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Cuando arde nuestro corazón Lc 24,13-35 (PAA3-20)
1. El evangelio (Lucas 24,13-35) es una de las escenas de las apariciones del Resucitado que más han calado en la catequesis de la comunidad cristiana. La polifonía de la narración encierra notas de mucho calado, “tempi” que deben recrearse en una lectura pausada y sosegada para llegar hasta donde nos quiere llevar el autor. Todo esto es lo que constituye la gramática generativa de nuestro relato como obra narrativa; pero no se queda ahí, en pura narración. Bien es verdad que sin narración, sin gramática, no hay mensaje y no puede haber hermenéutica. Pero la narración no está sola, sino que engendra un texto sagrado para la comunidad. Es como si fuera la descripción de una eucaristía en un proceso dinámico: primeramente los peregrinos de Emaús, desconcertados, van escuchando la interpretación de las Escrituras en lo referente al Mesías. Es una catequesis de preparación para lo que viene a continuación. Bien podemos articular esta narración en torno a dos escenas principales introducidas por la misma expresión: (a) Lc 24,15: "Y sucedió mientras conversaban..." (kai egéneto en tô homilein autois...); (b) Lc 24,30: "Y sucedió mientras se sentó a la mesa ..." (kai egéneto en tô kataklithenai auton...). Muchos han reconocido que Lucas indica los dos momentos esenciales de la liturgia cristiana: la palabra y el sacramento, escucha de las Escrituras y liturgia eucarística.
2. La primera parte es en el camino. Desde la nostalgia solamente no es posible abrirse a la resurrección. No es la nostalgia la forma y manera de adentrarse en el anuncio pascual de que “el crucificado vive”. Esta primera etapa es la narración más impresionante de eso que podemos llamar la etapa de la verificabilidad de la resurrección. En ella ha quedado claro que el sepulcro vacío ha dejado de significar nada, al menos en la obra de Lucas y yo creo que en todo el NT. Pero es Lucas el que nos ha mostrado con esta escena que la “verificabilidad” no puede sostener la grandeza del misterio de la Pascua. Porque es después del intento de la verificabilidad cuando los dos discípulos prácticamente huyen de Jerusalén con el convencimiento de que todo ha terminado Mientras iban de camino, el Resucitado les sale al encuentro sin que puedan reconocerlo. Sabemos que Lucas es un verdadero catequista del camino. Así entiende toda la vida de Jesús, y muy especialmente en su decisión irrevocable de ir a Jerusalén (Lc 9,51-19,24). Y entiende, a su vez, que el discipulado cristiano es un camino que se ha de recorrer con Jesús; no es un discipulado de tipo intelectual: se aprende viviendo. Por eso, ahora también, en este relato de la experiencia de la resurrección, ese misterio es un “itinerario” que hay que recorrer en la lectura de la Escritura. En el caso de la comunidad cristiana debemos interpretarlo del mensaje de la vida de Jesús. Pero Jesús toma su iniciativa: se hace un peregrino, un itinerante con ellos, que vienen de Jerusalén desesperados, porque ni siquiera han tomado en consideración lo que algunas mujeres ya decían.
III.3.El peregrino, sin que se lo pidan, hace el camino con ellos y les explica las Escrituras; ya no pueden vivir sin él, sin su palabra de consuelo y de vida. Estamos ante una de las novedades del cristianismo primitivo que Lucas plasma extraordinariamente en este relato, en cuanto esos pasajes, como Is 53, van a ser considerados mesiánicos por los cristianos. El v. 26 es el punto de arranque en el proceso de leer las Escrituras desde la Pascua, con ojos nuevos. No olvidemos que el lector sabe quién habla, aunque los peregrinos son ignorantes, pero es una de las claves de este itinerario que el evangelista quiere marcar a la comunidad cristiana que ha de leer las Escrituras.
4. Como buenos orientales, han dado hospitalidad a este peregrino desconocido que les ha interpretado las palabras de los profetas sobre la muerte y la resurrección de Jesús. Eso fue lo que tuvieron que hacer los primeros cristianos para explicarse y vivir espiritualmente la muerte y la resurrección de Jesús. Y entonces, en la casa, símbolo de una comunidad eucarística, Él, que aparecía como un hombre de paso, viene a constituirse en el anfitrión de aquella celebración. Por eso, aquellos peregrinos «reconocen» al Señor, en un gesto como el que pudo hacer en la noche de la última cena; podemos entender que parte el pan y lo reparte y beben de la copa. Así se cumple, pues, el sentido de las palabras de Jesús, en la tradición de Lucas y Pablo, la conocida como tradición de Antioquía, cuando se dice: "haced esto en memoria mía" (Lc 22,19c; 1Cor 11,24c), después de haber tomado pan y haberlo repartido entre los suyos. Es, la Eucaristía, memorial de lo que hizo Jesús aquella noche, que no se explica, desde luego, sin lo que le lleva a realizar aquel acto profético de lo que estaba por llegar inmediatamente. En efecto, fue entregar su vida, en el pan y en la copa que reparte entre los discípulos. Pero ese memorial no está limitado a ese momento puntual, sino a toda su existencia, que culminará en la cruz.
5. Es, pues, en la Eucaristía donde nos entrega el Señor la vida de la que goza ahora como resucitado. Lucas quiere enseñar a su comunidad que, aunque ellos como nosotros, no pudimos vivir con El, ni conocerle, en la Eucaristía es posible tener esta experiencia de vida. En definitiva, en la Eucaristía hacemos un «memorial», con todo lo que esto significa, pero con el Resucitado, mas no como testigo pasivo, sino siendo El Señor y anfitrión, porque es solamente con El con quien podemos abarcar la altura y la profundidad de algo que no es simplemente repetir, sino revivir. La Eucaristía, como la Resurrección, es un misterio inefable de liberación, ya que los discípulos que estaban angustiados por lo que había pasado en Jerusalén, poco a poco, en la medida en que va haciéndose la Eucaristía, como un peregrinar, se conmueven, porque la vida del Resucitado se apodera de sus corazones. Eso es lo que Lucas quiere enseñarnos, catequéticamente, sobre lo que acontece cuando el Señor resucitado parte el pan con su comunidad, con y en la Iglesia.
6. La “fracción del pan! es el signo que necesitaban para saber lo que había pasado. Queda, no obstante, por formular el remate de este momento decisivo. Es lo que se describe ajustadamente en el v. 31, y que es lo contrario de lo que se ha expresado en el v. 16 (sus ojos estaban cerrados, retenidos, sin luz). Este es el momento que tan maravillosamente plasmó Rembrandt en su cuadro de los discípulos de Emaús, una de las composiciones pictóricas más hermosas que existan. No hay palabras para expresarlo mejor. Es una “auto-revelación” del resucitado en la cena, la fracción del pan, es decir, en la eucaristía. Por eso, esa presencia no es “visible” como normalmente entendemos esto. El hecho de que se use el verbo en aoristo pasivo indica que se trata de una experiencia profunda, espiritual, real sin duda, pero no para ver con los ojos corporales, sino con los ojos de la fe. ¡No debe caber la menor duda de hablar de este modo! Por eso, el v. 32 tiene un sentido irrenunciable en el metalenguaje del nuestra narración. Es la clave: “y se decían el uno al otro: ¿no ardía nuestro corazón cuando por el camino nos hablaba y nos explicaba (nos abría) las Escrituras?”.
N.F. Para una mayor profundización en este hermoso relato remito a mi artículo titulado: ”Los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35): pedagogía de la resurrección. El texto en su identidad dinámica”, ISIDORIANUM, 25 (2004) 167-185.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Educando el corazón (para educadores)
Los educadores hoy tienen el reto de plasmar en el corazón de sus alumnos –sus “pequeños discípulos”– una huella indeleble de amor que les ayude y les capacite para encontrar los sonidos de ese amor a través de lo que tocan, lo que contemplan, paladean, oyen y respiran. Pero, ¿quién ayuda y acompaña al maestro?
El objetivo de este proyecto ‘Educando el corazón' es acompañar y ayudar al educador, maestro, catequista, agente de pastoral, etc. a “aprender” a entrar en su interior para encontrarse consigo mismo y con quien es, y encontrarse con el Maestro que le está enseñando: Jesús de Nazaret.
Estas páginas y el CD de canciones que las acompaña ofrecen una alternativa pastoral, un proyecto que pretende educar la interioridad, la sensibilidad, la belleza interior, el encuentro, las emociones y la espiritualidad. Los instrumentos facilitadores para esta meta son la música, el arte, la relajación, la calma, el silencio o la oración. Se propone dedicar 15 minutos diarios para entrar en ese camino de relación con uno mismo y con Jesucristo, un cuarto de hora para aprender a relajarse, hacer silencio, mirar y dejarse mirar por Él.
Autora Fabiola Torrero Esteban
Editorial PPC
ISBN 9788428835565
80 páginas
Precio 14,50 euros
¡Señor mío! Jn 20,19-31 (PAA2-20)
1.El texto es muy sencillo, tiene 2 partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, "dan que pensar", como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios.
2. El "soplo" sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, "Pentecostés" es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es coherente y determinante.
2. El "soplo" sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, "Pentecostés" es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es coherente y determinante.
3. La figura de Tomás es solamente una actitud de "antiresurrección"; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe está expuesta. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva.
4. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco; Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar de la simbología del "encuentro") como Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se "encontrará" con el Señor. Esa no es forma de "ver" nada, ni entender nada, ni creer nada.
5. Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos la heridas de las manos del Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una «imagen», sino la realidad pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/19-4-2020/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/
Juego de CARTAS de la PASCUA (y 3/3)
(Si algún autor de fotografía o dibujo no estuviera conforme con la aparición de los mismo, ruego lo comuniquen para hacer los cambios oportunos. Gracias por la colaboración)
Juego de las CARTAS de la PASCUA (2/3)
(Si algún autor de fotografía o dibujo no estuviera conforme con la aparición de los mismo, ruego lo comuniquen para hacer los cambios oportunos. Gracias por la colaboración)
Juego de CARTAS de la PASCUA (1/3)
(Si algún autor de fotografía o dibujo no estuviera conforme con la aparición de los mismo, ruego lo comuniquen para hacer los cambios oportunos. Gracias por la colaboración)
El amor vence a la muerte Jn 20,1-9 (PAA1-20)
1. El texto de Juan 20,1-9, que todos los años se proclama en este día de la Pascua, nos propone acompañar a María Magdalena al sepulcro, que es todo un símbolo de la muerte y de su silencio humano; nos insinúa el asombro y la perplejidad de que el Señor no está en el sepulcro; no puede estar allí quien ha entregado la vida para siempre. En el sepulcro no hay vida, y Él se había presentado como la resurrección y la vida (Jn 11,25). María Magdalena descubre la resurrección, pero no la puede interpretar todavía. En Juan esto es caprichoso, por el simbolismo de ofrecer una primacía al *discípulo amado+ y a Pedro. Pero no olvidemos que ella recibirá en el mismo texto de Jn 20,11ss una misión extraordinaria, aunque pasando por un proceso de no “ver” ya a Jesús resucitado como el Jesús que había conocido, sino “reconociéndolo” de otra manera más íntima y personal. Pero esta mujer, desde luego, es testigo de la resurrección.
2. La figura simbólica y fascinante del *discípulo amado+, es verdaderamente clave en la teología del cuarto evangelio. Éste corre con Pedro, corre incluso más que éste, tras recibir la noticia de la resurrección. Es, ante todo, "discípulo", y por eso es conveniente no identificarlo, sin más, con un personaje histórico concreto, como suele hacerse; él espera hasta que el desconcierto de Pedro pasa y, desde la intimidad que ha conseguido con el Señor por medio de la fe, nos hace comprender que la resurrección es como el infinito; que las vendas que ceñían a Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia. Que su presencia entre nosotros debe ser de otra manera absolutamente distinta y renovada.
3. La fe en la resurrección, es verdad, nos propone una calidad de vida, que nada tiene que ver con la búsqueda que se hace entre nosotros con propuestas de tipo social y económico. Se trata de una calidad teológicamente íntima que nos lleva más allá de toda miseria y de toda muerte absurda. La muerte no debería ser absurda, pero si lo es para alguien, entonces se nos propone, desde la fe más profunda, que Dios nos ha destinado a vivir con El. Rechazar esta dinámica de resurrección sería como negarse a vivir para siempre. No solamente sería rechazar el misterio del Dios que nos dio la vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en una vida nueva para cada uno de nosotros.
4. Por eso, creer en la resurrección, es creer en el Dios de la vida. Y no solamente eso, es creer también en nosotros mismos y en la verdadera posibilidad que tenemos de ser algo en Dios. Porque aquí, no hemos sido todavía nada, mejor, casi nada, para lo que nos espera más allá de este mundo. No es posible engañarse: aquí nadie puede realizarse plenamente en ninguna dimensión de la nuestra propia existencia. Más allá está la vida verdadera; la resurrección de Jesús es la primicia de que en la muerte se nace ya para siempre. No es una fantasía de nostalgias irrealizadas. El deseo ardiente del corazón de vivir y vivir siempre tiene en la resurrección de Jesús la respuesta adecuada por parte de Dios. La muerte ha sido vencida, está consumada, ha sido transformada en vida por medio del Dios que Jesús defendió hasta la muerte.
Fray Miguel de Burgos Núñez
La Pasión de Jesús y Jesu´s Passion (español e inglés)
Hace un tiempo os presenté el Cómic de la Pasión de Jesús. Ahora añado su versión en inglés "Jesu´s Passion". Tomando la versión en castellano presente en esta entrada también como punto de partida, esta versión ha sido elaborado con criterios tanto de fidelidad al mensaje como de utilización de un lenguaje y estructura gramatical adaptados a niños de Primaria. Para ello he contado con el imprescindible apoyo "bilingüe" de Vanesa, mi mujer. Que os sea de utilidad.
Forma de imprimirlo:Consta de seis caras para formar un cuadernillo de tres folios.
Se imprime la primera y en el mismo folio, por detrás, la segunda. Y así las otras cuatro caras.
Sólo queda doblar las hojas y listo.
Pasión de Mateo. Algunos detalles Mt 26, 14 – 27,1-66 RAMOS
El evangelio deMateo es el único que nos dice el precio exacto que los Sumos Sacerdotes pagaron a Judas a cambio de su traición: treinta monedas de plata. Este detalle tiene una gran importancia, pues ese era el precio fijado por la Ley para la compra de un esclavo. Ese precio muestra el «desprecio» tanto de los Sumos Sacerdotes como de Judas hacia Jesús, hacia el Señor del Universo. Ese dinero sirvió para comprar el campo del Alfarero. Este Alfarero es también Dios, quien modelo al hombre de barro. Por esta compra los extranjeros que morían en Jerusalén obtuvieron una tumba donde ser enterrados.
El precio de Jesús nos hace reflexionar hoy sobre el precio o aprecio que nosotros sentimos por él. ¿Qué valor le damos a Jesús en nuestras vidas?
Otro detalle que solo encontramos en el evangelio de san Mateo es que durante la comparecencia de Jesús ante Pilato, la mujer de este envió a alguien para que le dijera de su parte: «No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él». En la narración evangélica queda de manifiesto que este juicio le incomodaba mucho a Pilato, pero no tuvo la valentía de hacer justicia, pues sabía que Jesús era inocente y que se lo habían entregado por envidia. Aunque se lavo las manos, el agua no pudo borrar la grave responsabilidad que tuvo en este asunto. Su comportamiento muestra la perversidad de la justicia que llega al punto de condenar a muerte, a sabiendas, al inocente, teniendo la autoridad y el poder para evitarlo.
La actitud de Pilato ante Jesús es un ejemplo de cómo no hay que obrar. Sigue teniendo toda su actualidad. Las circunstancias nos pueden poner a todos en una situación semejante en la que tendremos que optar entre condenar al inocente o defender su inocencia. Optar por la justicia supone una gran valentía que no se improvisa. Para ello es preciso educar constantemente nuestro espíritu en el Espíritu del Evangelio.
En el momento de la muerte de Jesús los tres primeros evangelios cuentan que el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo, pero Mateo es el único que añade que la tierra tembló, las rocas se rasgaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que Jesús resucitó salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos.
La muerte de Jesús remueve la historia, el presente y el futuro de la humanidad. Su muerte desemboca en una resurrección que restaura todas las cosas.
Un último detalle propio del relato de la Pasión de Mateo es que los Sumos Sacerdotes y los fariseos acudieron en grupo para pedir a Pilato que diera la orden de vigilar el sepulcro de Jesús hasta el tercer día, con el fin de evitar que sus discípulos robaran su cuerpo y dijeran que había resucitado de entre los muertos, con lo que la última impostura sería peor que la primera.
Pero ni la vigilancia más estricta sería capaz de retener a Jesús en el sepulcro. Ninguna tumba podría retener al Autor de la Vida.
Que la Virgen María, que acompañó a Jesús hasta la cruz, nos guíe a lo largo de estos días santos para que vivamos más plenamente la Pascua de su Hijo.
Fray Manuel Ángel Martinez Juan
Convento de San Esteban (Salamanca)
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