“Reconoce hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra, no hay otro”. El libro del Deuteronomio pone en boca de Moisés esta exhortación a su pueblo (Dt 4,32-34.30-40). Dios ha creado el mundo, ha liberado a su pueblo de la esclavitud de Egipto, y le ha revelado su voluntad en el monte Sinaí. Él es el único Dios.
La respuesta del hombre a esas tres maravillas no puede ser otra que la aceptación y cumplimiento de los mandamientos de Dios. Él por su parte, promete a su pueblo la felicidad en la tierra que le ha entregado. Bien la recoge y proclama el salmo responsorial: “Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad” (Sal 32).
Como evocando todavía la fiesta de Pentecostés, san Pablo nos recuerda hoy que el Espíritu da testimonio de que somos hijos y herederos de Dios y coherederos con Cristo, “de modo que si sufrimos con él, seremos también glorificados cn él” (Rom 8, 16-17).
LAS PALABRAS DEL ENVÍO
Esas palabras del apóstol Pablo nos recuerdan nuestra fe en la santa Trinidad de Dios, que vemos también reflejada en las palabras de Jesús que se proclaman en el evangelio de hoy (Mt 28,16-20).
Jesús resucitado había dado cita a sus discípulos en lo alto de un monte. Desde allí los envía a anunciar su palabra por todo el mundo y a bautizar a todas las gentes “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Como sabemos el nombre significa, indica y revela la identidad y la misión de la persona. Esas palabras del envío nos recuerdan que hemos sido lavados, inmersos e incorporados en la bondad misericordiosa del Padre, en la cercanía y la salvación de Jesús y en la verdad y el amor que nos comunica el Espíritu Santo.
EL CAMINO DE LA FE
Demasiadas veces tenemos la tentación de reducir nuestra fe en la Trinidad Santa de Dios a una mera afirmación teórica, que nos parece tan difícil de entender como inútil para orientar nuestra vida y nuestros compromisos sociales.
• Sin embargo, con los antiguos padres de la Iglesia, hemos de confesar y proclamar que nuestra fe en el Dios uno y trino es la fuente que da fundamento y motivación a nuestros valores, a nuestros compromisos y a nuestras esperanzas.
• Ya el papa san Pablo VI señalaba la importancia de esta fe: “De aquí parte nuestro vuelo al misterio de la vida divina, de aquí la raíz de nuestra fraternidad humana, de aquí la captación del sentido de nuestro obrar presente, de aquí la comprensión de nuestra necesidad de ayuda y de perdón divinos, de aquí la percepción de nuestro destino escatológico”.
• Como sabemos, esta fe cristiana en la Santa Trinidad de Dios ha tenido un comienzo en la profesión de fe bautismal. Pero a lo largo de la vida, esa fe ha de ir recorriendo un camino de oración contemplativa, de acción generosa y de testimonio valiente en la vida de cada día. Finalmente, esperamos que esta fe reciba un día el premio gratuito y feliz de la gloria eterna de Dios.
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