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Ovejas sin pastor (JR Flecha y Fano)

El pastor y las ovejas aparecen muchas veces en las páginas de la Biblia. Su imagen había de convertirse necesariamente en parabólica para un pueblo que se había ido formando siguiendo a sus rebaños.

En el texto del profeta Jeremías que hoy se proclama como primera lectura de la misa (Jer 23,1-6), Dios se lamenta de los pastores que pierden y dispersan el rebaño de sus pastizales. Frente a ese proceder, el mismo Dios promete reunir el resto de sus ovejas y suscitar para ellas pastores más responsables.

Por una parte, este oráculo refleja una situación histórica, en la que los gobernantes y los sacerdotes se habían desentendido de las auténticas necesidades de su pueblo. Por otra, orienta la mirada de las gentes hacia un futuro mesiánico en el que habrían de cumplirse las mejores esperanzas del pueblo de Israel.

LOS PROTAGONISTAS

El evangelio que hoy se proclama (Mc 6,30-34) nos recuerda el envío de los discípulos, que se anunciaba el domingo anterior. Este relato nos parece dividirse en tres escenas y presenta ante nuestros ojos a tres protagonistas: los discípulos, las gentes que acuden hasta Jesús y, en tercer lugar, el mismo Jesús.

Los discípulos han cumplido su misión y dan cuenta de ella a Jesús que los invita a descansar un poco.

La multitud reconoce a Jesús como Maestro y acude continuamente hasta él de todas las ciudades.

Jesús encarna la figura del pastor bueno prometido por el profeta Jeremías. Se compadece de las gentes porque parecen ovejas sin pastor.

Este texto es, ante todo, una revelación de la identidad y la misión de Jesús. Pero puede leerse, además, como una indicación moral que puede orientar el comportamiento de la Iglesia y de cada uno de los cristianos. Jesús es el Maestro solícito que cuida de sus discípulos y el pastor que se compadece de la multitud. La enseñanza del mensaje y la cercanía a las gentes son orientadoras para el quehacer de la Iglesia.

EL SALMO

La liturgia de este domingo nos invita a repetir el hermoso salmo 22 (23). En él se refleja la fe de Israel. Y también la confianza de todos los que han descubierto la bondad y la misericordia de Dios.

• “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar”. Esa es la oración de una Iglesia que no pone su confianza en sí misma. Sus propios medios y sus estrategias nunca serán suficientes para el anuncio del evangelio.

• “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar”. Esa es la confesión del verdadero creyente. En medio de sus tinieblas y de las pruebas de la vida, confía en el Señor, que va orientando sus pasos.

• “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar”. Y ésa es la nostalgia, a veces inconsciente, de la humanidad. Con demasiada frecuencia se ve defraudada por los guías de este mundo que le ofrecen paraísos engañosos.

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