Si el domingo pasado la liturgia
nos proponía una catequesis sobre el “placer”, hoy nos invita a meditar sobre
la tendencia a “tener” bienes. En realidad se nos pregunta en qué ponemos
nuestra seguridad.
Ya la primera lectura de la misa de hoy (Sab 7,7-11)
nos enseña que el tesoro más importante es la sabiduría. El texto la compara
con tres bloques de deseos que habitualmente mueven a los seres humanos. Cada
uno de nosotros se identifica con aquello que desea.
- El primer bloque se refiere a los cetros, los tronos y las riquezas. Ahí buscan el honor y
la honra los que desean sobresalir. Sin embargo, ante la sabiduría, son como
nada.
- El segundo bloque incluye las piedras preciosas, el
oro y la plata. Ya no se trata del ser del hombre sino del tener. Esos
aparentes tesoros quedan fuera de él, No pertenecen a su vida. Frente a la
sabiduría, su valía se compara a la del barro y la arena.
- En el tercer bloque se sitúan otros bienes más importantes,
como la salud y la belleza. De ellos depende el ser-así de la persona. La
definen. Pero son perecederos, mientras que la sabiduría es duradera como un
sol sin ocaso.
LA CONFIANZA
El relato evangélico menciona a un personaje anónimo
que se acerca a Jesús deseando heredar la vida eterna (Mc 10, 17-30). Es la narración de una triple frustración: la
de la riqueza, la de la bondad y la del amor.
- El que se acerca a Jesús “era muy rico”. Pero Jesús
trata de ayudarle a entender que no es tan rico como parece. “Una cosa te
falta”. Tiene todo, pero le falta el verdadero tesoro, que sólo puede ser
alcanzado mediante la caridad.
- El personaje busca la bondad. Es más, la ha estado
cultivando durante toda su vida, mediante el cumplimiento de los mandamientos.
Parece estar satisfecho de ello. En realidad busca la bondad, pero no es capaz
de seguir al que es Bueno y modelo de la bondad.
- Jesús se le quedó mirando con cariño, pero él no
percibió el sentido de aquella mirada. El amor,
como la fe y la esperanza, implica la alteridad. El amor de Jesús ha
quedado frustrado al dirigirse a un
personaje que no estaba dispuesto a hacerse eco de aquel amor.
En un segundo acto, Jesús afirma con claridad que los
ricos tendrán una gran dificultad en admitir a Dios como su rey, si han puesto
su confianza en la riqueza. Y los
discípulos se escandalizan, al
identificar el reino de Dios con la salvación. Más de una vez habrán de oír que
no se puede servir a Dios y al dinero.
EL SEGUIMIENTO
En un tercer acto toma Pedro la palabra, como para
afirmar que los discípulos están ya en el camino de la salvación. Pero, de
nuevo Jesús desmonta esa seguridad humana.
• “Nosotros lo
hemos dejado todo y te hemos seguido”. Nos asombra la generosidad de los
llamados por Jesús. Pero nos inquieta pensar que ese seguimiento ha de ser
renovado cada día. Porque aun los que han dejado todo por seguir a Jesús, un
día lo dejarán a Él.
• “Quien deje “todo” por mí, recibirá en este tiempo
cien veces más, con persecuciones”. Los bienes fundamentales no son los tesoros
materiales, sino los amores familiares. Quien sigue al Señor los valora como
nadie, pero sabe que no son el último bien. Y sabe que entre los bienes
prometidos entra también la persecución.
• “Y recibirá en la edad futura vida eterna”. El
relato termina como empezó. La vida definitiva que buscaba aquel personaje rico
no queda asegurada por las riquezas. Y tampoco por el cumplimiento fiel de los
mandamientos. Sólo llega a esa vida sin ocaso quien sigue al que es el Viviente
y es la Vida.
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