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El camino de Dios (29TOA por J-R Flecha)

Los gobernantes de la tierra se consideran con frecuencia autosuficientes y omnipotentes. Se asignan sus puestos de mando, sus facultades y sus desmesurados salarios. Se atreven a decidir lo que es justo e injusto y a promulgar leyes para determinar quién puede vivir y quien debe morir.
El texto del profeta Isaías que hoy se proclama (Is 45, 1.4-6) puede parecer escandaloso tanto a los creyentes como a los no creyentes. Para los primeros resulta asombroso que Dios considere como su mesías, es decir, su ungido, nada menos que a un pagano como Ciro, rey de los persas, que de ninguna forma pertenecía a la estirpe de David.
Para los no creyentes, el asombro viene suscitado por la continua afirmación que se coloca en los labios de Dios: “Yo soy el Señor y no hay otro, fuera de mí no hay dios”. El texto nos dice que Dios es el Señor de la historia. Aun el triunfo político de un rey pagano como Ciro entra en los planes de Dios para liberar a los humildes y a los esclavos. Evidentemente, Dios escribe derecho con renglones torcidos.
NUESTROS INTERESES

El evangelio recuerda uno de los pasajes más citados y manipulados a lo largo de la historia del cristianismo: el de la pregunta por la licitud del tributo (Mt 22, 15-21). Una pregunta que dirigen a Jesús  los discípulos de los fariseos junto con los herodianos.
Comienzan con una larga captación de benevolencia en la que proclaman la sinceridad del que reconocen como Maestro: “Sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad”.  Pero inmediatamente le plantean la trampa que pretenden tenderle: “¿Es lícito pagar impuestos al César o no?”
Es fácil descubrir el sentido de la emboscada. Si Jesús opina que no se debe pagar tributo al emperador se acerca peligrosamente al grupo de los celotes y se coloca fuera de la ley. Si aconseja pagarlo se atraerá automáticamente los recelos de las gentes, que a todas luces se sienten oprimidas por la ocupación romana.
Así pues, lo que importa en este caso no es la verdad, sino la posibilidad de comprometer a Jesús, como recuerda el mismo texto evangélico.  Los creyentes de hoy deberíamos preguntarnos si nosotros no apelamos a planteamientos semejantes, al tratar de implicar a Dios en nuestros intereses personales, sociales o políticos.
DIOS Y EL CÉSAR
Es interesante ver cómo Jesús desenmascara la hipocresía y la tentación. Pero más importante es prestar atención a sus últimas palabras: “Pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. En ella incluyó Jesús una sentencia inesperada. De este mandato se deducen al menos tres lecciones.
• “Pagadle al César lo que es del César”. Los poderosos de este mundo parecen tener miedo a los que creen en Dios. Los cristianos sabemos ser ciudadanos fieles y fiables. Estamos dispuestos a aceptar las leyes de nuestros gobernantes, siempre que sean justas y estén al servicio del bien común.
• “Pagad  a Dios lo que es de Dios”. Pero los cristianos sabemos también que no podemos contentarnos con los programas penúltimos que los gobernantes nos ofrecen. Aspiramos al reino último. Ante el panorama del relativismo imperante, aspiramos a la verdad absoluta y a la vida verdadera, que es Dios.
• “Pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. No se puede utilizar a Dios atribuyéndole lo que respecta al poder político y a las estructuras administrativas. Pero tampoco se puede absolutizar el poder político, colocándolo en el puesto de lo divino.  Ambas tendencias han de  ser consideradas como tentaciones idolátricas.

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