Por tercer domingo consecutivo la liturgia romana
apela a la imagen de la viña, como parábola del proyecto de Dios y de la
respuesta de los hombres. En la historia de la salvación, la libertad divina
entra muchas veces en conflicto con la libertad humana. No nos bastará toda una
vida para entender este misterio de la decepción de Dios.
En un hermoso poema (Is 5, 1-7), el profeta Isaías
canta la premura y el cuidado con el que un señor planta una viña, la defiende
de las alimañas y espera que a su tiempo le produzca fruto abundante. Por
hallarse plantada en una ladera soleada, la viña debería producir uvas dulces. Pero, inexplicablemente, la viña
sólo produce agrazones.
El dueño derriba la valla y permite que su viña se
convierta en lugar de paso para todos los transeúntes y en terreno de pasto
para todos los animales. Es más, llegará a prohibir a las nubes que lluevan
sobre ella. Ese detalle nos revela la intención del relato. Justo en ese
momento, el poema se sitúa en el nivel de la parábola y de la profecía.
Es evidente que la parábola habla de Dios y de su pueblo. Dios lo ha
elegido y cuidado con amor. Pero el pueblo ha sido infiel a la elección. La
profecía anuncia la misericordia de su Dios y denuncia la dramática apostasía
de sus gentes.
LOS PROFETAS Y LOS ASESINOS
La imagen reaparece en el evangelio que hoy se
proclama (Mt 21, 33-43). Pero es evocada con trazos más personales y, por
tanto, más dramáticos. La esterilidad de la viña podría deberse a un clima
adverso o a otras causas.
Pero ahora nos encontramos con viñadores asesinos.
Apalean, apedrean y matan a los que son enviados por el dueño de la viña a
recoger el fruto esperado de ella. Ni siquiera respetan la vida del hijo del
dueño. La casualidad de una mala cosecha ha dejado paso a la maldad calculada y
responsable.
“Éste es el heredero; venid, lo matamos y nos
quedamos con su herencia”. Así suena el comentario de los viñadores. Son
ladrones y asesinos. No reconocen la propiedad del dueño. Y no respetan al hijo
del dueño. El relato da a entender que los responsables de Israel han matado a
los profetas y harán lo mismo con Jesús.
Pero de pronto, parece que esas palabras adquieren
nueva actualidad. También hoy son muchos los que tratan de burlarse de Dios, de
ignorar su voluntad, de eliminar a los que proclaman su voz, de matar a sus
profetas. También el Hijo de Dios es ridiculizado. Muchos darían cualquier cosa
para que su nombre fuera olvidado en toda la tierra.
EL HEREDERO Y LOS FRUTOS
La parábola de los viñadores homicidas nos ofrece, al
menos, tres puntos importantes para nuestra reflexión:
- Lamentablemente, la parábola puede llevarnos a
pensar que los malos y los traidores son siempre los otros. Nos debería dar
vergüenza identificarnos con los profetas enviados por Dios. Pero deberíamos
evitar ir por ahí identificando a los demás con los malvados que desprecian los
planes de Dios. - Por otra parte, no olvidemos que la parábola nos habla de Jesús, el Hijo que Dios ha enviado a su viña. Él es el heredero. A él pertenece el Reino de Dios y todos sus bienes. Él será como la piedra despreciada por los constructores, que es elegida por el mismo Dios para convertirla en piedra angular del templo de la vida y la esperanza.
- Finalmente, la parábola nos dice que Dios confiará la viña a un pueblo que le entregue a su tiempo los frutos que Él espera. La promesa nos invita a preguntarnos si nosotros estamos dispuestos a aceptar su proyecto. No podemos defraudar las esperanzas de Dios. Una sociedad que no produce los frutos queridos por Dios se convierte en inhumana.
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