Ya sabemos que es demasiado fácil dividir el mundo entre buenos y malos. Y más fácil todavía es considerar que la maldad y la bondad son fatales y definitivas. Se piensa con frecuencia que el malvado está destinado a serlo siempre y en todas partes. Y que el bueno lo será en todo tiempo y lugar.
Pero las cosas nunca son tan simples como parecen. El texto del profeta Ezequiel que hoy se lee en la liturgia dominical (Ez 18, 25-28), contempla la posibilidad de cambiar, tanto en una dirección como en la otra. El justo puede apartarse de su justicia. Y el malvado puede convertirse de su maldad. Ése es el drama y la gloria de la libertad.
Nunca deberíamos negar esa posibilidad de cambio. En ella se encuentra el criterio para calificar al ser humano. Y la clave para descubrir si la persona se encuentra en el camino de la vida o en el de la muerte. Elegir el mal equivale a optar por la una existencia mortecina. Decidirse a seguir el camino del bien significa apostar por la vida verdadera.
ENTRE EL NO Y EL SÍ
El evangelio se sitúa en la misma línea. En esta serie de tres domingos consecutivos que evocan la imagen de las viñas, hoy se establece el contraste entre dos hijos (Mt 21, 28-32). Los dos son invitados por su padre a ir a trabajar a la viña. Uno de ellos responde con un “no”, pero después se arrepiente y va. El otro se muestra obediente, pero no va.
Evidentemente, el evangelista tiene presente a los publicanos y pecadores de los primeros tiempos cristianos. Tal vez también a los paganos. Son los hombres del “no”. A primera vista, parecen rechazar la Ley de Dios, pero son capaces de escuchar, de convertirse y de cambiar de actitud. No hace falta mucha imaginación para descubrir esta figura entre nosotros.
Pero el evangelista parece pensar también en los fariseos. Son los hombres del “sí”. Conocen la Ley y parecen observarla con toda precisión. Pero, precisamente su aparente fidelidad les hace incapaces de prestar atención a las exigencias de Dios. Confían demasiado en su propia bondad para dejarse interpelar por la llamada de Dios.
UNA TAREA PARA HOY
De todas formas, nuestra reflexión no debe caer en un fácil moralismo. La parábola nos habla de las decisiones humanas. Pero, sobre todo, nos recuerda la palabra de Dios que llama y envía.
• “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. No olvidemos la primera palabra. El dueño de la viña es un padre. No nos trata como a esclavos o jornaleros. Somos sus hijos. Su campo es el nuestro. Por tanto, su voluntad ha de ser la nuestra. En aceptar su voluntad está la clave de nuestra felicidad. Y la clave de una sociedad más humana.
• “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. El Padre nos envía porque quiere. No es nuestra voluntad la que marca los ritmos del trabajo en la Iglesia y en el mundo. Pero además, no olvidemos que nos envía “hoy”. La tarea no pertenece al pasado. Ni a un futuro inimaginable. Ahora somos llamados y ahora somos enviados. Ahora se espera nuestra respuesta.
• “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. En el lenguaje de los profetas, la viña representaba al pueblo de Israel. Jesús se identificó con una vid. Así que para la fe cristiana, la viña es la comunidad eclesial. Más aún, el mundo entero. Ése es nuestro campo de trabajo. Aceptar la voluntad y el envío del Padre es el signo de nuestra libertad.
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