“Que el Señor pague a cada uno según su justicia y su fidelidad. Él te ha entregado hoy en mi poder, pero yo no he querido extender mi mano contra el ungido del Señor”. Ese es el grito que David dirige al rey Saúl, que lo persigue con una tropa exagerada (1 Sam 26,22-23).
David había prestado un gran servicio al rey Saúl. Sin embargo, recomido por los celos, el rey lo busca por el desierto. Pero David impide a sus hombres que maten al rey, al que han encontrado profundamente dormido en su campamento.
A esa lectura, ciertamente parabólica, la asamblea litúrgica responde con la profesión de fe que contiene el salmo responsorial: “El Señor es compasivo y misericordioso” (Sal 102).
San Pablo nos exhorta a abandonar la imagen del hombre terrenal que nos asemeja a Adán, para incorporar la imagen del hombre celestial que es Jesucristo (1 Cor 15,45-49).
AMAR AL ENEMIGO
La generosidad de David hacía el rey Saúl encuentra un eco definitivo en el mensaje de Jesús sobre la compasión y el perdón. Es lógico ser un buen amigo de nuestros amigos. Eso es lo menos que se puede pedir de una persona, sea creyente o no lo sea.
Pero Jesús pide a sus discípulos una actitud más generosa. “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian; al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra...” (Lc 6,27-29).
A lo largo de la historia, ha habido pensadores que han escrito que esas actitudes son totalmente inhumanas y hasta “antinaturales”. Se ha dicho que esa es la moral de los esclavos, Es la ética de los que carecen de fuerzas para imponer su voluntad al enemigo y, en consecuencia, deciden glorificar su propia debilidad, convirtiéndola en el ideal de la vida.
Esa interpretación es injusta. La fe cristiana no puede identificarse con un miserable consuelo para esclavos y resentidos. La exhortación de Jesús no es una estrategia para ganar amigos ni una fácil defensa ante los enemigos. En ella se nos revela la identidad del mismo Dios y el modo de asimilar sus atributos de misericordia y de perdón.
DE ENEMIGO A HERMANO
Según el evangelio de Mateo, Jesús decía: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre del cielo” (Mt 5,48). Pero según el evangelio de Lucas, Jesús exhorta a sus seguidores a imitar la compasión de Dios (Lc 6,36). Ese es el ideal que nos propone.
• “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. Nosotros amamos a alguien porque es bueno con nosotros. Dios nos ama y por eso podemos empezar a ser buenos. El amor de Dios es creativo. Dios “primerea”, como dice el papa Francisco.
• “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. Son evidentes nuestros egoísmos e intereses. No sabemos poner amor donde hay indiferencia. Es preciso aprender el ejemplo de la gratuidad de Dios, que nos ama cuando todavía somos pecadores.
• “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. Presumimos de solidarios y compasivos. Pero el verdadero modelo es la compasión de Dios, que sale a nuestro encuentro, nos acoge con ternura y nos ofrece el perdón sin condiciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario