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El verdadero Mesías Mc 8,27-35 (TOB24-24)

 Ofrecí la espalda a los que me apaleaban y la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos”. Esa confesión del Siervo de Dios (Is 50,5-9) indica que la misión que le ha sido confiada lo expone a burlas y a violencias de todo tipo. 

Pero el elegido por Dios se mantiene firme en medio de la persecución. Su fuerza no viene de sí mismo: “El Señor me ayudaba, por eso no sentí los ultrajes”. La fe en la cercanía de Dios no nos exime de las burlas, pero nos da la audacia que caracteriza a los creyentes.

Con el valor que nos otorga la fe, proclamamos con el salmo responsorial: “El Señor guarda a los sencillos: estando yo sin fuerzas me salvó” (Sal 114). 

Bien sabemos que nuestro aguante no nace de la fuerza de nuestra voluntad, sino de esa fe que genera y orienta nuestras buenas obras (Sant 2,14-18). 

LA CONFESIÓN Y LA RÉPLICA

El evangelio de hoy nos lleva a la zona de Cesarea de Felipe, cerca de las fuentes del Jordán (Mc 8,27-35). Mientras va de camino, Jesús pregunta a sus discípulos qué idea tienen las gentes sobre él. Y a continuación les pregunta quién es él para ellos. 

Pedro responde con decisión: “Tú eres el Mesías”. Pero Jesús replica con una prohibición, una explicación y una reprensión. 

• Jesús prohíbe a sus discípulos que difundan entre las gentes que él es el Mesías de Dios. El título tenía implicaciones políticas que el Maestro trataba de evitar.

• Además, Jesús les explica que su mesianismo incluye un panorama de padecimiento y condena por parte de las autoridades y un destino de muerte y de resurrección. 

• Y, ante la resistencia de Pedro a admitir ese futuro de condena y de pasión, Jesús lo reprende por tratar de apartarlo del fiel cumplimiento de su misión. 

Esa es la decisiva lección para nosotros. A veces decimos caminar con Jesús, pero seguimos pensando como nos lo dicta la opinión pública, no como lo exige la fe en Dios.

UNA TRIPLE PROPUESTA

En ese contexto, Jesús nos dirige una lección inolvidable: “El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Así pues, acompañar al Maestro por el camino comporta tres decisiones radicales:

• Negarse a sí mismo. Es preciso salir del individualismo que nos impulsa a rechazar la llamada del Maestro. El verdadero discípulo ha de estar dispuesto a renunciar a esos intereses personales que lo llevan a la indiferencia respecto a los demás.. 

• Cargar con la cruz. Aquel horrible instrumento de suplicio se destinaba a los delincuentes que merecían una grave condena. Cargar con la cruz supone para el creyente compartir el destino del Justo injustamente ajusticiado.


Seguir a Jesús desde nuestra cruz Mc 8,27-35 (TOB24-24)

1. El evangelio nos presenta un momento determinante de la vida de Jesús en que debe plantear a los suyos, a los que le han quedado, las razones de su identidad para el seguimiento: ¿a dónde van? ¿a quién siguen? El texto, pues, del evangelio, tiene cuatro momentos muy precisos: la intención de Jesús y la confesión mesiánica de Pedro en nombre de los discípulos (vv.27-30); el primer anuncio de la pasión (v. 31); el reproche de Jesús a Pedro y a los discípulos por pretender un mesianismo que no entran en el proyecto de Dios (vv.32-33), que Jesús asume hasta las últimas consecuencias, como el mismo Siervo de Yahvé. Y, finalmente, los dichos sobre el seguimiento (vv.34-37). Este es uno de los momentos estelares de la narración del evangelio de Marcos. La crisis en Galilea se ha consumado y el seguimiento de Jesús se revela abiertamente en sus radicalidades. Galilea ha sido un crisol… ahora están a prueba los que le han quedado, cuyas carencias son manifiestas en este confesión mesiánica. Por eso las palabras sobre el seguimiento de Jesús son para toda la gente, no solamente para sus discípulos. Es el momento de comenzar al camino a Jerusalén, con todo lo que ello significa para Jesús en su proyecto del anuncio del Reino.

2. Pedro considera que confesarlo como Mesías sería lo más acertado, pero el Jesús de Marcos no acepta un título que puede prestarse a equívocos. El Mesías era esperado por todos los grupos, y todos creían que sería el liberador político del pueblo. Jesús sabe que ni su camino ni sus opciones son políticas, porque no es ahí donde están los fundamentos del Reino de Dios que ha predicado. Por eso, para aclarar el asunto viene el primer anuncio de la pasión; de esa manera dejaría claro que su mesianismo, al menos, no sería como lo esperaban los judíos y, a la vez, sus discípulos debían aprender a esperar otra cosa. Ya Jesús veía claro que su vida en Dios debía pasar por la muerte. No porque Dios quisiera o deseara esa muerte. El Dios Abbá no podía querer eso. Pero los hombres no dejarían otra alternativa a Jesús, en nombre de su Dios.

3. El reproche de Jesús a Pedro, uno de los más duros del evangelio, porque su mentalidad es como la de todos los hombres y no como la voluntad de Dios, es bastante significativo. Jesús les enseña que su papel mesiánico es dar la vida por los otros; perderla en la cruz. Eso es lo que pide a los que le siguen, porque en este mundo, triunfar es una obsesión; pero perder la vida para que los otros vivan solamente se aprende de Dios que se entrega sin medida. El triunfo cristiano es saber entregarse a los demás. No sabemos si Jesús pudo hablar directamente de cruz o estos dichos están un poco retocados en razón de lo que ocurrió en Jerusalén con la muerte histórica de Jesús siendo crucificado bajo Poncio Pilato, quien decidió esa clase de muerte. Pero Jesús sí que contaba ya con la muerte, no veía otra salida.

4. Por eso, la cruz, en los dichos, es la misma vida. Nuestra propia vida, nuestra manera de sentir el amor y la gracia, el perdón y la misericordia, la ternura y la confianza en la verdad y en Dios como Padre. Eso es “una cruz” en este mundo de poder y de ignominia. La cruz no es un madero, aunque para los cristianos sea un signo muy sagrado. La cruz está en la vida: en amar frente a los que odian; en perdonar frente a la venganza. Esa es una cruz porque el mundo quiere que sea una cruz; no simplemente un madero. La cruz de nuestra vida, nuestra cruz (“tome su cruz”, dice el dicho de Jesús), sin pretender ser lo que no debemos; sin vanagloriarnos en nosotros mismos. La cruz es la vida para los que saben perder, para los que saben apostar. Por eso se puede hablar con sentido cristiano de “llevar nuestra cruz” y no debemos avergonzarnos de ello. No porque nuestro Dios quiera el sufrimiento… pero el sufrimiento de los que dan sentido a su vida frente al mundo, viene a ser el signo de identidad del verdadero seguimiento de Jesús.

Ábrete Mc 7,31-37 (TOB23-24)

“Decid a los cobardes de corazón: Sed fuertes, no temáis… Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará”. Tras la sentencia emitida contra Edom, esta profecía anuncia la restauración de Jerusalén (Is 35,4-7).

En primer lugar utiliza imágenes que presentan un espléndido paisaje que ha de reflejar la gloria del Señor. Y a continuación presiente ya la recuperación de los sentidos corporales.  Ciegos, sordos, cojos y mudos alcanzarán de Dios la sanación  que  siempre han esperado. 

Con el salmo responsorial, nosotros proclamamos que “el Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos. El Señor guarda a los peregrinos” (Sal 145). 

Ahora bien, para que tenga lugar la liberación representada por esa admirable recuperación del hombre y del paisaje, hay que escuchar la palabra de Dios y no hacer discriminación de personas. Ese es el mensaje de la carta de Santiago (Sant 2,1-5).

EL LENGUAJE DE LOS GESTOS

La curación del sordo que apenas puede hablar nos facilita una preciosa reflexión sobre los pasos de sus amigos y los gestos del Señor (Mc 7,31-37).

• Son otros los que llevan al sordo hasta el Maestro y suplican su curación.  Como se ve, el enfermo depende de los demás.  

• Jesús aparta de la gente al sordomudo. La discreción de Jesús revela su poder. Él es la Palabra de Dios, que puede capacitar a los discapacitados para oír su mensaje.

• Los que acompañan al enfermo piden a Jesús que le imponga las manos. Con ese gesto se manifiesta la gratuidad de la bendición y de los dones del Señor.

• Jesús mete sus dedos en los oídos del sordo y con la saliva le toca la lengua. De esa forma puede ayudar al enfermo a comprender el don que le concede.

• Además, Jesús acompaña sus gestos con una palabra, que la comunidad ha querido conservar en la lengua original: “Effetá”, esto es “ábrete”.

OÍR Y HABLAR

El relato evangélico recoge el comentario de las gentes que conocieron aquella curación: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.  Nos alegra comprobar que Jesús suscitaba la admiración de las gentes.

• Jesús hace oír a los sordos. A los de antes y a los de ahora. No quieren oír la voz del Maestro quienes no están dispuestos a ajustar su conducta a sus propuestas. Pero aun entre los discípulos del Señor, parece difícil escuchar la palabra de Dios y vivir de acuerdo con su mensaje de vida. Este es el momento de rogarle que nos libre de nuestra sordera.   

• Jesús hace hablar a los mudos. Se dice que el mal de este mundo surge por la maldad de los corrompidos y, sobre todo, por el silencio de los que se creen buenos y honrados. Es urgente pedirle al Señor que nos conceda la osadía que necesitamos para vivir y anunciar el evangelio.

El Effatá del Reino Mc 7,31-37 (TOB23-24)

1. El evangelio de Marcos (7,31-37) nos narra la curación de un sordomudo en territorio de la Decápolis (grupo de diez ciudades al oriente del Jordán, en la actual Jordania), después de haber actuado itinerantemente en la Fenicia. Se trata de poner de manifiesto la ruptura de las prevenciones que el judaísmo oficial tenía contra todo territorio pagano y sus gentes, lo que sería una fuente de impureza. Para ese judaísmo, el mundo pagano está perdido para Dios. Pero Jesús no puede aceptar esos principios; por lo mismo, la actuación con este sordomudo es un símbolo por el que se va a llegar hasta los extremos más inauditos: Va a tocar al sordomudo. No se trata simplemente de una visita y de un paso por el territorio, sino que la pretensión es que veamos a Jesús meterse hasta el fondo de las miserias de los paganos.

2. Vemos a Jesús actuando como un verdadero curandero; incluso le cuesta trabajo, aunque hay un aspecto mucho más importante en el v. 34, cuando el Maestro “elevó sus ojos al cielo”. Es un signo de oración, de pedir algo a Dios, ya que mirar al cielo, como trono de Dios, es hablar con Dios. Y entonces su palabra Effatá, no es la palabra mágica simplemente de un secreto de curandero, sino del poder divino que puede curarnos para que se “abran” (eso significa Effatá) los oídos, se suelte la lengua y se ilumine el corazón y la mente. Y vemos que el relato quiere ser también una lección de discreción: no quiere ser reconocido por este acto taumatúrgico de curación de un sordomudo, sino por algo que lleva en su palabra de anunciador del Reino. Dios actúa por él, curando enfermedades, porque el Reino también significa vencer el poder del mal. Los enfermos en aquella sociedad religiosa, eran considerados esclavos de “Satanás” o algo así.

3. Su «tocar» es como la mano de Dios que llega para liberar los oídos y dar rienda suelta a la lengua. La significación, pues, por encima de asombrarnos de los poderes taumatúrgicos, es poner de manifiesto que con los oídos abiertos aquél hombre podrá oír el mensaje del evangelio; y soltando su lengua para hablar, advierte que, desde ahora, un pagano podrá también proclamar el mensaje que ha recibido de Jesús al escucharlo en la novedad de su vida. Esta es una lección que hoy debemos asumir como realidad, cuando en nuestro mundo se exige la solidaridad con las miserias de los pueblos que viven al borde de la muerte.

Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/8-9-2024/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/