“Buscaré la oveja perdida, recogeré a la decarriada; vendaré a las heridas, fortaleceré a la enferma; pero a la que está fuerte y robusta la guardaré: la apacentaré con justicia… Yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío” (Ez 34,16-17).
Israel no siempre había tenido los buenos pastores que esperaba. Por medio del profeta Ezequiel, Dios promete liberar a sus ovejas de los malos pastores. Además, se presenta a sí mismo como pastor de su rebaño. Lo conducirá a buenos pastos y cuidará personalmente de sus ovejas. Con esa imagen representa a las gentes de su pueblo. Dios las juzgará con rectitud y justicia.
Después de esa lectura, el salmo responsorial necesariamente había de recoger la confianza del creyente que proclama confiadamente: “El Señor es mi pastor, nada me falta” (Sal 22).
Evocando una famosa profecía mesiánica (Sal 110,1), san Pablo nos recuerda que “Cristo tiene que reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies” (1 Cor 15,25).
LOS TÍTULOS DEL JUEZ
En esta solemnidad de Jesucristo Rey del universo (Mt 25,31-46) tenemos presente el fresco del Juicio Final que Miguel Ángel pintó en la Capilla Sixtina. Esa profecía evangélica nos ofrece, antes que otra cosa, una reflexión sobre Jesús. Los cinco títulos con los que se presenta nos indican quién es él y cuál es la misión que le ha sido confiada.
• Jesús es el Hijo del Hombre, que comparte la suerte de toda la humanidad, pero llega acompañado de los ángeles para juzgar nuestra historia.
• Jesús es el hijo del Padre, que pronuncia la bendición y la maldición como sentencia definitiva sobre las decisiones humanas.
• Jesús es el Pastor, que conoce tanto a las ovejas como a las cabras de su rebaño y las separa de acuerdo con un criterio de valía universal.
• Jesús es el Rey, que se identifica personalmente con los más pequeños, con los ignorados y con los marginados en su reino.
• Jesús es el Señor, al que unos y otros dirigen la misma pregunta: “¿Cuándo te vimos hambriento, sediento o necesitado y te atendimos o te ignoramos?”.
LA CLAVE DEL REINO
evangelio de hoy no solo habla del Rey. Habla también de la humanidad. Israel esperaba un Mesías que haría justicia a sus gentes y castigaría a sus enemigos. Ahora sabemos que el Rey-Pastor reunirá a “todas las naciones” de cualquier religión o ideología. A todos habrá de juzgar según el mismo código de la acogida y el rechazo. El mismo “protocolo”, como dice el papa Francisco.
• “Venid benditos de mi Padre… porque tuve hambre y me disteis de comer”. Jesús había ya declarado una norma fundamental, que subrayaba la importancia del “recibir”: “Quien a vosotros recibe a mí me recibe; y quien me recibe a mí, recibe a aquel que me envió” (Mt 10,40). El juicio manifiesta que algunos han identificado a los necesitados con Jesús y con su Padre.
• “Apartaos de mí malditos… porque tuve hambre y no me disteis de comer”. El mismo diálogo que Jesús repite ante la humanidad indica que el criterio de la justicia no se limita a creencias y oraciones. Todos seremos juzgados sobre el servicio de amor que hayamos prestado o negado a Jesucristo. Él se nos revela cada día en los “humildes” y aplastados por la sociedad.
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