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La vida eterna (TOB28-12)


Si el domingo pasado la liturgia nos proponía una catequesis sobre el “placer”, hoy nos invita a meditar sobre la tendencia a “tener” bienes. En realidad se nos pregunta en qué ponemos nuestra seguridad.
Ya la primera lectura de la misa de hoy (Sab 7,7-11) nos enseña que el tesoro más importante es la sabiduría. El texto la compara con tres bloques de deseos que habitualmente mueven a los seres humanos. Cada uno de nosotros se identifica con aquello que desea.
- El primer bloque se refiere a los cetros, los  tronos y las riquezas. Ahí buscan el honor y la honra los que desean sobresalir. Sin embargo, ante la sabiduría, son como nada.
- El segundo bloque incluye las piedras preciosas, el oro y la plata. Ya no se trata del ser del hombre sino del tener. Esos aparentes tesoros quedan fuera de él, No pertenecen a su vida. Frente a la sabiduría, su valía se compara a la del barro y la arena.
- En el tercer bloque se sitúan otros bienes más importantes, como la salud y la belleza. De ellos depende el ser-así de la persona. La definen. Pero son perecederos, mientras que la sabiduría es duradera como un sol sin ocaso.

LA CONFIANZA

El relato evangélico menciona a un personaje anónimo que se acerca a Jesús deseando heredar la vida eterna (Mc 10, 17-30).  Es la narración de una triple frustración: la de la riqueza, la de la bondad y la del amor.
- El que se acerca a Jesús “era muy rico”. Pero Jesús trata de ayudarle a entender que no es tan rico como parece. “Una cosa te falta”. Tiene todo, pero le falta el verdadero tesoro, que sólo puede ser alcanzado mediante la caridad.
- El personaje busca la bondad. Es más, la ha estado cultivando durante toda su vida, mediante el cumplimiento de los mandamientos. Parece estar satisfecho de ello. En realidad busca la bondad, pero no es capaz de seguir al que es Bueno y modelo de la bondad.
- Jesús se le quedó mirando con cariño, pero él no percibió el sentido de aquella mirada. El amor,  como la fe y la esperanza, implica la alteridad. El amor de Jesús ha quedado frustrado al dirigirse  a un personaje que no estaba dispuesto a hacerse eco de aquel amor.
En un segundo acto, Jesús afirma con claridad que los ricos tendrán una gran dificultad en admitir a Dios como su rey, si han puesto su confianza en la riqueza.  Y los discípulos  se escandalizan, al identificar el reino de Dios con la salvación. Más de una vez habrán de oír que no se puede servir a Dios y al dinero.

EL SEGUIMIENTO

En un tercer acto toma Pedro la palabra, como para afirmar que los discípulos están ya en el camino de la salvación. Pero, de nuevo Jesús desmonta esa seguridad humana.
 • “Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”. Nos asombra la generosidad de los llamados por Jesús. Pero nos inquieta pensar que ese seguimiento ha de ser renovado cada día. Porque aun los que han dejado todo por seguir a Jesús, un día lo dejarán a Él.
• “Quien deje “todo” por mí, recibirá en este tiempo cien veces más, con persecuciones”. Los bienes fundamentales no son los tesoros materiales, sino los amores familiares. Quien sigue al Señor los valora como nadie, pero sabe que no son el último bien. Y sabe que entre los bienes prometidos entra también la persecución.
• “Y recibirá en la edad futura vida eterna”. El relato termina como empezó. La vida definitiva que buscaba aquel personaje rico no queda asegurada por las riquezas. Y tampoco por el cumplimiento fiel de los mandamientos. Sólo llega a esa vida sin ocaso quien sigue al que es el Viviente y es la Vida.

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