Por un interesante mecanismo
hemos logrado confundir nuestro ser con nuestro parecer. Nos encanta trucarnos
para salir al escenario de la vida. Por medio de ese truco, no siempre
inocente, tratamos de engañar a los demás. En realidad nosotros mismos somos la
primera víctima de nuestro engaño.
Esa utilización de nuestra
apariencia puede ser blasfema cuando se lleva a cabo en nombre de Dios. El
profeta Malaquías interpelaba a los sacerdotes de su tiempo por haberse
apartado del camino de Dios (Ml 2, 8-10). No vivían en coherencia con su
consagración. Su vida no era sólo una mentira. Era una impostura y un atropello
a los demás. Con ello hacían tropezar a muchos.
INTERÉS Y BENEFICIO
También Jesús critica a los
letrados y los fariseos por no vivir de acuerdo con la doctrina que enseñan (Mt
23, 1-12): “Todo lo que hacen es para que los vea la gente”. Los ropajes, los
signos religiosos, la ambición por ocupar puestos de honor y por acaparar
títulos y honores. Todo eso era y es signo de la mentira en la que se instala a
veces la persona.
Una lamentable tentación nos
lleva a mirar sólo al pasado. Escuchamos estas palabras de Jesús como
imprecaciones dirigidas solamente a los dirigentes morales de su pueblo. Pero
su mensaje es siempre actual y desenmascara nuestro propio fariseísmo. Con
razón escribía san Jerónimo: “Ay de nosotros, miserables, que hemos heredado
los vicios de los fariseos”.
Otra tentación es la dirigir
estas críticas a las personas religiosas de hoy. Está de moda criticar la
hipocresía de las personas piadosas. El cine y la novela, la televisión y la
política acuden con frecuencia a esos tópicos. Pero las culpas no están siempre
del mismo lado. Quien así las ve no se libra de la hipocresía que trata de
condenar.
En realidad, la falsedad puede
afectar a los creyentes y a los no creyentes. Para medrar, aparentar y escalar
cargos en la sociedad unos pueden servirse de los signos religiosos y los otros
de la ostentación de su incredulidad. Unos y otros pueden caer en la tentación
de utilizar a Dios en su propio interés y beneficio.
• “El
primero entre vosotros será vuestro servidor”. Jesús decía que no había venido
a ser servido, sino a servir. Sus discípulos estaban llamados a seguirle. En su
Iglesia, la autoridad ha de evaluarse por la disposición a servir generosa y
verdaderamente a los hermanos. Y con ese criterio ha de evaluarse también la
sinceridad de la fe.
• “El que se enaltece será
humillado”. Este proverbio refleja una experiencia humana y social, muy anterior a la
revelación. La historia nos recuerda una larga retahíla de
ídolos caídos. Los mismos hechos
de la vida demuestran que la persona altanera y orgullosa tarde o temprano
habrá de tocar el polvo.
• “El que se humilla será
enaltecido”. Este otro proverbio no
parece tan evidente. Millones de personas marginadas y pisoteadas nunca
alcanzan un reconocimiento social. En boca de Jesús, esta promesa suena a
profecía. El reconocimiento tiene por sujeto al mismo Dios, y se sitúa tanto en
el tiempo como en la eternidad.
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