La liturgia de este Domingo de Ramos comienza con una procesión en la que que se lee el evangelio que recuerda la entrada de Jesús en Jerusalén. En el evangelio según San Lucas. Los discípulos que siguen a Jesús alaban a Dios por los prodigios que habían visto. No solo eso, sino que proclaman bendito al rey que viene en nombre del Señor (Lc 19,37-38).
Ante ese entusiasmo los fariseos piden a Jesús que reprenda a sus discípulos. Pero Jesús se limita a responder: “Os digo que si ellos callan, gritarán las piedras” (Lc 19,40).
También en este tiempo, muchos pretenden silenciar a los discípulos de Jesús. No pueden soportar el mensaje del Maestro ni la voz de los mensajeros. Pero no podemos guardar en silencio la palabra del Señor. Con razón se ha dicho que la desgracia de este mundo no se debe tanto a la maldad de los malos como al silencio de los buenos.
Ni el temor ni la cobardía han de hacernos callar el mensaje de Jesús para este tiempo y para este escenario de la historia. Si enmudecemos, otros pregoneros vocearán esa Palabra que salva y libera al ser humano.
LOS ULTRAJES Y LA GLORIA
“El Señor Dios me ayudaba, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado”. La primera lectura de este Domingo de Ramos recoge esos versos del tercer canto del Siervo del Señor que se incluye en la segunda parte del libro de Isaías (Is 50,4-7). La tradición cristiana aplica esas palabras a Jesús (Mt 26,67; 27,30). Él padeció ultrajes espantosos, pero siempre confió en su Padre celestial.
El salmo responsorial recoge la súplica de Jesús en la cruz. “Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado”. Esas palabras iniciales del salmo 21 parecen reflejar el desaliento del orante. Pero al final. él mismo proclama abiertamente su confianza en el Señor: “Él me hará vivir para él” (Sal 21,31).
En la segunda lectura se recoge el cántico que san Pablo incluye en la carta a los Filipenses. Cristo Jesús se humilló hasta la muerte y una muerte de Cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le dió un nombre sobre todo nombre para que toda lengua proclame que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre (Flp 2,6-11).
LOS LADRONES Y EL REINO
El relato de la pasión de Jesús según san Lucas es el único que contiene las reacciones de los dos malhechores crucificados junto a Jesús.
• El mal ladrón le dirige una petición que a primera vista parece razonable: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros” (Lc 23,39). Pero su ruego es una blasfemia por exigir al Mesías que presente una prueba de su identidad. También el tentador pedía a Jesús que demostrase ser hijo de Dios. Además, este ladrón pretende apartar a Jesús de su misión.
• El buen ladrón se limita a invocar la misericordia de Aquel al que confiesa como Rey: “Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Pero con Jesús ha aparecido ya el reino de Dios. En él culminan las antiguas esperanzas. Con él ha llegado el “hoy” de la salvación. En ese presente de gracia, el buen ladrón se encontrará en el paraíso con el Señor.
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