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Globalización y ¿solidaridad?
La globalización se nos presenta como “el proceso de interconexión financiera, económica, sociopolítica, que, gracias a la tecnología de la información y la comunicación, relaciona a las personas y las organizaciones, favoreciendo tanto la relación como la exclusión”.
Para muchos países y grupos sociales, la globalización se ha convertido en un peligro, por estas razones:
- Si se da la unificación de capitales y mercados, el crecimiento económico apetecido no es uniforme para todos los pueblos. Subsisten dramáticas diferencias entre los países desarrollados y los países en vías de desarrollo.
- Tampoco es uniforme el crecimiento económico y el disfrute de los bienes sociales en el seno de un mismo país desarrollado.
- Los mecanismos que promueven y gestionan la globalización económica son con frecuencia un poderoso instrumento en unas pocas manos, pero capaz de manejar a grandes multitudes.
- Los dirigentes de la globalización tienden a unirse creando grandes multinacionales con un poder enorme, a veces superior al de los Estados soberanos. La globalización puede acabar con la democracia liberal y dañar la promoción y la tutela de los derechos humanos.
- Mientras para los países ricos la globalización es un bien, para los pobres se presenta como la amenaza de nuevas formas de colonización.
- La globalización de la economía lleva consigo una globalización de la cultura. Unos pocos centros de influencia internacional difunden e imponen una cierta comprensión de la vida, unos nuevos (anti)valores y estilos uniformes de vida, un “nuevo modo de pensar, de comportarse y de comunicarse”.
- Finalmente, a la globalización de la economía no corresponde todavía una globalización de los valores ni de los instrumentos para convertirlos en reales. En particular, se echa de menos una difusión universal del valor de la solidaridad.
Drama y gloria de la libertad (26ºTO-A) por J-R Flecha
Ya sabemos que es demasiado fácil dividir el mundo entre buenos y malos. Y más fácil todavía es considerar que la maldad y la bondad son fatales y definitivas. Se piensa con frecuencia que el malvado está destinado a serlo siempre y en todas partes. Y que el bueno lo será en todo tiempo y lugar.
Pero las cosas nunca son tan simples como parecen. El texto del profeta Ezequiel que hoy se lee en la liturgia dominical (Ez 18, 25-28), contempla la posibilidad de cambiar, tanto en una dirección como en la otra. El justo puede apartarse de su justicia. Y el malvado puede convertirse de su maldad. Ése es el drama y la gloria de la libertad.
Nunca deberíamos negar esa posibilidad de cambio. En ella se encuentra el criterio para calificar al ser humano. Y la clave para descubrir si la persona se encuentra en el camino de la vida o en el de la muerte. Elegir el mal equivale a optar por la una existencia mortecina. Decidirse a seguir el camino del bien significa apostar por la vida verdadera.
ENTRE EL NO Y EL SÍ
El evangelio se sitúa en la misma línea. En esta serie de tres domingos consecutivos que evocan la imagen de las viñas, hoy se establece el contraste entre dos hijos (Mt 21, 28-32). Los dos son invitados por su padre a ir a trabajar a la viña. Uno de ellos responde con un “no”, pero después se arrepiente y va. El otro se muestra obediente, pero no va.
Evidentemente, el evangelista tiene presente a los publicanos y pecadores de los primeros tiempos cristianos. Tal vez también a los paganos. Son los hombres del “no”. A primera vista, parecen rechazar la Ley de Dios, pero son capaces de escuchar, de convertirse y de cambiar de actitud. No hace falta mucha imaginación para descubrir esta figura entre nosotros.
Pero el evangelista parece pensar también en los fariseos. Son los hombres del “sí”. Conocen la Ley y parecen observarla con toda precisión. Pero, precisamente su aparente fidelidad les hace incapaces de prestar atención a las exigencias de Dios. Confían demasiado en su propia bondad para dejarse interpelar por la llamada de Dios.
UNA TAREA PARA HOY
De todas formas, nuestra reflexión no debe caer en un fácil moralismo. La parábola nos habla de las decisiones humanas. Pero, sobre todo, nos recuerda la palabra de Dios que llama y envía.
• “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. No olvidemos la primera palabra. El dueño de la viña es un padre. No nos trata como a esclavos o jornaleros. Somos sus hijos. Su campo es el nuestro. Por tanto, su voluntad ha de ser la nuestra. En aceptar su voluntad está la clave de nuestra felicidad. Y la clave de una sociedad más humana.
• “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. El Padre nos envía porque quiere. No es nuestra voluntad la que marca los ritmos del trabajo en la Iglesia y en el mundo. Pero además, no olvidemos que nos envía “hoy”. La tarea no pertenece al pasado. Ni a un futuro inimaginable. Ahora somos llamados y ahora somos enviados. Ahora se espera nuestra respuesta.
• “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. En el lenguaje de los profetas, la viña representaba al pueblo de Israel. Jesús se identificó con una vid. Así que para la fe cristiana, la viña es la comunidad eclesial. Más aún, el mundo entero. Ése es nuestro campo de trabajo. Aceptar la voluntad y el envío del Padre es el signo de nuestra libertad.
Legislación Religión Católica
Aquí tenéis un pequeño elenco de legislación básica que nos afecta a los profesores de religión y por la que nos regimos y se han de regir en los colegios en especial en cuanto al contenido con que se intente llenar la alternativa a la religión y a las horas que legalmente corresponden de nuestra asignatura en Infantil y Primaria
Jornaleros para la viña (25TO-A)
“Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos”. Así dice el Señor en un oráculo que hoy se nos proclama al leer el libro de Isaías (Is 55,8). Esta revelación nos dice que los sentimientos de Dios no pueden ser homologados con los sentimientos humanos. Dios no es una mera proyección del anhelo o del capricho humano. Pero la frase es también una interpelación. De hecho, con ella el profeta acusa a su pueblo de vivir de una forma que no se corresponde con la imagen del Dios al que dice seguir. Cada uno de los que se proclaman creyentes trata de vivir ignorando la voluntad de Dios, Y, en consecuencia, la vida social se ha deshumanizado. Con todo, el texto profético no se cierra en la acusación, sino que incluye una exhortación abierta a la esperanza: “Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca”. La búsqueda y la invocación de Dios evocan dos actitudes religiosas, inseparables y complementarias.
LOS MÉRITOS
El evangelio que hoy se proclama parece hacerse eco de esa diversidad de Dios que ya subrayaba el profeta. El mensaje se incluye en la primera de las tres parábolas sobre las viñas que se nos proponen en este tiempo del año litúrgico. La de los jornaleros que son contratados y enviados a trabajar a diversas horas del día (Mt 20, 1-16). Al leer este texto evangélico algunos miran al pasado de la historia de la salvación. De hecho, ven en el propietario la imagen de Dios que desea contar con los hombres para llevar adelante su proyecto. Efectivamente, el hombre ha sido llamado a colaborar con Dios en el cuidado del mundo. Y ojalá lo haga con responsabilidad. Otros se fijan en el presente. Hacen una lectura social de la parábola. Y lamentan la situación de los que no encuentran trabajo, de los que no tienen voz en el concierto de la humanidad. Y tal vez descubren que estamos llamados a una solidaridad humana y a un urgente servicio al evangelio. En el plan de Dios hay trabajo para todos. Pero la parábola admite otra lectura religiosa. A veces se aplican a la comunidad de los creyentes los criterios de evaluación de un mundo basado en la producción y el consumo. Pero Dios es generoso y magnánimo. Como dice San Agustín, “al premiar nuestros méritos, corona sus propios dones”.
Y EL PREMIO
El propietario de la viña paga el mismo salario a los obreros de la primera hora y a los que fueron a la viña ya en la tarde. Y esto escandaliza a los que se creen más justos que Dios. Ese escándalo motiva la conclusión del relato. • “Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos”. A los lectores primeros de este evangelio les escandalizaba que la Iglesia aceptara con el mismo amor a los que procedían del judaísmo y a los que llegaban del paganismo helenista. Los obreros de la primera hora eran monoteístas, mientras que los de la última hora venían del politeísmo. Pero el Dios de Jesús tenía los brazos abiertos a todos. • “Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos”. La moral de los judíos se basaba en los mandamientos y en la predicación de los profetas. La moral de los griegos contaba con una variada reflexión filosófica, pero tenía delante la inmoralidad de los dioses. La predicación cristiana exhortaba a unos a la humildad y a los otros a la confianza en la misericordia de Dios. • “Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos”. También en nuestro tiempo hay antiguas cristiandades, orgullosas de sus hermosos templos y sus profundos escritos. Y nuevas comunidades y movimientos, que suscitan recelos y suspicacias. A todos nos pide el Señor que juzguemos cada realidad a la luz de los planes de Dios, que no siempre son nuestros planes.
LOS MÉRITOS
El evangelio que hoy se proclama parece hacerse eco de esa diversidad de Dios que ya subrayaba el profeta. El mensaje se incluye en la primera de las tres parábolas sobre las viñas que se nos proponen en este tiempo del año litúrgico. La de los jornaleros que son contratados y enviados a trabajar a diversas horas del día (Mt 20, 1-16). Al leer este texto evangélico algunos miran al pasado de la historia de la salvación. De hecho, ven en el propietario la imagen de Dios que desea contar con los hombres para llevar adelante su proyecto. Efectivamente, el hombre ha sido llamado a colaborar con Dios en el cuidado del mundo. Y ojalá lo haga con responsabilidad. Otros se fijan en el presente. Hacen una lectura social de la parábola. Y lamentan la situación de los que no encuentran trabajo, de los que no tienen voz en el concierto de la humanidad. Y tal vez descubren que estamos llamados a una solidaridad humana y a un urgente servicio al evangelio. En el plan de Dios hay trabajo para todos. Pero la parábola admite otra lectura religiosa. A veces se aplican a la comunidad de los creyentes los criterios de evaluación de un mundo basado en la producción y el consumo. Pero Dios es generoso y magnánimo. Como dice San Agustín, “al premiar nuestros méritos, corona sus propios dones”.
Y EL PREMIO
El propietario de la viña paga el mismo salario a los obreros de la primera hora y a los que fueron a la viña ya en la tarde. Y esto escandaliza a los que se creen más justos que Dios. Ese escándalo motiva la conclusión del relato. • “Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos”. A los lectores primeros de este evangelio les escandalizaba que la Iglesia aceptara con el mismo amor a los que procedían del judaísmo y a los que llegaban del paganismo helenista. Los obreros de la primera hora eran monoteístas, mientras que los de la última hora venían del politeísmo. Pero el Dios de Jesús tenía los brazos abiertos a todos. • “Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos”. La moral de los judíos se basaba en los mandamientos y en la predicación de los profetas. La moral de los griegos contaba con una variada reflexión filosófica, pero tenía delante la inmoralidad de los dioses. La predicación cristiana exhortaba a unos a la humildad y a los otros a la confianza en la misericordia de Dios. • “Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos”. También en nuestro tiempo hay antiguas cristiandades, orgullosas de sus hermosos templos y sus profundos escritos. Y nuevas comunidades y movimientos, que suscitan recelos y suspicacias. A todos nos pide el Señor que juzguemos cada realidad a la luz de los planes de Dios, que no siempre son nuestros planes.
Domingo 24 TO-A (por J-R Flecha)
“Perdona la ofensa a tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados?” (Si 28, 2-4). No conviene olvidar que estas palabras del Eclesiástico son anteriores a la era cristiana.
La capacidad de perdonar a los demás es una de las señalas que nos revelan como humanos. Porque el perdón es el lenguaje del amor. Y sólo el amor nos hace ser y vivir como personas. La disposición a perdonar responde a la capacidad de amar. Quien no perdona las ofensas que ha recibido, no ama de verdad.
Según el evangelio, Pedro parece considerar excesivo perdonar siete veces al hermano (Mt 28,21). Pero Jesús responde con la fórmula simbólica del “setenta veces siete”. La expresión recuerda la vieja canción de Lámek (Gén 4, 23-24). En la enseñanza del Maestro, la venganza sin medida queda sustituida por el perdón sin medida.
UNA PARÁBOLA
La enseñanza de Jesús queda ilustrada por una parábola impresionante (Mt 18, 23-34). Un siervo debe a su señor una suma enorme de diez mil talentos, pero, después de rogarle, su deuda es perdonada totalmente. Sin embargo, este siervo trata de ahogar a otro consiervo suyo para que le pague los pocos denarios que le debe.
Es interesante comprobar que el texto griego pone el mismo ruego en la boca de ambos siervos. Es un verbo que se podría traducir así: “Ten magnanimidad para conmigo”. Como es evidente, el señor escucha la súplica del que le debe un gran capital, pero éste no es capaz de escuchar esa misma petición del que le debe una miseria.
En cambio, el texto establece una enorme diferencia entre las palabras que reflejan los sentimientos de los dos acreedores. Al señor compasivo se le conmovieron las entrañas de misericordia. En cambio, el siervo perdonado por su amo “no quiso” compadecerse. Uno estaba dispuesto a escuchar. El segundo estaba predispuesto a rechazar a su consiervo.
Tanto en la meditación como en la catequesis, somos todos demasiado moralistas. Y no está mal. Pero si nuestra moral no es teologal, se convierte en voluntariosa e impositiva. Dicho de otra forma: la contemplación precede a la exhortación. Antes de subrayar lo que hemos de hacer hay que recordar lo que Dios ha hecho con nosotros.
La parábola de los deudores es una revelación del Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Es una contemplación de su misericordia. Por eso, en un segundo momento, puede ser leída como una exhortación al perdón fraterno por el que se debe distinguir la comunidad de los hijos de Dios.
Y UNA PROFECÍA
Al concluir la parábola, Jesús pronuncia una frase que constituye un interrogante para todos los creyentes de todo tiempo y lugar: “Lo mismo hará mi Padre del cielo con vosotros, si no perdonáis cada uno a su hermano con vuestros corazones”. Tres detalles atraen hoy nuestra atención.
• El Padre del cielo es el Dios, clemente y “rico en misericordia”. Jesús lo conoce y se siente conocido por Él. Y sabe que el Padre celestial, espera que sus hijos compartan ese atributo con el que Él mismo se ha presentado. Ser perfectos equivale a ser misericordiosos como el Padre.
• El hermano. La relación de paternidad genera entre los hijos una relación de fraternidad. Los que nos ofenden y a aquellos a los que ofendemos no son unos extraños. Son nuestros hermanos. Y merecen participar de la compasión que el Padre ha derramado sobre todos su hijos.
• El perdón de corazón. La traducción literal del texto original griego que aquí se ofrece parece subrayar el plural de los corazones. Es como si el evangelio deseara suscitar toda una atmósfera de corazones humanos marcados por el perdón fraterno. Ése habría de ser el origen de una nueva cultura del amor.
La capacidad de perdonar a los demás es una de las señalas que nos revelan como humanos. Porque el perdón es el lenguaje del amor. Y sólo el amor nos hace ser y vivir como personas. La disposición a perdonar responde a la capacidad de amar. Quien no perdona las ofensas que ha recibido, no ama de verdad.
Según el evangelio, Pedro parece considerar excesivo perdonar siete veces al hermano (Mt 28,21). Pero Jesús responde con la fórmula simbólica del “setenta veces siete”. La expresión recuerda la vieja canción de Lámek (Gén 4, 23-24). En la enseñanza del Maestro, la venganza sin medida queda sustituida por el perdón sin medida.
UNA PARÁBOLA
La enseñanza de Jesús queda ilustrada por una parábola impresionante (Mt 18, 23-34). Un siervo debe a su señor una suma enorme de diez mil talentos, pero, después de rogarle, su deuda es perdonada totalmente. Sin embargo, este siervo trata de ahogar a otro consiervo suyo para que le pague los pocos denarios que le debe.
Es interesante comprobar que el texto griego pone el mismo ruego en la boca de ambos siervos. Es un verbo que se podría traducir así: “Ten magnanimidad para conmigo”. Como es evidente, el señor escucha la súplica del que le debe un gran capital, pero éste no es capaz de escuchar esa misma petición del que le debe una miseria.
En cambio, el texto establece una enorme diferencia entre las palabras que reflejan los sentimientos de los dos acreedores. Al señor compasivo se le conmovieron las entrañas de misericordia. En cambio, el siervo perdonado por su amo “no quiso” compadecerse. Uno estaba dispuesto a escuchar. El segundo estaba predispuesto a rechazar a su consiervo.
Tanto en la meditación como en la catequesis, somos todos demasiado moralistas. Y no está mal. Pero si nuestra moral no es teologal, se convierte en voluntariosa e impositiva. Dicho de otra forma: la contemplación precede a la exhortación. Antes de subrayar lo que hemos de hacer hay que recordar lo que Dios ha hecho con nosotros.
La parábola de los deudores es una revelación del Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Es una contemplación de su misericordia. Por eso, en un segundo momento, puede ser leída como una exhortación al perdón fraterno por el que se debe distinguir la comunidad de los hijos de Dios.
Y UNA PROFECÍA
Al concluir la parábola, Jesús pronuncia una frase que constituye un interrogante para todos los creyentes de todo tiempo y lugar: “Lo mismo hará mi Padre del cielo con vosotros, si no perdonáis cada uno a su hermano con vuestros corazones”. Tres detalles atraen hoy nuestra atención.
• El Padre del cielo es el Dios, clemente y “rico en misericordia”. Jesús lo conoce y se siente conocido por Él. Y sabe que el Padre celestial, espera que sus hijos compartan ese atributo con el que Él mismo se ha presentado. Ser perfectos equivale a ser misericordiosos como el Padre.
• El hermano. La relación de paternidad genera entre los hijos una relación de fraternidad. Los que nos ofenden y a aquellos a los que ofendemos no son unos extraños. Son nuestros hermanos. Y merecen participar de la compasión que el Padre ha derramado sobre todos su hijos.
• El perdón de corazón. La traducción literal del texto original griego que aquí se ofrece parece subrayar el plural de los corazones. Es como si el evangelio deseara suscitar toda una atmósfera de corazones humanos marcados por el perdón fraterno. Ése habría de ser el origen de una nueva cultura del amor.
Corrección y oración (por J-R Flecha)
“La corrección fraterna es una obra de misericordia. Ninguno de nosotros se ve bien a sí mismo, nadie ve bien sus faltas. Por eso, es un acto de amor, para complementarnos unos a otros, para ayudarnos a vernos mejor, para corregirnos”. Así lo decía el papa Benedicto XVI en octubre de 2005, en la apertura del Sínodo de Obispos.
Comentando la incongruencia de los amigos que recriminan a Job sus pecados, comentaba el teólogo leonés Fray Cipriano de la Huerga, “El que asume para sí esa incomodidad que es echar en cara las faltas de los demás y reprender sus vicios, debe estar exento de todo pecado. No puede el ojo en el que cae un poquito de polvo o padece de conjuntivitis ver con claridad las manchas de los restantes miembros, ni la mano llena de suciedad quitar las manchas contraídas en otras partes del cuerpo”.
Recibir la corrección y corregir a los demás es un signo de libertad personal. De hecho, significa reconocer la preeminencia del bien y de la rectitud por encima de nuestros intereses o nuestros miedos particulares. Todos necesitamos ser corregidos. Por nuestro bien personal, pero también por el bien de la comunidad a la que nos debemos.
AYUDA FRATERNA
El profeta Ezequiel ya había desarrollado la teoría de la corrección y la responsabilidad moral que ésta implica. Sabe él que ha sido constituido por Dios como centinela de su pueblo. Y el centinela tiene la misión de advertir a su gente sobre los peligros que le pueden sobrevenir (Ez 33, 7-9.
En el evangelio de hoy se evidencia la necesidad de corregir al hermano que olvida los ideales de la comunidad y se establece un itinerario para la corrección fraterna: “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te escucha, has salvado a tu hermano. Si no te escucha, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, considéralo como un pagano o un publicano. (Mt 18, 15-17).
Necesitamos un sabio discernimiento sobre nuestra vocación y sobre la realización concreta de la misma. Todos hemos de aprender a dejarnos corregir. Todos tenemos la tentación de absolvernos a nosotros mismos. Es preciso reconocer los propios errores y la necesidad de una ayuda fraterna para encontrar de nuevo el camino recto. .
UNA ORACIÓN SINFÓNICA
A la corrección fraterna, Jesús une la oración fraterna: “Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del Cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 19-20). De las reflexiones que sugiere este texto, basta subrayar solamente dos.
• El acuerdo para la oración. El texto original emplea un verbo que evoca la “sinfonía” de las voces. Así pues, se nos dice que de poco o nada vale la oración que brota de los corazones que viven en discordia. En ese caso, el cielo no puede escuchar lo que brota de la tierra. El Dios amor espera oír el amor de sus hijos convertido en oración.
• La presencia del Señor. Con acertada ironía se dice que el Señor no nos encontrará unidos, pero sí reunidos. Pues bien, según el mensaje evangélico, Jesús sólo puede ser encontrado por los que se reúnen “en su nombre”, es decir, escuchando su palabra y tratando de llevarla a la vida diaria con humildad y decisión.
Comentando la incongruencia de los amigos que recriminan a Job sus pecados, comentaba el teólogo leonés Fray Cipriano de la Huerga, “El que asume para sí esa incomodidad que es echar en cara las faltas de los demás y reprender sus vicios, debe estar exento de todo pecado. No puede el ojo en el que cae un poquito de polvo o padece de conjuntivitis ver con claridad las manchas de los restantes miembros, ni la mano llena de suciedad quitar las manchas contraídas en otras partes del cuerpo”.
Recibir la corrección y corregir a los demás es un signo de libertad personal. De hecho, significa reconocer la preeminencia del bien y de la rectitud por encima de nuestros intereses o nuestros miedos particulares. Todos necesitamos ser corregidos. Por nuestro bien personal, pero también por el bien de la comunidad a la que nos debemos.
AYUDA FRATERNA
El profeta Ezequiel ya había desarrollado la teoría de la corrección y la responsabilidad moral que ésta implica. Sabe él que ha sido constituido por Dios como centinela de su pueblo. Y el centinela tiene la misión de advertir a su gente sobre los peligros que le pueden sobrevenir (Ez 33, 7-9.
En el evangelio de hoy se evidencia la necesidad de corregir al hermano que olvida los ideales de la comunidad y se establece un itinerario para la corrección fraterna: “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te escucha, has salvado a tu hermano. Si no te escucha, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, considéralo como un pagano o un publicano. (Mt 18, 15-17).
Necesitamos un sabio discernimiento sobre nuestra vocación y sobre la realización concreta de la misma. Todos hemos de aprender a dejarnos corregir. Todos tenemos la tentación de absolvernos a nosotros mismos. Es preciso reconocer los propios errores y la necesidad de una ayuda fraterna para encontrar de nuevo el camino recto. .
UNA ORACIÓN SINFÓNICA
A la corrección fraterna, Jesús une la oración fraterna: “Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del Cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 19-20). De las reflexiones que sugiere este texto, basta subrayar solamente dos.
• El acuerdo para la oración. El texto original emplea un verbo que evoca la “sinfonía” de las voces. Así pues, se nos dice que de poco o nada vale la oración que brota de los corazones que viven en discordia. En ese caso, el cielo no puede escuchar lo que brota de la tierra. El Dios amor espera oír el amor de sus hijos convertido en oración.
• La presencia del Señor. Con acertada ironía se dice que el Señor no nos encontrará unidos, pero sí reunidos. Pues bien, según el mensaje evangélico, Jesús sólo puede ser encontrado por los que se reúnen “en su nombre”, es decir, escuchando su palabra y tratando de llevarla a la vida diaria con humildad y decisión.
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