Siempre nos llama la atención el episodio de la profecía de Amós que se lee en la celebración de este domingo XV del tiempo ordinario (Am 7,12-15). Amasías, el sacerdote de Betel, se enfrenta con malos modales al profeta y le exige que deje de profetizar en aquel santuario del reino de Israel, y que se vuelva al reino del sur, es decir a su tierra de Judá.
Evidentemente, el profeta ha debido experimentar un rechazo frontal. Su denuncia de la corrupción no es políticamente correcta en un santuario real. Amós responde con unas palabras que nos impresionan por su sinceridad: “Yo no soy profeta, ni hijo de profetas, sino pastor y cultivador de sicómoros; pero el Señor me sacó de detrás del rebaño y me dijo: Ve a profetizar a mi pueblo Israel”.
Entre las muchas lecciones que nos transmite este texto, es preciso subrayar al menos una. La que nos recuerda que el profeta no es un aventurero: es un enviado. La iniciativa no viene de sí mismo, sino de Dios. Es Dios el que llama, el que suscita el carisma y el que da fuera al profeta, al misionero, al evangelizador.
UN ESTILO PROPIO
En el texto del evangelio que hoy se proclama (Mc 6,7-13) nos encontramos con una figura paralela. Al profeta llegado de Judá hasta las tierras de Israel, suceden ahora los Doce discípulos elegidos por Jesús y enviados a anunciar su buena noticia. Tampoco ellos se han arrogado esa misión. La iniciativa ha venido de Jesús.
Y de Jesús viene también la instrucción que marca el estilo de los evangelizadores. Un estilo que se caracteriza por la pobreza, la sencillez y la libertad.
- La pobreza no es un fin en sí misma. En este caso es un signo de la importancia del mensaje. Eso es lo que importa. Para anunciarlo con rapidez y de forma convincente, es preciso viajar ligeros de equipaje.
- La sencillez aconsejará a los evangelizadores aceptar el alojamiento que se les ofrezca, sin remilgos ni exigencias de tratos especiales.
- Y la libertad les llevará a ponerse de nuevo en camino, sin nostalgias ni resentimiento, cuando sean rechazados por los que no aceptan el mensaje que ellos anuncian.
UNA TRIPLE TAREA
El texto evangélico se cierra constatando que los discípulos de Jesús salieron efectivamente a predicar el mensaje que les había confiado su Maestro. Lo que ellos hicieron marca el estilo de la actuación de toda la Iglesia y de cada uno de los cristianos.
• Exhortar a la conversión. Si el Reino de Dios es un buen anuncio de gracia y de salvación, es también una invitación al cambio de actitudes. No ha de ajustarse el mensaje a la vida, sino la vida al mensaje.
• Expulsar demonios. El anuncio de la verdad siempre resultará incómodo a los que han decidido vivir en la mentira. El evangelizador sabe que habrá de enfrentarse con frecuencia a las fuerzas del mal.
• Sanar a los enfermos. Y, con todo, siempre habrá personas vulnerables, enfermas y marginadas que requieren una palabra de compasión. Y no sólo una palabra, sino el compromiso de quien sabe que la salvación es una fuerza de sanación integral.
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