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Corrección y oración (por J-R Flecha)

“La corrección fraterna es una obra de misericordia. Ninguno de nosotros se ve bien a sí mismo, nadie ve bien sus faltas. Por eso, es un acto de amor, para complementarnos unos a otros, para ayudarnos a vernos mejor, para corregirnos”. Así lo decía el papa Benedicto XVI en octubre de 2005, en la apertura del Sínodo de Obispos.
Comentando la incongruencia de los amigos que recriminan a Job sus pecados, comentaba el teólogo leonés Fray Cipriano de la Huerga, “El que asume para sí esa incomodidad que es echar en cara las faltas de los demás y reprender sus vicios, debe estar exento de todo pecado. No puede el ojo en el que cae un poquito de polvo o padece de conjuntivitis ver con claridad las manchas de los restantes miembros, ni la mano llena de suciedad quitar las manchas contraídas en otras partes del cuerpo”.
Recibir la corrección y corregir a los demás es un signo de libertad personal. De hecho, significa reconocer la preeminencia del bien y de la rectitud por encima de nuestros intereses o nuestros miedos particulares. Todos necesitamos ser corregidos. Por nuestro bien personal, pero también por el bien de la comunidad a la que nos debemos.

AYUDA FRATERNA

El profeta Ezequiel ya había desarrollado la teoría de la corrección y la responsabilidad moral que ésta implica. Sabe él que ha sido constituido por Dios como centinela de su pueblo. Y el centinela tiene la misión de advertir a su gente sobre los peligros que le pueden sobrevenir (Ez 33, 7-9.
En el evangelio de hoy se evidencia la necesidad de corregir al hermano que olvida los ideales de la comunidad y se establece un itinerario para la corrección fraterna: “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te escucha, has salvado a tu hermano. Si no te escucha, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, considéralo como un pagano o un publicano. (Mt 18, 15-17).
Necesitamos un sabio discernimiento sobre nuestra vocación y sobre la realización concreta de la misma. Todos hemos de aprender a dejarnos corregir. Todos tenemos la tentación de absolvernos a nosotros mismos. Es preciso reconocer los propios errores y la necesidad de una ayuda fraterna para encontrar de nuevo el camino recto. .

UNA ORACIÓN SINFÓNICA

A la corrección fraterna, Jesús une la oración fraterna: “Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del Cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 19-20). De las reflexiones que sugiere este texto, basta subrayar solamente dos.
• El acuerdo para la oración. El texto original emplea un verbo que evoca la “sinfonía” de las voces. Así pues, se nos dice que de poco o nada vale la oración que brota de los corazones que viven en discordia. En ese caso, el cielo no puede escuchar lo que brota de la tierra. El Dios amor espera oír el amor de sus hijos convertido en oración.
• La presencia del Señor. Con acertada ironía se dice que el Señor no nos encontrará unidos, pero sí reunidos. Pues bien, según el mensaje evangélico, Jesús sólo puede ser encontrado por los que se reúnen “en su nombre”, es decir, escuchando su palabra y tratando de llevarla a la vida diaria con humildad y decisión.

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