Los gobernantes de la tierra se consideran con
frecuencia autosuficientes y omnipotentes. Se asignan sus puestos de mando, sus
facultades y sus desmesurados salarios. Se atreven a decidir lo que es justo e
injusto y a promulgar leyes para determinar quién puede vivir y quien debe
morir.
El texto del profeta Isaías que hoy se proclama (Is
45, 1.4-6) puede parecer escandaloso tanto a los creyentes como a los no
creyentes. Para los primeros resulta asombroso que Dios considere como su
mesías, es decir, su ungido, nada menos que a un pagano como Ciro, rey de los
persas, que de ninguna forma pertenecía a la estirpe de David.
Para los no creyentes, el asombro viene suscitado por
la continua afirmación que se coloca en los labios de Dios: “Yo soy el Señor y
no hay otro, fuera de mí no hay dios”. El texto nos dice que Dios es el Señor
de la historia. Aun el triunfo político de un rey pagano como Ciro entra en los
planes de Dios para liberar a los humildes y a los esclavos. Evidentemente,
Dios escribe derecho con renglones torcidos.
NUESTROS INTERESES
El evangelio recuerda uno de los pasajes más citados
y manipulados a lo largo de la historia del cristianismo: el de la pregunta por
la licitud del tributo (Mt 22, 15-21). Una pregunta que dirigen a Jesús los discípulos de los fariseos junto con los
herodianos.
Comienzan con una larga captación de benevolencia en
la que proclaman la sinceridad del que reconocen como Maestro: “Sabemos que
eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad”. Pero inmediatamente le plantean la trampa que
pretenden tenderle: “¿Es lícito pagar impuestos al César o no?”
Es fácil descubrir el sentido de la emboscada. Si
Jesús opina que no se debe pagar tributo al emperador se acerca peligrosamente
al grupo de los celotes y se coloca fuera de la ley. Si aconseja pagarlo se
atraerá automáticamente los recelos de las gentes, que a todas luces se sienten
oprimidas por la ocupación romana.
Así pues, lo que importa en este caso no es la
verdad, sino la posibilidad de comprometer a Jesús, como recuerda el mismo
texto evangélico. Los creyentes de hoy
deberíamos preguntarnos si nosotros no apelamos a planteamientos semejantes, al
tratar de implicar a Dios en nuestros intereses personales, sociales o
políticos.
DIOS Y EL CÉSAR
Es interesante ver cómo Jesús desenmascara la
hipocresía y la tentación. Pero más importante es prestar atención a sus
últimas palabras: “Pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de
Dios”. En ella incluyó Jesús una sentencia inesperada. De este mandato se
deducen al menos tres lecciones.
• “Pagadle al César lo que es del César”. Los
poderosos de este mundo parecen tener miedo a los que creen en Dios. Los
cristianos sabemos ser ciudadanos fieles y fiables. Estamos dispuestos a
aceptar las leyes de nuestros gobernantes, siempre que sean justas y estén al
servicio del bien común.
• “Pagad a
Dios lo que es de Dios”. Pero los cristianos sabemos también que no podemos
contentarnos con los programas penúltimos que los gobernantes nos ofrecen.
Aspiramos al reino último. Ante el panorama del relativismo imperante,
aspiramos a la verdad absoluta y a la vida verdadera, que es Dios.
• “Pagadle al César lo que es del César y a Dios lo
que es de Dios”. No se puede utilizar a Dios atribuyéndole lo que respecta al
poder político y a las estructuras administrativas. Pero tampoco se puede
absolutizar el poder político, colocándolo en el puesto de lo divino. Ambas tendencias han de ser consideradas como tentaciones
idolátricas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario