonia, Dios mismo le anuncia que ya ha sufrido demasiado. Está ya próximo el retorno a sus tierras de Judá.
Entonces se oye una voz que grita: “En el desierto preparadle un camino al Señor. Allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios”. Es el pueblo el que ha de regresar. Pero es urgente allanar una calzada para ese Dios que se identifica con su pueblo. Él ha vivido desterrado con su gente. Y ahora quiere regresar con los desterrados y con los hijos que les han nacido en el destierro.
Nosotros podemos identificarnos con esa caravana de exiliados y repetir la invocación del salmo responsorial: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación” (Sal 84).
Afectados como estamos por la pandemia y el dolor, por la soledad o los abusos, confesamos que “para el Señor un día es como mil años y mil años como un día”. A pesar de todo, y más allá de las falsas promesas humanas, “nosotros esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en los que habite la justicia” (2 Pe 3,8-14).
LAS PROPUESTAS DEL CAMBIO
Según el evangelio que se proclama en este segundo domingo de Adviento, en el desierto aparece un profeta, vestido con una piel de camello y alimentado de saltamontes y miel silvestre. Hace suyo aquel grito del libro de Isaías, pero lo modifica: “Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos” (Mc 1,3). Esa preparación incluía tres propuestas urgentes:
• En primer lugar, Juan exhortaba a todos a la conversión, es decir al cambio de mentalidad y de actitudes. Preparar el camino al Señor exigía una transformación radical de la vida y del comportamiento. La conversión era una verdadera y nueva creación de la persona.
• En segundo lugar, Juan proponía a las gentes que acudían a él la confesión pública de los pecados. Ese era el signo de que reconocían sus errores, sus extravíos, sus pecados. Con ello, manifestaban creer que siempre es posible alcanzar el perdón de Dios
• Y en tercer lugar, Juan bautizaba a las gentes en las aguas del Jordán. Con aquel rito recordaba que las aguas de aquel río se habían detenido para permitir a Josué y a su pueblo el paso hacia la tierra prometida. Y en aquellas aguas Naamán, el sirio, había sido curado de la lepra.
EL QUE VIENE DETRÁS
La palabras de Juan se parecen a las del mensajero que anunciaba a los exiliados el retorno a su patria. Pero hay algo nuevo en ellas. Ya no anuncia el paso de Dios con su pueblo. Anuncia la llegada de otro personaje misterioso con el que por tres veces se compara él mismo:
• “Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo”. Juan ha aparecido entre el desierto y el Jordán como un profeta sincero y austero, convincente y respetado. Pero él sabe y proclama que no es el final del camino. Solo ha salido a prepararlo. El que ha de venir tiene más autoridad que Juan.
• “Yo no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias”. Juan es un verdadero profeta. Pero sabe que es menos importante que un esclavo. El esclavo prestaba a su amo los servicios más humildes, que Juan ni se atreve a prestar al que ha de venir detrás de él.
• “Yo os bautizo con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo”. Juan conoce ese rito de purificación que atrae a las gentes hasta el Jordán. Pero él sabe que solo bautizaba con agua. El bautismo definitivo purificará con el Viento Santo que creó los mundos.
El camino de Dios es el evangelio Mc 1,1-8
1. Se inicia en todos los sentidos el evangelio de Marcos. Como prólogo sirve para marcar las diferencias y los vínculos con el AT. Para ello se ha valido de la figura de Juan Bautista, que es una figura señera del Adviento. Históricamente, sabemos que Juan el Bautista predicó la llegada de un tiempo decisivo, que él mismo no podía alcanzar a ver con toda su radicalidad; pero de la misma manera que el AT es la preparación del NT, Juan resume toda esta función. Marcos (quien sea esta figura del cristianismo primitivo) escribe una obra que llama “evangelio”, buena noticia, ¡toda una proeza!. Pero esa buena noticia está en contraste con muchas cosas del pasado, las mejores de las cuales las representa en este instante el profeta del desierto, Juan el Bautista.
2. El Bautista era un profeta apocalíptico, y en el texto se nos describe con los rasgos del gran profeta Elías (2 Re 1,8, Mal 3,23), por eso no podrá entender plenamente la grandeza del evangelio que viene, incluso después de haber bautizado a Jesús. Juan está en el desierto, y el desierto es sólo una etapa de la vida del pueblo; es un símbolo de retiro, de penitencia, de conversión. El desierto es lo que está antes de la “tierra prometida”, y así hay que interpretarlo como semiótica certera. Pero también es verdad que es un marco adecuado para anhelar y desear algo nuevo y radical. Eso le sucede a Juan: presiente que algo nuevo está llegando... para lo que pide conversión.
3. Pero la conversión cristiana, la que propondrá Jesús, debe llevar también el signo de la alegría. No obstante, los cristianos, cuando tuvieron que revisar la misma predicación de Juan el Bautista, supieron dotarla de los elementos teológicos que marcaban la diferencia entre lo que él hacía y lo que haría aquél al que no era capaz de desatar la sandalia de sus pies. El bautismo de Juan y el bautismo cristiano están diferenciados por el Espíritu; no se trata solamente de penitencia. Los que seguían a Juan debían renunciar a su pasado. Los que siguen a Jesús, además de eso, tendrán un “espíritu” nuevo. Por lo mismo, y aunque Juan representa lo mejor del AT, también la esperanza que mana del mismo queda alicorta con respecto a lo que Jesús ha traído al mundo.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/6-12-2020/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/
Inmaculada Concepción de María - 8 de diciembre- Sopa de Letras INTERACTIVA
La FIESTA de la INMACULADA CONCEPCIÓN de MARÍA recuerda el nacimiento virginal de Jesús en el que María fue PRESERVADA del pecado. Esta verdad de la Iglesia fue promulgada por el papa PÍO IX en la bula INEFFABILIS DEUS el 8 de diciembre de 1854.
La imagen característica de la Virgen nos remite al libro del APOCALIPSIS. Así, María, viste un manto AZUL, una CORONA de ESTRELLAS y, de pie, sobre el mundo y la LUNA, pisa la cabeza de la SERPIENTE, en señal de victoria sobre el mal y el PECADO.
ACTIVIDAD: Busca en la siguiente sopa de letras interactiva las palabras destacadas en mayúsculas. ¡A POR ELLA!)
Esperar es operar Mc 13,33-37 (ADVB1-20)
“Jamás se oyó ni se escuchó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por quien espera en él. Sales al encuentro de quien practica con alegría la justicia y, andando en tus caminos, se acuerda de ti” (Is 64,3-4). El creyente recuerda los pecados de su pueblo. Pero sabe que Dios es un padre misericordioso. Queremos dejarnos moldear por él como la arcilla por las manos del alfarero.
Con ese espíritu nosotros iniciamos el camino del Adviento. Este es el momento para ir repitiendo un día y otro días esa hermosa súplica del salmo 79: “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”.
Al comienzo de su primera carta a los Corintios, san Pablo evoca el ritmo de los tiempos. Da gracias a Dios por los dones totalmente gratuitos que por medio de Cristo ya han recibido en el pasado. Les recuerda que en el presente han de vivir aguardando la manifestación del Señor. Y les promete que en el futuro, el mismo Señor los mantendrá firmes hasta el final (1 Cor 1,3-9).
LAS TENTACIONES Y LA ESPERA
En este ciclo B, la liturgia dominical nos ofrecerá continuamente la lectura del evangelio según san Marcos. En este primer domingo de Adviento se incluye una breve parábola, en la que Jesús se refiere a la actitud de los criados que están a la espera de que su amo regrese de un viaje. El portero de la casa ha recibido el mandato expreso de mantenerse en vela (Mc 13,33-37).
• La sorpresa que ha producido la pandemia del coronavirus nos acusa de haber caído en esas cuatro tentaciones que se mencionan en la primera lectura. Estábamos manchados y corrompidos. Nos dejábamos arrastrar por cualquier viento, como las hojas marchitas de los árboles. No invocábamos el nombre del Señor. Y estábamos como aletargados en nuestra comodidad.
• Además, la parábola de los criados que aguardan la llegada de su amo es apropiada para este tiempo litúrgico del Adviento. Este es el tiempo para recordar nuestra vocación a la esperanza. Estamos llamados a vivir aguardando la venida del Señor. Ya no como siervos, sino como hermanos.. A todos se nos ha confiado una tarea concreta. Así que no podemos esperar en la ociosidad.
VIGILANCIA Y FRATERNIDAD
Es interesante descubrir que en el evangelio de hoy se repite por tres veces la exhortación a la vigilancia. La rutina en el trabajo y el olvido de las tareas que se nos han encomendado pueden adormecernos. Pero no podemos caer en la pereza de una siesta irresponsable.
• “Estad atentos y vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento”. En este caso, la ignorancia no es una desgracia, sino un estímulo. Ningún instante puede ser despreciado. Cualquier momento puede ser el de la aparición del Señor en nuestra vida y en la historia de la humanidad.
• “Velad, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa”. A veces olvidamos que también vela quien espera a la persona amada. La venida del Señor no puede concebirse como una amenaza. Si nos mantenemos en vela no es por temor, sino por amor.
• “Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!”. La exhortación de Jesús se dirige a cada uno de nosotros. No podemos vivir en la acedia ni en el pesimismo estéril. Hay mucho que hacer en el mundo, en la Iglesia, en nuestra casa. Esperar es operar. Aguardamos la venida del Señor, conscientes de nuestra vocación al amor y al compromiso con la vida, con la verdad y la justicia.
La vigilia, una llamada a la esperanza Mc 13,33-37 (ADVB1-20)
1. El evangelio de Marcos propio del Ciclo B que inauguramos con este Adviento, insiste en el tema de la carta de Pablo. El c. 13 de Marcos se conoce como el "discurso escatológico" porque se afrontan las cosas que se refieren al final de la vida y de los tiempos. Es un discurso que tiene muchos parecidos con la literatura del judaísmo de la época que estaba muy determinada para la irrupción del juicio de Dios para cambiar el rumbo de la historia. Los otros evangelistas lo tomarían de Marcos y lo acomodarían a sus propias ideas. En todo caso, este discurso no corresponde exactamente a la idea que Jesús de Nazaret tenía sobre el fin del mundo o sobre la consumación de la historia.
2. Es bastante aceptado que es un discurso elaborado posteriormente, en situaciones nuevas y de crisis, sobre una “tradición” de Jesús y también de algo sucedido en tiempo del emperador Calígula. Aquí, el evangelista, se vale de la parábola del portero que recibe poderes para vigilar la casa hasta que el dueño vuelva. Estamos ante el final del discurso, y se ve que es como una especie de consecuencia que saca, el redactor del evangelio, de la tradición que le ha llegado a raíz de los acontecimientos que han podido marcar la crisis de Calígula, un hombre que no era agraciado ni en el cuerpo ni en el espíritu, como cuenta de él Suetonio (Calig., L). Los judíos habían derribado un altar pagano en Yamnia, y el emperador mandó hacer en el templo de Jerusalén un altar a Zeus. Para los judíos y los judeo-cristianos supuso una crisis de resistencia como oprimidos frente al poder del mundo. En aquél entonces algunos judeo-cristianos no habían roto todavía con el judaísmo y con el templo. No pueden desear otra cosa que legitimar su anhelo religioso en aras de una visión apocalíptica de la historia: sobre todo, es necesaria la fidelidad a Dios antes que la lealtad a los poderes del mundo que oprimen.
3. En la historia de la humanidad siempre se repiten momentos de crisis; situaciones imposibles de dominar desde el punto de vista social y político, cuando no es una catástrofe natural. La interpretación religiosa de esos acontecimientos se presta a muchos matices y a veces a falsas promesas. El hecho de que no se pueda asegurar el día y la hora pone en evidencia a los grupos sectarios que se las pintan muy bien para atemorizar a personas abrumadas psicológicamente. El lenguaje apocalíptico, que no era lo propio de Jesús, se convierte para algunos en la panacea de la interpretación religiosa en los momentos de crisis y de identidad.
4. Hoy, sin embargo, debemos interpretar lo apocalíptico con sabiduría y en coherencia con la idea que Jesús tenía de Dios y de su acción salvadora de la humanidad. Se pide "vigilancia". ¿Qué significa? Pues que vivamos en la luz, en las huellas del Dios vivo, en el ámbito del Dios de la encarnación como misterio de donación y entrega. Ese es el secreto de la vigilancia cristiana y no las matemáticas o la precisión informática de nuestro final. Esto último no merece la pena de ninguna manera. Pero vigilar, es tan importante como saber vivir con dignidad y con esperanza. Hablar de la “segunda” venida del Señor hoy no tendría mucho sentido si no la entendemos como un encuentro a nivel personal y de toda la humanidad con aquél que ha dado sentido a la historia; un encuentro y una consumación, porque este mundo creado por Dios y redimido por Jesucristo no se quedará en el vacío, ni presa de un tiempo eternizado. Dios, por Jesucristo, consumará la historia como Él sabe hacerlo y no como los Calígula de turno pretenden protagonizar. Es esto lo que hay que esperar, y el Adviento debe sacar en nosotros a flote esa esperanza cristiana: todo acabará bien, en las manos de Dios.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Nuestro Rey Pastor Mt 25,31-46 (TOA34-20)
“Buscaré la oveja perdida, recogeré a la decarriada; vendaré a las heridas, fortaleceré a la enferma; pero a la que está fuerte y robusta la guardaré: la apacentaré con justicia… Yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío” (Ez 34,16-17).
Israel no siempre había tenido los buenos pastores que esperaba. Por medio del profeta Ezequiel, Dios promete liberar a sus ovejas de los malos pastores. Además, se presenta a sí mismo como pastor de su rebaño. Lo conducirá a buenos pastos y cuidará personalmente de sus ovejas. Con esa imagen representa a las gentes de su pueblo. Dios las juzgará con rectitud y justicia.
Después de esa lectura, el salmo responsorial necesariamente había de recoger la confianza del creyente que proclama confiadamente: “El Señor es mi pastor, nada me falta” (Sal 22).
Evocando una famosa profecía mesiánica (Sal 110,1), san Pablo nos recuerda que “Cristo tiene que reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies” (1 Cor 15,25).
LOS TÍTULOS DEL JUEZ
En esta solemnidad de Jesucristo Rey del universo (Mt 25,31-46) tenemos presente el fresco del Juicio Final que Miguel Ángel pintó en la Capilla Sixtina. Esa profecía evangélica nos ofrece, antes que otra cosa, una reflexión sobre Jesús. Los cinco títulos con los que se presenta nos indican quién es él y cuál es la misión que le ha sido confiada.
• Jesús es el Hijo del Hombre, que comparte la suerte de toda la humanidad, pero llega acompañado de los ángeles para juzgar nuestra historia.
• Jesús es el hijo del Padre, que pronuncia la bendición y la maldición como sentencia definitiva sobre las decisiones humanas.
• Jesús es el Pastor, que conoce tanto a las ovejas como a las cabras de su rebaño y las separa de acuerdo con un criterio de valía universal.
• Jesús es el Rey, que se identifica personalmente con los más pequeños, con los ignorados y con los marginados en su reino.
• Jesús es el Señor, al que unos y otros dirigen la misma pregunta: “¿Cuándo te vimos hambriento, sediento o necesitado y te atendimos o te ignoramos?”.
LA CLAVE DEL REINO
evangelio de hoy no solo habla del Rey. Habla también de la humanidad. Israel esperaba un Mesías que haría justicia a sus gentes y castigaría a sus enemigos. Ahora sabemos que el Rey-Pastor reunirá a “todas las naciones” de cualquier religión o ideología. A todos habrá de juzgar según el mismo código de la acogida y el rechazo. El mismo “protocolo”, como dice el papa Francisco.
• “Venid benditos de mi Padre… porque tuve hambre y me disteis de comer”. Jesús había ya declarado una norma fundamental, que subrayaba la importancia del “recibir”: “Quien a vosotros recibe a mí me recibe; y quien me recibe a mí, recibe a aquel que me envió” (Mt 10,40). El juicio manifiesta que algunos han identificado a los necesitados con Jesús y con su Padre.
• “Apartaos de mí malditos… porque tuve hambre y no me disteis de comer”. El mismo diálogo que Jesús repite ante la humanidad indica que el criterio de la justicia no se limita a creencias y oraciones. Todos seremos juzgados sobre el servicio de amor que hayamos prestado o negado a Jesucristo. Él se nos revela cada día en los “humildes” y aplastados por la sociedad.
Un “reino” de vida, por la justicia y la paz Mt 25,31-46 (TOA34-20)
1. El evangelio de hoy, de Mateo, el que se conoce como el “juicio de las naciones”, está en conexión con la primera lectura en razón del papel de las ovejas y del futuro que les espera. Ahora, aquél pastor pasa a ser rey de las naciones, del universo entero. El Hijo del hombre juzga como los reyes (“en su trono de gloria”)… pero en realidad es un elemento no decisivo, ya que el “reinado de Dios”, clave del mensaje de Jesús, no expresa monarquía, ni sistema político determinado aún en lo parlamentario, sino un planteamiento ético universal. Y todo lo que muchas mentes fundamentalistas alimentan en un texto tan complejo como este (v.g. el juicio del valle de Josafat), debería dejarse de lado para ir a lo fundamental. La teología del evangelista trata de presentar una dimensión cósmica, universal, de la acción del Señor. Todo el mundo, toda la historia, pues, están bajo la acción salvadora y redentora del Señor. No es solamente Israel, el pueblo judío o en nuestro caso los cristianos, como ya lo ha manifestado antes (Mt 19,16-19).
2.El relato tiene una serie de acciones y símbolos que hacen pensar: derecha-izquierda, ovejas-cabras, hermanos pequeños, benditos de mi padre, dar de beber, conmigo lo hicisteis. Así ha nacido una interpretación de carácter “filantrópico” y de solidaridad que no presume o abusa de elementos “religiosos” en muchos casos. Algunos se indignan porque ésta sería la lectura que plantea o justifica un seguimiento de Jesús casi “sin religión” o que cualquier hombre o mujer sin fe, están llamados a la salvación simplemente por solidaridad con sus hermanos. En realidad el texto dice lo que dice y enseña lo que algunos “temen”. Y además, está en Mateo cuyo texto respira judaísmo por todos los poros. Es un texto, sin duda que viene de Jesús, aunque la elaboración mateano no deja lugar a dudas. Pero Mateo no ha podido ocultar la radicalidad contracultural con la que Jesús pudo expresarse en su momento.
3.No negamos que es un texto difícil, pero nada alambicado. Es verdad que los “hermanos míos pequeños” son los seguidores de Jesús que sufren y son perseguidos… pero los hermanos de Jesús “pequeños” son todos los hombres y mujeres que sufren. Y eso no significa que la religión salta por los aires, sino que la religión del “reinado de Dios” es universal, y en la que caben aquellos que sin pertenecer a una estructura religiosa confesional pueden hacer posible lo que el Reino de Dios pretende, hacer de este mundo un “reinado de vida” por la justicia y la paz. Pensar que eso es un reduccionismo de la religión verdadera es no haber entendido el mensaje evangélico de Jesús. El mensaje de Jesús seguirá siendo escandaloso siempre. Y si nunca pudo ser encerrado de lleno en el judaísmo de la época es porque en Jesús comienza algo radicalmente nuevo, desde su continuidad-discontinuidad con la religión de su pueblo y con el Dios de Israel.
4. Por lo mismo, tendríamos que ver aquí una afirmación rotunda, atrevida en cierta manera: todos los hombres, sean creyentes o no, tienen que enfrentarse críticamente con el proyecto salvífico de Cristo. Y la pregunta podría ser, ¿qué criterios pueden servir para los que no creen en Dios ni en Cristo? Pues el mismo criterio que para los cristianos y creyentes: el amor y la misericordia con los hermanos. Ese es el único criterio divino y evangélico de salvación y de felicidad futura: la caridad y la ayuda a los pobres, a los hambrientos y a los desheredados. El juicio divino no tiene unas leyes que beneficien a unos y perjudiquen a otros, como a veces se da a escala mundial. Cristo, es el rey de la historia y del universo, porque su justicia es la aspiración de todos los corazones.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/22-11-2020/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/