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Domingo 24 TO-A (por J-R Flecha)

“Perdona la ofensa a tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados?” (Si 28, 2-4). No conviene olvidar que estas palabras del Eclesiástico son anteriores a la era cristiana.
La capacidad de perdonar a los demás es una de las señalas que nos revelan como humanos. Porque el perdón es el lenguaje del amor. Y sólo el amor nos hace ser y vivir como personas. La disposición a perdonar responde a la capacidad de amar. Quien no perdona las ofensas que ha recibido, no ama de verdad.
Según el evangelio, Pedro parece considerar excesivo perdonar siete veces al hermano (Mt 28,21). Pero Jesús responde con la fórmula simbólica del “setenta veces siete”. La expresión recuerda la vieja canción de Lámek (Gén 4, 23-24). En la enseñanza del Maestro, la venganza sin medida queda sustituida por el perdón sin medida.

UNA PARÁBOLA

La enseñanza de Jesús queda ilustrada por una parábola impresionante (Mt 18, 23-34). Un siervo debe a su señor una suma enorme de diez mil talentos, pero, después de rogarle, su deuda es perdonada totalmente. Sin embargo, este siervo trata de ahogar a otro consiervo suyo para que le pague los pocos denarios que le debe.
Es interesante comprobar que el texto griego pone el mismo ruego en la boca de ambos siervos. Es un verbo que se podría traducir así: “Ten magnanimidad para conmigo”. Como es evidente, el señor escucha la súplica del que le debe un gran capital, pero éste no es capaz de escuchar esa misma petición del que le debe una miseria.
En cambio, el texto establece una enorme diferencia entre las palabras que reflejan los sentimientos de los dos acreedores. Al señor compasivo se le conmovieron las entrañas de misericordia. En cambio, el siervo perdonado por su amo “no quiso” compadecerse. Uno estaba dispuesto a escuchar. El segundo estaba predispuesto a rechazar a su consiervo.
Tanto en la meditación como en la catequesis, somos todos demasiado moralistas. Y no está mal. Pero si nuestra moral no es teologal, se convierte en voluntariosa e impositiva. Dicho de otra forma: la contemplación precede a la exhortación. Antes de subrayar lo que hemos de hacer hay que recordar lo que Dios ha hecho con nosotros.
La parábola de los deudores es una revelación del Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Es una contemplación de su misericordia. Por eso, en un segundo momento, puede ser leída como una exhortación al perdón fraterno por el que se debe distinguir la comunidad de los hijos de Dios.

Y UNA PROFECÍA

Al concluir la parábola, Jesús pronuncia una frase que constituye un interrogante para todos los creyentes de todo tiempo y lugar: “Lo mismo hará mi Padre del cielo con vosotros, si no perdonáis cada uno a su hermano con vuestros corazones”. Tres detalles atraen hoy nuestra atención.
• El Padre del cielo es el Dios, clemente y “rico en misericordia”. Jesús lo conoce y se siente conocido por Él. Y sabe que el Padre celestial, espera que sus hijos compartan ese atributo con el que Él mismo se ha presentado. Ser perfectos equivale a ser misericordiosos como el Padre.
• El hermano. La relación de paternidad genera entre los hijos una relación de fraternidad. Los que nos ofenden y a aquellos a los que ofendemos no son unos extraños. Son nuestros hermanos. Y merecen participar de la compasión que el Padre ha derramado sobre todos su hijos.
• El perdón de corazón. La traducción literal del texto original griego que aquí se ofrece parece subrayar el plural de los corazones. Es como si el evangelio deseara suscitar toda una atmósfera de corazones humanos marcados por el perdón fraterno. Ése habría de ser el origen de una nueva cultura del amor.

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